Continuamos con la reflexión histórica sobre los 150 años de la Primera República, con el objetivo de impulsar la reflexión hausnartzen. ¿Qué República? recogemos el artículo de la profesora de Historia contemporánea en la Universidad París 1 Panthéon-Sorbonne Jeanne Moisand, publicado en Sin Permiso.
La breve historia de la Segunda República Española, y sobre todo su trágico final al término de la Guerra Civil, es uno de los episodios más famosos del siglo XX mundial. El contraste entre esta fama y el olvido casi absoluto en que cayó su predecesora, la Primera República Española (1873-1874), es sorprendente. ¿Cómo explicar el desconocimiento del primer episodio republicano español mientras que el segundo, al menos en sus años bélicos, sigue generando un aluvión de publicaciones académicas o de ficción, tanto en inglés como en francés o castellano? En la interpretación más clásica, la Primera República se caracteriza antes que nada por conflictos fratricidas. Según esta lectura, el intenso conflicto social del periodo se reduce a rencillas entre corrientes de notables, o al enfrentamiento entre un inmaduro pueblo en armas y unos gobernantes demasiado flojos para mantener el orden público. Al final, el fracaso del régimen revela la falta de preparación del país para una República proclamada por defecto, tras la abdicación del rey Amadeo I el 11 de febrero de 1873. Este relato canónico provocó el desinterés por un episodio que, sin embargo, es esencial para la historia de la democracia y del socialismo, tanto en España como en Europa. Para el 150 aniversario de la Primera República, es preciso adoptar otro enfoque, intentando entender el porvenir más democrático e igualitario al que aspiraban gran parte de sus contemporáneos.
Un paréntesis republicano Recordemos brevemente los grandes momentos que jalonan esta historia. En septiembre de 1868, una revolución explota en dos polos distintos del imperio español: en la península, una coalición de opositores destrona a la reina Isabel II, que se exilia en París; en Cuba, una de las colonias más ricas del mundo y aún esclavista, se sublevan los independentistas. En 1869, una nueva constitución monárquica introduce el sufragio universal masculino y garantiza amplias libertades políticas en la metrópolis. Pero los nuevos gobernantes no consiguen imponer sus reformas imperiales en Cuba, empezando con la abolición de la esclavitud: los partidarios del statu quo colonial constituyen un poderoso grupo de presión contrarrevolucionario tanto en La Habana como en Madrid. Al mismo tiempo, la politización de las clases trabajadoras españolas se intensifica: los clubes republicanos y la prensa se multiplican, mientras se funda y crece rápidamente la Federación Regional Española de la Internacional Obrera. Dentro de las milicias urbanas, los voluntarios se niegan a devolver las armas que habían utilizado para derrocar a Isabel II. El desigualitario sistema de conscripción, por el cual cientos de miles de pobres se envían al mortífero frente cubano, provoca indignación y movilización. Se suceden dos movimientos insurreccionales dirigidos por republicanos, primero en 1869 y luego en 1872. Al mismo tiempo, los contrarrevolucionarios carlistas se sublevan en el norte y el este del país.
“El hombre que, en 1872, hubiera querido hacer predicciones sobre la situación en España habría concluido que una democracia social iba a triunfar en ese país”, resume el antiguo communard Benoît Malon en La revue socialiste en 1889. De hecho, ante la cascada de conflictos, Amadeo I (elegido por las Cortes en 1870 para reinar sobre la nueva monarquía) acaba abdicando el 11 de febrero de 1873. Ese mismo día se proclama la República. Malon continúa:
La monarquía de Amadeo se derrumbaba visiblemente para dejar paso a la república liberal y reformista que, con Pi y Margall a la cabeza, republicano federalista y mutualista comprometido, tomaría pronto el poder por unanimidad[1].
Francisco Pi y Margall, que llega a la presidencia el 11 de junio de 1873, se había distinguido en los debates de la década de 1860 por sus posiciones socialistas, frente a los republicanos individualistas liderados por Emilio Castelar. También era un teórico destacado del federalismo, que consideraba especialmente adecuado para España, una nación “hecha para ser una república como las de Suiza o Estados Unidos”. Exiliado en Francia en la década de 1860, había nutrido este federalismo leyendo a Proudhon, cuyo Principio Federativo había traducido al español. Retomó la idea de una federación como “pacto de alianza” entre asociaciones obreras, municipios, provincias y luego naciones. Sin embargo, ante la oportunidad de una República ofrecida sin lucha en febrero de 1873, Pi y Margall creyó necesario, no sin contradicción con sus principios,
que en los primeros momentos de toda revolución federal se crease con carácter transitorio un poder central fuerte y robusto que, disponiendo de la misma autoridad y de los mismos medios de que hoy dispone, mantuviese en todas partes la nación y el orden hasta que, reorganizadas las provincias, se llegase a la constitución definitiva y regular de los poderes federales”[2].
A esta constitución de la República Federal desde arriba se oponía el proyecto de las bases republicanas, movilizadas en sus milicias, clubes y secciones obreras. En julio de 1873, estas últimas se constituyen en cantones, es decir, en repúblicas autónomas destinadas a federarse entre sí para constituir la Federación Española desde abajo. Estos cantones, también inspirados en el modelo federalista suizo, son proclamados en decenas de ciudades españolas. Pi y Margall, que se niega a enviar al ejército para reprimirlos, es derrocado. El nuevo presidente Nicolás Salmerón envía las tropas, atando el destino de la República a las voluntades de los oficiales monárquicos del ejército regular. Unas semanas después, Castelar toma la presidencia, aún más decidido a reprimir toda resistencia, cerrando las Cortes y bombardeando, en diciembre de 1873, a los últimos insurgentes cantonalistas en Cartagena. Como era de esperar, los generales monárquicos aprovechan el poder que les habían otorgado los presidentes moderados para derrocar el régimen en dos etapas, en enero de 1874 y luego en enero de 1875, haciendo posible el regreso final de la monarquía borbónica.
La Primera República contada por la Segunda Casi sesenta años más tarde, el 4 de febrero de 1932, la República reinstaurada en España establecía una fiesta nacional para conmemorar a su predecesora de 1873. La propuesta fue presentada a las Cortes por el diputado Ayuso, políticamente muy alejado -a pesar de la homonimia- de la actual presidenta conservadora de Madrid. El diputado Ayuso de 1932 pretendía declarar “fiesta nacional, con el nombre de ‘Fiesta de la República’, el 11 de Febrero”: “en tal día se celebrarán actos oficiales en conmemoración de nuestra primera República de 1873 y de sus apóstoles y gobernantes.” Seguía con el establecimiento de otra fiesta el 14 de abril (día de la proclamación de la II República), llamada “Fiesta de la Soberanía Popular”: “en ese día se dedicarán homenajes a los mártires de la libertad”[3]. La propuesta fue aprobada y se establecieron dos fiestas nacionales para conmemorar las dos Repúblicas españolas.
Una historia contrafáctica nos permite imaginar cuáles podrían haber sido las consecuencias de tal decisión a largo plazo. De no haber muerto la Segunda República en 1939 a manos de los autoproclamados nacionales y sus aliados alemanes e italianos, estas dos celebraciones habrían probablemente arraigado en las prácticas colectivas. La celebración del 11 de febrero podría haberse parecido a la del 14 de julio en Francia, que también se convirtió en fiesta nacional por iniciativa republicana (1881), haciendo de la toma de la Bastilla un hito esencial en la memoria colectiva. Paralelamente a estas celebraciones, el nuevo programa educativo de la Segunda República Española también insistía en 1873 en el aprendizaje de la historia patria. En los manuales escolares, la Primera República era presentada como el alba del ideal republicano finalmente alcanzado en 1931[4]. También daba sentido al pasado: se integraba en el ciclo revolucionario iniciado en 1868 y, más ampliamente, en la larguísima revolución española del siglo XIX. Así lo resumía el republicano conservador Alcalá Zamora en un discurso ante las Cortes Constituyentes en julio de 1931, homenajeando primero a los revolucionarios de 1812, que “en medio de toda su sencillez, sentaban el dogma de la soberanía nacional y ponían límites a la potestad de la Corona”; seguía con los de 1820 que habían restablecido la Constitución; hablaba luego de “aquellas Cortes del 55, en las cuales surgió ya la idea republicana”; y finalmente, de “los constituyentes del 69, firmes en la defensa de la democracia, torpes en la esperanza de que aún era posible la implantación de una monarquía extranjera”, antes de acabar finalmente con “los republicanos de 73”[5].
Este imaginario de la historia democrática del país no sobrevivió a la Segunda República. La historia-patria franquista ignoró al siglo XIX en general, considerándolo demasiado liberal y cosmopolita, y trató de borrar especialmente la memoria de las revoluciones de 1820, 1840-1843, 1854-55 y 1868-73. Posteriormente, los historiadores de la Transición volvieron a tratar esta historia democrática, pero desde el ángulo recurrente de la “trivialización y el menosprecio”, por utilizar las palabras de José M. Jover en un libro de 1991. Criticando esta historiografía excesivamente crítica, Jover buscaba un término medio, calificando también de “ingenua beatería” el comportamiento de “quienes se dieron a la conmemoración oficial o nostálgica del 11 de febrero como si se tratase de una fecha milagrosa”[6]. Esta preocupación por el término medio explica probablemente cómo la historia del siglo XIX español fue poco a poco afinada. El legado de este esfuerzo todavía se nota en las cronologías actuales de los manuales escolares y universitarios. La irrupción de la Primera República queda velada, al igual que la Revolución de 1868, por su inclusión en el “Sexenio Democrático”, cuya división y denominación se impusieron definitivamente en la década de 1970. Las demás revoluciones del siglo XIX español corrieron una suerte similar, desapareciendo bajo los nombres de ciclos repetitivos, cerrados sobre fracasos y acompañados de diferentes adjetivos (“trienio liberal”, “bienio progresista”, etc.). Estas etiquetas, todavía poco usuales a principios del siglo XX, acabaron monopolizando la nominación del tiempo contemporáneo en detrimento de los nombres de revoluciones[7]. En ese proceso, la temporalidad revolucionaria y luego republicana del siglo XIX español se acabó diluyendo. Esta temporalidad tampoco fue reivindicada por los movimientos a favor de la memoria democrática, que no se remontan más allá de la Guerra Civil y el franquismo.
La Primera República desde abajo No obstante, vale la pena recordar la historia de las luchas democráticas anteriores a 1936. Merecen especial atención las experiencias cantonalistas de 1873, que justificaron los juicios negativos sobre la Primera República. El historiador E.P. Thompson recuerda cuán importante es evitar la “inmensa condescendencia de la posteridad” hacia comunidades pasadas que, exactamente como las que se movilizaron en los cantones, fueron derrotadas. La mayoría de las repúblicas cantonales duraron menos de un mes antes de ser abatidas por el ejército. Pero un cantón resistió más tiempo: el de Cartagena, donde decenas de cantonalistas buscaron refugio desde Valencia, Alicante, Murcia y Andalucía. En Cartagena, aprovechando los medios defensivos de la plaza y el amotinamiento de los mejores buques de guerra de la flota española, los cantonalistas consiguieron resistir el asedio durante seis meses (bastante más tiempo que la Comuna de Paris). A partir de diciembre, y durante 43 días, el ejército bombardeó la ciudad, provocando la explosión del depósito de pólvora donde murieron cientos de civiles. Los insurgentes se rindieron y huyeron a Orán en enero de 1874. Los seis meses de resistencia dieron tiempo para experimentar formas políticas y sociales muy distintas de las que imperaban en el mundo de la época.
El logro más importante del Cantón de Cartagena fue, parafraseando a Marx sobre la Comuna, “su propia existencia y su acción”[8]. Esta existencia demostraba que el pueblo podía gobernarse por sí mismo durante varios meses en condiciones extremadamente precarias. Y por “pueblo” hay que entender aquí clases populares, que participaron en el gobierno cantonal mientras que en aquella época solo gobernaban pequeñas élites. Los estudios de las últimas décadas sobre los cantones de Valencia, de Cádiz o de Málaga, o sobre las pequeñas ciudades andaluzas cantonalistas, ya demostraron la implicación de estas clases populares –artesanos y campesinos– en las insurrecciones[9]. Sin embargo, la historiografía siempre exceptuó el cantón de Cartagena, supuestamente movido por notables republicanos en busca de ascensos sociales. Siendo Cartagena el laboratorio más duradero del cantonalismo, esta excepción tuvo consecuencias decisivas sobre la interpretación del movimiento en su conjunto. En realidad, la sociología del cantón de Cartagena era tan popular como la de otros cantones. Si algunos notables republicanos llegaron efectivamente al puerto militar después de su sublevación el 12 de julio, perdieron rápidamente (a partir de septiembre y hasta la derrota) el timón del gobierno revolucionario frente a los líderes populares, campesinos y obreros del arsenal de Cartagena[10].
Estos grupos tuvieron un papel preponderante en la junta, empezando con el más carismático de todos: el huertano Antonio Gálvez. Jefe de partida republicana en Murcia desde la insurrección de 1869, una copla local celebraba su resistencia: “Antonete está en la sierra/y no se quiere entregar…./No me entrego, no me entrego,/no me tengo que entregar,/ mientras España no tenga República federal”[11]. Los observadores de la prensa extranjera se burlaban de su poca instrucción, asociándole con otro jefe de partida campesino: Tomás Bertomeu, alias Tomaset, del pueblo alicantino de Petrel, que integró la junta cantonal siendo miembro de la Internacional. Al lado de estos jefes de guerra rurales y politizados, los obreros del arsenal representaban otra destacada militancia de trabajadores, mucho más cualificados. Los hermanos Roca eran una buena muestra de su implicación en el cantón. El 8 de noviembre de 1873, en las elecciones cantonales para la junta, el segundo insurrecto más votado después de Gálvez fue Antonio Roca, maestro (es decir, obrero muy calificado) en el arsenal de Cartagena. A pesar de haber caído en el olvido más completo, ocupaba en el cantón el puesto estratégico de “comandante de ingenieros del arsenal”, es decir jefe de los obreros que construían y reparaban los buques de guerra, un puesto habitualmente reservado a los oficiales del ejército. Su hermano Pedro Roca había fundado en 1870 el Centro federal de Cartagena, adherido tanto al Partido Republicano Federal como a la Internacional obrera, junto con el carpintero del arsenal y también futuro miembro de la junta revolucionaria Pablo Meléndez. Mientras Pedro Roca, teniente de una compañía de voluntarios, entraba en las sucesivas juntas revolucionarias (siendo elegido en quinta posición en la de noviembre), Baldomero Roca, el ultimo hermano, escribía en el periódico revolucionario (El Cantón murciano), y era nombrado secretario de la “junta examinadora” de las elecciones del 8 de noviembre de 1873. La presencia de algunos intelectuales o pequeños comerciantes en la junta revolucionaria del cantón no debe esconder la fuerte implicación de los trabajadores de la ciudad y del campo en el gobierno cantonal, un hecho inaudito para la época.
Sin embargo, obreros y campesinos no representaban la mayoría de los combatientes. Esta mayoría estaba compuesta de marineros militares, soldados y presidiarios (entre los cuales se contaban tanto criminales como desertores, militares indisciplinados y políticos). Su presencia masiva en la ciudad se explica por el contexto de guerra: encerrados en instituciones disciplinarias, miles de hombres eran enviados a Cartagena desde todas las provincias españolas,y eran empleados como mano de obra en el arsenal antes de ser enviados a Cuba. Después de 1868, esta mano de obra semiforzada y sin cualificación permitió el despido de centenares de obreros asalariados de la maestranza, motivando el descontento de estas categorías. La historia clásica del movimiento obrero pasó por alto a estas categorías más aparentadas al lumpen que al proletariado, y se centró en los trabajadores libres, hombres blancos y asalariados de la industria. Sin embargo, eran trabajadores también, aunque forzados a trabajar por el ejército. En todos los imperios occidentales del siglo XIX, tanto en Europa como en los mundos coloniales, la modernidad se acompañó de concentraciones inéditas de este tipo de mano de obra en instituciones militares y punitivas.
Otro colectivo importante en la organización de la resistencia al asedio fue el de las trabajadoras que se quedaron en la ciudad. En tiempos normales, Cartagena se presentaba como un buen núcleo de empleo para mujeres de clase popular: una nutrida burguesía local empleaba a cientos de criadas y alimentaba la actividad de pequeñas vendedoras. Muchas huyeron después de proclamado el cantón, pero centeneras de ellas se quedaron. En otoño, el diario del cantón dio publicidad a las “ciudadanas” que producían hilas para los heridos del hospital. También se les agradecía la preparación de la sopa colectiva, y la confección de sacos de pólvora en el parque de artillería donde muchas de ellas encontraron la muerte. En última instancia, algunas subieron a las murallas con rifles. Tanto por su participación como por la de los trabajadores semiforzados del ejército, el cantón de Cartagena merece ser integrado a una historia renovada del movimiento obrero en Europa, que incluya a las trabajadoras y trabajadores precarios, forzados y/o no asalariados.
¿Qué buscaban estas categorías? Defender el cantón significaba luchar por la autonomía del municipio dentro de la federación española. El motor no era la defensa del localismo (la inmensa mayoría del pueblo cantonalista venía de fuera de la provincia de Murcia), sino la del municipio como escala adecuada para el ejercicio de una democracia popular inclusiva, y no simplemente representativa. A los pocos días de proclamado el cantón, los insurrectos bautizaron uno de los principales fuertes de la plaza con el nombre de “Comuneros de Castilla”, referencia clave en la larga historia del municipalismo en España[12]. Mientras tanto, el Fuerte de las Galeras, que simbolizaba la tiranía del ejército, pasaba a llamarse “Fuerte de la Vanguardia de la Federación española”. Según los insurrectos, la revolución iba a despertar a los españoles dormidos desde siglos de tiranía, abriendo un futuro en el que se realizaría la auténtica Federación tanto en la península como en las colonias. Éstas seguirían unidas a la metrópolis, pero asociadas como provincias autónomas. La presencia de tres filipinos en la administración cantonal debía dar testimonio de la fe cantonalista en la reforma imperial. Encerrados en el presidio de Cartagena por su participación supuesta en la insurrección de Cavite (1872), fueron liberados y promovidos por el cantón al rango de comisarios de guerra. Mientras tanto, los millares de soldados y marineros militares que se involucraban en la lucha organizaban de hecho una inmensa huelga militar, en contra de la guerra y de la política represiva en Cuba (donde los contingentes de Cartagena eran enviados). Al mismo tiempo, los cantonalistas también afirmaban su nacionalismo, erigiendo por ejemplo como un icono del cantón al buque acorazado Numancia. Conservaron su nombre, que les permitía asociarse con la resistencia más gloriosa de la historia nacional española. “El día que a mí me digan/que la Numancia se va,” decía una copla todavía cantada en Cartagena en las primeras décadas del siglo XX, “mis ojos serán dos ríos/y mi casa un hospital[13].”Buques militares y fuertes de la plaza cristalizaban las emociones y la identidad de los insurrectos. Antonio de la Calle lo justificaba con estas palabras en El Cantón murciano:
Sí; esos castillos, esos fuertes, esas naves, esos baluartes, el pueblo los construyó, con su trabajo, con su sudor, con su sangre; cada piedra nos representa una historia, cada buque nos recuerda una multitud de esfuerzos, esfuerzos del pueblo, del pueblo esclavo[14].
La tarea del cantón consistía en democratizar los castillos, fuertes, arsenal y naves, instituciones clave del ejército y del imperio. Poco después de proclamada la revolución, el mando de estas distintas instituciones militares pasó de los oficiales del ejército a los obreros del arsenal, a oficiales de grado inferior e incluso a contrabandistas. El orgullo de los insurrectos consistía en demostrar al mundo entero sus capacidades para manejar los cañones de la artillería más moderna, cuya puntería requería altos conocimientos matemáticos, o para maniobrar los enormes buques acorazados de vapor, movilizando una multitud de saberes teóricos y técnicos. Querían mostrar que lo hacían mejor que los oficiales de alta extracción social, formados en academias exclusivas en las que no habían podido entrar, y contra los que estaban luchando.
La acción del cantón también consistió en organizar, de manera mucho más pragmática, la supervivencia de unas 10 a 15 000 personas asediadas durante seis meses. Para ello, tomaron el mando de una fábrica de plata de propiedad privada de Cartagena, en la que acuñaron primero su propia moneda, y luego una moneda falsa más fácil de cambiar. Los batallones de milicianos campesinos, que tenían una larga experiencia en la guerra de guerrillas, realizaban mientras tanto incursiones y razzias para coger ganado en el campo. Estas operaciones pronto se extendieron al mar, donde el cantón desviaba los cargamentos de barcos comerciales, intercambiándolos con bonos. También municipalizaron algunos recursos estatales, como los efectos del arsenal (hierros, jarcias, telas…), para venderlos a los capitanes de barcos extranjeros o en la Argelia francesa. Estas prácticas ponían la economía al servicio de la supervivencia comunitaria, según los preceptos de la antigua economía moral. Sin embargo, esta comunidad no tenía rasgos tradicionales. No era una comunidad de vecinos, sino una comunidad nacida de la guerra, del desplazamiento forzoso y de la disciplina militar. Entre insurrectos, el nivel de conocimiento mutuo era bajo al principio. Pero algunas prácticas democráticas circularon desde la milicia cívica, las sociedades obreras del arsenal y los clubes republicanos hasta los quintos y convictos, e incluso hasta las mujeres de clase popular. Aunque los insurgentes de Cartagena no escribieron mucho sobre su proyecto político, estas prácticas dicen algo de cómo concibieron su revolución como una forma de democratizar, a través del municipio autónomo, la vida política y económica, para desde allí participar en la construcción de la federación nacional y hasta imperial.
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A pesar del interés y la originalidad de una historia como la del cantón de Cartagena, el episodio nunca fue integrado en la historia mundial de las revoluciones ni en la del movimiento obrero. El desinterés de la historiografía española y el de los historiadores extranjeros se alimentaron mutuamente, dando como resultado el olvido en el que ha permanecido la Primera República Española y sus cantones. Este episodio es, sin embargo, decisivo para entender los orígenes del republicanismo social, del municipalismo o del socialismo en Europa, y para alejarse de una historia demasiado centrada en las barricadas parisinas o en los bastiones obreros británicos o alemanes. En regiones consideradas más periféricas y a menudo juzgadas como arcaicas, también se experimentó un comunalismo tan interesante de estudiar como el de la Comuna. Las formas imperiales de globalización que se estaban imponiendo en la Europa de los años 1870 tuvieron consecuencias muy diferentes en París y en Cartagena; no obstante, dieron lugar a respuestas en parte compartidas. En el sureste de España, poblaciones particularmente pobres y sometidas a enormes sistemas de coacción consiguieron, durante más tiempo aun que en la capital francesa, recomponer el sentido de su presente para abrir el porvenir.
[1] B. Malon, «Le socialisme en Espagne », La Revue socialiste, 1889, 5, T9, N49, p. 525.
[2] F. Pí y Margall, La República de 1873. Apuntes para escribir su historia, Libro primero, vindicación del autor, Madrid, Carlos Bailly-Baillière, 1874, p. 7 et p. 10.
[3]Diario de sesiones de Cortes, Legislatura 1931-1933. Cortes Constituyentes, 04-02-1932, Nº 111, p. 3624.
[4] A. Garcia-Balañà, «À la recherche du SexenioDemocrático(1868-1874) dans l’Espagne contemporaine. Chrononymies, politiques de l’histoire et historiographies», en Revue d’histoire du XIXe siècle, vol. 52, nº 1, 2016, págs. 81-101.
[5] N. Alcalá Zamora, Diario de Sesiones de Cortes constituyentes, 14-07-1931, n°1, p. 3.
[6] J. M. Jover,Realidad y mito de la Primera República, Espasa Calpe, Madrid, 1991, p. 49.
[7] A. Garcia-Balañà, «À la recherche… », art.cit. J. Moisand, «Transición et movida», en D. Kalifa, Les Noms d’époque: de «Restauration» à «années de plomb», Gallimard, París, 2020, págs. 143-162.
[9] Un balance historiográfico reciente sobre historia del republicanismo en N. Berjoan, E. Higueras Castañeda, S. Sánchez Collantes (ed), El republicanismo en el espacio ibérico contemporáneo: recorridos y perspectivas, Madrid, Casa de Velázquez, 2021.
[10] Para todo lo siguiente, J. Moisand, Federación o muerte. Los mundos posibles del Cantón de Cartagena, La Catarata, en prensa.
[11] A. Puig Campillo, El Cantón murciano: historia de la primera República española (1932), Ed. Regional de Murcia, Murcia, p. 34.
[12] P. Radcliff, “Las libertades locales: la “tradición municipalista en los discursos de la España democrática contemporánea”, Ayer 123/2021 (3): 165-199.
[13] A. Puig Campillo, El Cantón murciano, op.cit,p. 118.
[14] A. de la Calle, “Victoria o Muerte”, El Cantón murciano, 24/10/1873, p.1
Continuamos con la publicación del documento de las Memorias de un Miliciano que inciamos con NACE UN REPUBLICANO. Memorias del miliciano Isidoro Andreu (I). En él se recogen las vivencias del bilbaíno Isidoro Andreu, desde su incorporación al frente de Álava hasta la retirada por Cantabria y su caída prisionero en la plaza de toros de Santander.
Llegó el mes de enero y con él uno de los hitos más terribles en la historia de nuestra guerra civil. La normalidad, dentro del transcurrir del asedio, era total por lo que aquel día fatal del 4 de enero llegó sin que nada hiciera sospechar a los bilbaínos la sangre que iba a ser derramada. En un momento determinado, suenan las sirenas de alarma aérea, como tantas otras veces había ocurrido y la gente corre despavorida a los refugios. Yo me meto en un desaguadero de la mina de San Luis, en el muelle de Urazurrutia. A los pocos segundos suenan los motores de los Junkers sobre nuestras cabezas y, a continuación, las bombas comienzan a estallar a nuestro alrededor. Está claro que el bombardeo se centra sobre los barrios más populares de Bilbao, en una línea recta que comienza en las cercanías de la “Palanca”, sigue por San Francisco, muelle de Ripa, Casco Viejo, Iturribide, no cayendo una sola bomba sobre el Ensanche, zona de Indauchu y Gran Vía. Un bombardeo verdaderamente clasista y muy propio de las mentalidades de las gentes que lo planificaron. Las dianas son hogares de gentes humildes y los cadáveres aplastados y descuartizados son, en su inmensa mayoría, familias de trabajadores, muchos de los cuales están en los frentes de combate.
Termina el bombardeo, pero antes de alejarse los aviones alemanes, los cazas rusos derriban dos Heinkels. Uno de ellos cae cerca del monte Arraiz y el piloto se tira en paracaídas. Al llegar a tierra se encuentra rodeado por varios milicianos y sólo se le ocurre sacar su pistola. En un momento es muerto por los que le rodeaban y posteriormente su cadáver es paseado por algunas calles bilbaínas. El otro, más prudente, no intentó resistirse y fue hecho prisionero. A medida que pasan las horas, el pueblo de Bilbao va enterándose de la carnicería ocasionada por los aviones facciosos y al estupor y al horror, lo sustituye la rabia y el afán de venganza y entonces la masacre se hace inevitable.
El pueblo bilbaíno, que sabe perfectamente donde están detenidos los principales responsables del estallido de aquella miserable guerra civil, que muchos de ellos han financiado con sus fortunas, intuye perfectamente que, sobre los aviadores asesinos, está la responsabilidad de los plutócratas que han financiado aquella bárbara guerra, para defender sus bastardos intereses materiales. El pueblo bilbaíno conoce de sobra a sus enemigos de clase, conoce sus nombres y apellidos, sabe dónde están refugiados más que presos y, dejándose llevar por la furia de fiera herida que en ese momento, se concentra ante las prisiones de Larrínaga, el Carmelo, las Adoratrices… y ante la pasividad de las fuerzas de orden público del Gobierno Vasco, asalta estas prisiones y se venga de forma cruel, haciendo correr en ellas tanta sangre como horas antes había corrido por las calles de Bilbao.
Aquella explosión de salvajismo no hace otra cosa que abrir más el foso que separa a los dos bandos en lucha y pasado aquel furor cainita, los dos bandos quedan sin argumentos a la hora de reprocharse la bestialidad de lo ocurrido.
Al día siguiente, quizás como consecuencia de aquella tragedia, mi compañera de trabajo Pura, me llama a la trastienda con mucho misterio, me enseña una pistola totalmente nueva, con su estuche reluciente y cuatro cargadores y me pide, por favor, que me haga cargo de ella. Pertenece a su padre, que yo se que es carlista, y me confiesa que teme algún registro en su casa y que la encuentren, con lo que esto podría su poner para él. No tengo ningún inconveniente en quedarme con ella, al contrario, en los tiempos que corren creo que me puede proporcionar seguridad.
Por aquellos días mi famoso y ambiguo primo Tomás, quien había estado un día en mi casa a visitarme vestido con un flamante uniforme de pana marrón, incluida gorra de plato con los distintivos de alumno oficial de la academia militar del gobierno vasco, se presenta esta vez a deshora de la noche, para contarme la más fantástica historia de espionaje. Según me relata, por una denuncia falsa, le habían encerrado en el segundo piso del Colegio de los Jesuitas de Indauchu, cuartel de los batallones de la columna Meabe, acusada de infiltrado de Falange en la academia militar vasca. Se había descolgado por la fachada, agarrado a un canalón de desagüe y, hasta que se aclarasen las cosas, tenía que ayudarle. En principio, me pedía que me acercase hasta su casa (vivía en una barriada encima de la estación del tren, en Deusto) y me cerciorase de si estaba vigilada. El encargo tenía su “miga”, si la acusación estaba fundada, pues podía meterme a mí en un lío; pero se trataba de un primo hermano y no podía dejar de ayudarle. Se quedó en mi casa, más asustado que un perro pequeño y me fui para Deusto, donde comprobé que, efectivamente, le estaban esperando. Al atravesar un pequeño puente que pasaba por debajo de las vías del tren, me metieron de pronto la luz de una linterna por los ojos, mientras me empujaban contra la pared. Eran tres hombres y uno de ellos dijo “no es él, déjale pasar” y ya lo creo que pasé, pero a paso ligero hasta llegar a la estación del ferrocarril y coger el tren de regreso hacia mi casa. Cuando llegué y le conté lo sucedido, casi balbuceando las gracias abrió la puerta y salió como alma que lleva el diablo. No volví a verle hasta varios meses después y en unas circunstancias tan especiales que las relataré en su momento.
Pasan los días y las semanas, hasta que topamos los bilbaínos de la retaguardia con una de las fechas cruciales en la marcha inexorable de aquella “incivil” guerra. Es el 31 de marzo de 1937 y desde la mañana temprano empiezan a circular por Bilbao rumores inquietantes sobre algo grave que está ocurriendo en los frentes de combate. Aquellos rumores se empiezan a confirmar cuando, desde media mañana, comienzan a llegar a la villa, con profusión de sirenas, una serie de ambulancias que a toda velocidad van dirigiéndose a los distintos hospitales que rodean la ciudad. Enseguida cunde la alarma, porque empieza a conocerse que los facciosos han iniciado lo que parece será una gran ofensiva sobre la capital vasca. En las primeras horas de la tarde ya no hay ninguna duda de que en el frente de Ochandiano nuestras tropas se están batiendo bravamente, pero que están casi indefensas ante los bombardeos de los Junkers “nazis”.
Las noticias son alarmantes, pero más alarmantes todavía son los bulos que empieza a propagar la “quinta columna”, que son más fácilmente creídos cuanto más exagerados.
Lo que no resulta un bulo, sino una atroz realidad, es la noticia del feroz bombardeo aéreo sobre Durango, ocurrido a primeras horas de la mañana, que se extiende por todo Bilbao. Se habla de docenas de muertos y muchos heridos, todos ellos civiles, que hay que hospitalizar mezclados con los milicianos que traen de los frentes en plena batalla.
Durante unos días Bilbao vive la guerra con ansiedad, pues la ofensiva fascista es muy dura y se sabe que el frente ha sido roto por dos sitios, por donde se ha introducido el enemigo en una profundidad de varios kilómetros. A los pocos días de batalla, los nervios se van serenando entre los bilbaínos, pues la primera embestida ha sido frenada y el enemigo nos da tregua mientras se recupera y reorganiza.
Pasan los días y la nueva conmoción entre los vecinos de Bilbao se produce el día 18 de abril, cuando una escuadrilla de Junkers nos hace una visita y nos deja su tarjeta en forma de bombas que esta vez me afecta personalmente. Me dicen que una de las bombas ha caído sobre la fábrica de calzado de Cotorruelo, en la calle de Iturribide y tengo un mal presentimiento. En Iturribide vive Eleni y Cotorruelo es refugio antiaéreo en sus sótanos, donde se meten, en caso de alarma antiaérea, muchos vecinos de esa calle. Me desplazo rápidamente hasta allí y me entero, como me temía, que una de las personas que han sacado heridas era ella, pero que no tenía nada grave. Al día siguiente la visito en el hospital de Basurto y puedo comprobar que su fractura de tobillo no ha disminuido su normal simpatía y, aunque todavía asustada, noto que le ha alegrado mi visita, lo que me llena de contento.
Pocos días después y estando todavía ella hospitalizada, el Gobierno Vasco moviliza mi quinta. Ante el dilema de tener que incorporarnos al Regimiento de Garellano, mis amigos y vecinos Alejandro, Ángel el Rubio, Nanu y Santiago, decidimos presentarnos voluntarios en el II Batallón Meabe, de las Juventudes Socialistas[1](2º del Ejercito de Euskadi) bilbaínas, donde creemos que vamos a estar más “arropados”. Allí nos uniforman, nos arman, nos señalan sección, compañía y capitán y, al día siguiente, sin poder despedirnos de nadie, salimos hacia el frente.
Esta vez conocemos nuestro destino, pues en el cuartel del Meabe ya nos habían dicho que nuestro nuevo Batallón estaba en el frente de Barambio. Llegamos allí en pocas horas de viaje y al llegar al pueblo bajamos de los autobuses y nos ponemos en camino, a través del monte, hasta introducirnos en un cerrado bosque de hayas por donde caminamos hasta perder la noción del tiempo. Cuando ya empezábamos a estar hartos de bosque, de pronto, desembocamos en un claro donde, en primer plano, aparece una hermosa perola. A su alrededor varias chabolas rústicas y a las puertas de ellas, una especie de tribu de aborígenes que nos daba la bienvenida con especial cachondeo. Estábamos en la posición de Fuente Roja que, como comprobamos al poco tiempo, era una especie de campamento de “boyscouts” que aunque mayorcitos, disfrutábamos a tope de aquel “chollo” que nos había tocado en plena guerra. En aquella posición no se oía un disparo, el enemigo más cercano estaba en los altos de Sierra Salvada y no era fácil que se les ocurriera bajar y meterse en nuestro bosque, pues los pocos senderos que por allí existían los teníamos perfectamente controlados.
Aquellos días felices pasaron rápidamente y cuando menos los esperábamos, llegó una remesa de milicianos más novatos aún que nosotros, que venían a ocupar nuestra posición. Recogimos nuestros petates y nos introdujimos más en el bosque, en busca de la nueva posición a la que nos enviaba el Mando. A los pocos kilómetros llegamos a una pequeña loma, totalmente cubierta también de arbolado, que dominaba una vaguada por donde subía un camino de carretas, apto para que nos llegase la visita de algún carro de combate, si no fuera porque se había cavado en él una hermosa trampa anti-tanque que lo convertía en intransitable. Aquella era la posición de Sobrehayas y resultaba tan tranquilizadora como la que acabábamos de dejar. Lo que no nos resultó tan agradable fue la primera noche que dormimos allí, pero no por culpa de los requetés, sino de una plaga de sapos que se metió en nuestra cabaña y que nos saltaban a la cara en cuanto nos tumbábamos.
En Sobrehayas fue donde nuestro amigo Nanu dio buen susto a todos, que acabó en regocijo general y motivo de cachondeo durante todos los meses que nos tocó vivir juntos. Una noche, estando el Nanu de guardia en la trinchera, fuimos todos sorprendidos y asustados por el estallido de una bomba de mano. Salimos a la carrera de las chabolas y nos dirigimos a la trinchera donde hacía la guardia nuestro compañero. Este nos recibió haciéndonos un gesto de silencio, mientras con el dedo nos indicaba un lugar de la loma de enfrente donde comenzaba a asomar un punto luminoso. La primera reacción de todos fue de recelo, hasta que uno de nuestros camaradas veteranos soltó un juramento y a continuación una risotada:
“¡Pero será imbécil el tío, que le ha soltado un bombazo a la luna!”
Efectivamente, ésta comenzaba a asomar por el borde de la loma y el Nanu, según su explicación, había creído que alguien se aproximaba con una linterna. Su imaginación y su falta de veteranía le habían jugado una mala pasada que le convirtió en un personaje de “chascarrillo” entre todo el batallón.
Estábamos teniendo una primavera espléndida, comíamos como leones – pues el rancho era poco variado pero abundante – dormíamos lo que queríamos y estábamos atezados de tanto tomar el sol en aquel paraíso particular que nos había tocado en suerte, al margen por completo de los combates que sabíamos se estaban librando en la ofensiva sobre Bilbao. Nuestro único papel en aquel drama consistía en “camuflarnos” bajo la protección de los árboles, cuando alguna escuadrilla de aviación, en su paso hacia los frentes, volaba sobre nosotros.
Vivíamos tan inmersos en aquel “Nirvana” que habíamos perdido la noción del tiempo y no sabíamos ni la fecha, ni casi el mes en que estábamos y en nuestro subconsciente no queríamos saberlo, sino disfrutar de la suerte que teníamos mientras durase. Rehuíamos hablar del mañana, porque en nuestro fuero interno nos asustaba pensar en cómo terminaría aquella guerra, pues no éramos tontos y sabíamos que Asturias estaba lejos pero para nosotros podía convertirse en el fondo del saco donde nos cogerían como cangrejos.
[1]El 2º batallón de la Columna Meabe, también conocido como Stalin, se formó en septiembre al desdoblarse el 1º de Meabe, en el que se habían acumulado excesivos efectivos. Su primer comandante fue Expósito, La mayor parte de sus componentes eran vecinos de Bilbao y las margenes izquierda y derecha del Nervión. Después de los combates de Durango en abril y de Sollube en mayo, la muy desgastada unidad fue mandada con su Brigada a reponerse en un frente pasivo, en Barambio, donde pasó la primera decena de junio. El Stalin quedaría como único batallón de la 9ª Brigada, tras la marcha de los otros dos a combatir en Bilbao durante la batalla final del Cinturón. A partir de mediados de junio la unidad inició la retirada hacia el occidente vizcaíno ante el inexorable avance adversario al Norte de su sector. Ya en Santander, al reorganizarse sus efectivos el 16 de julio, contaba con 573 hombres. Tres días más tarde el batallón, que oficialmente se denominaba I de la 9ª Brigada (luego renumerada como 162ª), aparecía con 594 hombres bajo el mando de Félix Gallarreta. Como aconteció con la mayoría de los batallones de Euzkadi, la unidad desapareció a causa de la ofensiva franquista sobre Santande. Algunos entre ellos Félix Gallarreta, consiguieron escapar a Asturias donde fue capturado, siendo fusilado en Gijón el 10 de enero de 1938.
Como decíamos en la entrada musical del blog VIVE LA COMMUNE! el 18 de marzo de 1871, el día en el que el pueblo de París constituido en «Comuna Autogestionada» se alzó contra la opresión, el hambre y la injusticia es, hoy más que nunca, el máximo referente del auténtico poder ciudadano y democrático. Esta efemérides fue celebrada por la izquierda hasta el franquismo. Tampoco queremos dejar en el olvido la extraordinaria canción de amor ligada a la Commune: LE TEMPS DE CERISES
Reproducimos, desde Sin Permiso,una conferencia de la líder anarquista Federica Montseny, que tuvo lugar en Valencia el 14 de marzo de 1937, en ella, Montseny los vínculos entre la Revolución francesa (1789-1794), la Comuna de París (1871) y la llamada “Revolución española” (1936-1939). No era un gesto en absoluto gratuito.
Camaradas y amigos. Pueblo de Valencia y de toda España: Me ha sido encargada una misión para mi harto satisfactoria; hablar de la Commune de París, hoy, después de setenta y seis años de esa gesta cruenta y heroica. Hablar de la Commune de París, la primera revolución social consciente que hubo en el mundo, en estos momentos en que, como ha dicho el camarada Bajatierra, los hechos se repiten, la historia se enlaza y se continúa en otra gesta: paralela. Ya no por lo que la Commune representa, sino por el símbolo de eternidad que ella significa.
No podemos jamás desligamos del pasado, como no podrán jamás nuestros hijos y nuestros nietos desligarse del presente que nosotros somos. La vida continúa, las ideas transmigran, por así decirlo, de un tiempo a otro. Las ideas sofocadas este siglo, en el siglo que viene triunfan y se imponen y, a su vez, son rebasadas por otros ideales. Esta es la filosofía de la Historia. Es esta la eternidad de la misma vida. Desde que el mundo existe, desde que hay hombres sobre la tierra y desde que estos hombres tuvieron conciencia de sí mismos y se agitaron persiguiendo un ideal que ha sido eterno, así ha ocurrido siempre, constantemente. Este ideal eterno es la persecución incesante del Bien, de la Libertad, de la Justicia.
Hemos pugnado siempre por vivir mejor de lo que vivíamos, por ser más felices de lo que éramos, por gozar una mayor libertad, a la que está vinculada la propia razón de nuestra existencia. Y así se ha hecho la Historia, así se han ido produciendo los grandes movimientos de masas y este movimiento selecto, cerebral, de las minorías, que han sido las conductoras de las masas. Ellas han sido las conductoras de las masas; es preciso reconocer y proclamar esto.
El pueblo, como abstracción grandiosa, se incorpora a la historia del mundo en el momento en que formula aspiraciones concretas, aspiraciones a realizar. Y este momento llegó con la primera revolución política, con la Revolución francesa. Hasta este instaste, el pueblo, las masas eran la fuerza amorfa, la catapulta histórica de que se valían las minorías selectas para luchar contra los poderosos de su tiempo.
La Commune de París fue el primer movimiento revolucionario consciente; pero antes de la Commune, ¡cuántas conmociones sociales, qué proceso trabajoso y lento, terriblemente sangriento, ha sido la vida de los pueblos! La revolución de los siervos en la Edad Media; más lejos aún, las rebeliones de los esclavos con Espartaco; más lejos todavía, las rebeliones de los primeros hombres que se sintieron oprimidos, de las primeras tribus que fueron sometidas por otras, y siempre la misma lucha, la misma pugna; Prometeo, encadenado, pugnando por desencadenarse, y el cerebro, el hombre, formando conciencia de sí mismo, dándose cuenta de su dignidad, de su majestad, sintiéndose el dios de la creación, el único dios que existía, buscando la verdad, la justicia, esforzándose por libertarse a sí mismo y por libertar a sus semejantes. Los siervos se rebelaron en Cataluña, conducidos por Verntallat; en Alemania se produjo el movimiento formidable de los campesinos, ahogado en sangre; en Bohemia, el levantamiento social-religioso de los husitas. Y en tanto, las minorías selectas, los hombres que, con su sacrificio personal, gestaban los movimientos de las masas, los hombres, individualmente considerados, eran quemados en las hogueras, subían las gradas de los patíbulos, morían en la horca, sus cabezas caían destrozadas por el hacha de los verdugos.
Y así siempre, la historia eterna: el pueblo, estimulado por la desesperación, por el hambre, por la sed de venganza, lanzándose en un momento determinado a la calle. Siempre ahogado, siempre sofocado, siempre vencido. Y la idea, el anhelo eterno que lo santifica todo, corriendo de una aspiración a otra, de una idealidad a otra, de un hombre a otro, de una generación, de una época a otra, siempre perfeccionándose, siempre luchando por alcanzar un mayor grado de bien, de libertad, de justicia.
Estalla la Revolución francesa, el primer movimiento de masas que lleva ya una finalidad, que sabe a lo que aspira: a los derechos del hombre y del ciudadano, que aún no han sido realizados por la democracia de ningún país. La Revolución francesa fue vencida también por el mismo hecho fatal, porque la Historia demuestra que no progresamos en línea recta, sino en espiral permanente, a saltos siempre, un paso adelante, dos atrás y oíros pasos adelante. Siempre, cuando una revolución se produce, en el primer momento de impulso, avanzamos; luego hemos de retroceder y nos quedamos, al final, en un justo medio, que es el justo medio de las posibilidades del momento, no el justo medio de las posibilidades humanas.
La Revolución francesa es vencida. He de hablar de la Commune, pero no puede hablarse de la Commune sin hablar antes de la Revolución. La misma similitud, alargada por un periodo mayor de tiempo, que ofrece la Commune do París con la Revolución española, la ofrece la Revolución francesa con nuestra Revolución también. Estalla la Revolución francesa, son decapitados los reyes, es destruido el poder feudal, es arrebatado el poder absoluto de manos de la monarquía, y se produce una revolución de tipo político que destruye para siempre la idea de Dios, vinculada a la soberanía de los reyes.
La Santa Alianza contra la Revolución
Inmediatamente se hace la santa alianza de todas las monarquías contra la revolución francesa, la misma santa alianza que se ha hecho hoy contra España y la Revolución española. Se unen los países todos contra Francia. Los reyes no defienden la cabeza de Luis y de María Antonieta. El propio hermano de María Antonieta, emperador de Austria, deja morir en el patíbulo a Luis y a María Antonieta, porque le interesaba contar con el pretexto de vengar la sangre de unos reyes ejecutados por el pueblo, para poder invadir Francia. Y Francia se defiende, como nos defendemos hoy nosotros. No hay ejército organizado: el ejército organizado era realista, era monárquico. Y los primeros soldados que luchan contra Alemania, Rusia. Italia, Austria e Inglaterra, son las legiones de desarrapados de Hoche, el caudillo de la revolución. Se organiza el ejército, lo organizan las masas de Marselleses, y es la Marsellesa el himno que les lleva a la muerte y a la victoria. ¡Hasta dónde habría llegado la Revolución francesa, en su plan de posibilidades y de realizaciones, si no hubiera surgido el hecho fatal que se produce en casi todos los movimientos revolucionarios! En el caos producido y enconado, incluso por los mismos elementos que tenían interés en cortar la marcha de la revolución, surge un hombre que recoge la desesperación, la desorientación, que la coordina en lo que es el imperativo categórico de la hora: la necesidad de organizar una fuerza armada y de luchar contra el invasor. Ese hombre es Napoleón. En el momento en que Napoleón llega a ser primer cónsul, la Revolución ha terminado. Pero las ideas de la Revolución, han quedado sembradas. Sembradas, no ya solamente en la conciencia de la “élite” que siempre ha ido orientando los movimientos de las multitudes: han quedado sembradas en el alma misma de las multitudes.
Crecen nuevas generaciones. En Francia, entregada al poder absoluto de Napoleón, las ideas son amortiguadas, son destruidas por los mismos intereses creados por la Revolución y vinculados a la vida del primer imperio. Pero las ideas recorren el mundo, y las ideas de la Revolución francesa son las que producen el verdadero renacimiento espiritual y filosófico que se extiende por toda Europa. Todo el siglo XIX, fecundado por la Revolución francesa, es un siglo de revueltas populares, es un siglo de filosofía, de investigaciones científicas, de literatura, de arte, de música, de poesía revolucionaria. Se suceden unos a otros los movimientos. En 1830, el segundo movimiento revolucionario en Francia, abortado también, traicionado, porque surgen los aprovechadores, los demagogos fáciles que recogen las aspiraciones del pueblo para establecer la monarquía con Luis Felipe, esta vez con carácter constitucional y de tipo demagógico.
El año 48, movimientos populares en toda Europa, en Alemania, en Italia, en España, en Francia. Y otra vez los aventureros, otra vez los ambiciosos, otra vez los que se aprovechan de la eterna candidez del pueblo, para conseguir triunfar e imponerse: Napoleón Bonaparte, el pequeño. Otra era para Francia. Otra era de convulsiones internas. Entre tanto, se gesta, se hace espiritualmente una generación nueva: la generación de la Commune.
En todo el mundo las ideas de la Internacional surgen
La democracia ya ha nacido, y en todo el mundo las ideas de la Internacional surgen. Es el primer grito lanzado a los pueblos y a los hombres. La primera vez que se dice a los proletarios de todos los países, que deben unirse, que para el obrero francés, para el obrero italiano, para el obrero inglés o español, no hay patria, que la patria es propiedad de los ricos que la poseen territorialmente, y que para los pobres no hay más que una patria universal. Esta idea, la idea madre de la Internacional prende, se extiende y se van formando los movimientos obreros organizados, porque hasta entonces, los movimientos obreros no habían sido más que luchas de gremios que se agrupaban para resistir a las huelgas, para defenderse de injusticias personales, pero no existía un movimiento obrero organizado como lucha contra el capital. En España surgen las primeras asociaciones, la primera sociedad obrera de resistencia al capital, y surgen también las represiones, tan fecundas siempre, porque ellas son las que en realidad siembran las ideas revolucionarias. Viene la represión de Zapatero, el general siniestro, fusilando centenares y centenares de obreros.
Y en España empieza un movimiento que continúa el de los constitucionalistas: es ya el movimiento republicano. Son los republicanos, con un contenido de ideas sociales, revolucionarias, que supera al de casi todos los republicanos del mundo. En España, la República fue, desde el primer momento, una República de tendencias socialistas. Los que trajeron la idea eran hombres abiertos al mundo. Eran un Pi y Margall, un Sixto Cámara, un Figueras, un Joarizti, un Salmerón, todos hombres de cultura, de ideas universales, que habían vivido proscritos en el extranjero, y que traían a España, junto con las de República, las ideas de Proudhon, de Bakunin, de Carlos Marx.
La guerra con Prusia fue un capricho imperial
Llegamos al hecho culminante del imperio de Napoleón III: la guerra con Prusia. Estalla la guerra con Prusia, que es un capricho imperial. Un emperador y una emperatriz imbuidos, poseídos de delirio de grandeza, quieren emular las glorias de Napoleón I, y se atreven a desafiar a Bismarck y a Guillermo. Estalla la guerra con Prusia, en la cual, el ejército francés, dirigido por una serie de generales de salón, conducidos por un mariscal sanguinario e inepto, cual Mac-Mahon, motivó una frase de Guillermo que simbolizó aquella lucha. Guillermo, contemplando como se batían los soldados franceses, pronunció esta frase histórica: “Es un ejército de leones dirigidos por asnos”.
Cada día las cosas se ponen peor. Para mantener la guerra, se carga de impuestos al pueblo francés. Las masas están descontentas. Empiezan a escasear los alimentos. No se puede trabajar, y en París hay una élite, hay una juventud magnifica, hay una legión de hombres y mujeres abrevados en las ideas de la Internacional, preparados espiritualmente por todo un proceso de resistencia, de oposición al segundo Imperio, mucho más pequeño, mucho más ruin y mezquino que el primero. Y, como he dicho al principio, ideales ahogados en este siglo, dos o tres siglos después, surgen y se pugna por realizarlos. Cuando son ideas muy audaces, cuando son principios sociales que requieren una transformación total de las conciencias, se precisa mucho tiempo para conseguir que triunfen.
Hace cuatro siglos Valencia inició un movimiento social
Hace cuatro siglos que en Valencia, precisamente, fue ahogado un movimiento producido a compás y como consecuencia del movimiento de los Comuneros de Castilla, aunque en Valencia adquirió desde el primer momento carácter más social. No eran ya los señores feudales españoles que luchaban contra el invasor extranjero, sino los obreros, los gremios, los trabajadores de la ciudad y del campo, los que, agrupados en las famosas Germanías, a la vez que luchaban contra los flamencos de Carlos V de Alemania y Carlos I de España, pugnaban por un mínimo de reivindicaciones, luchaban por la autonomía de los Municipios, por los fueros y franquicias de Valencia como por los fueros y franquicias de Castilla y León luchaban los comuneros.
Es ahogado el movimiento de las Germanías, son muertos sus hombres representativos, centenares, millares de obreros y campesinos son ahorcados en los campos y en las calles, pero queda el principio comunalista. De ahí que, cuatro siglos después, pueda escribir Ramón de Cala un libro titulado “Los comuneros de París”. Salvando la distancia, el movimiento de París es presidido por la misma idea lanzada al vuelo y destruida en Villalar, en Castilla, y con la ejecución de los agermanados en Valencia.
La Commune de París se produce. Y ahora empieza el periodo de similitud con la situación española. Como reacción del pueblo de París, cuando se da cuenta de la maniobra tendente a entregar París a las hordas prusianas. Napoleón el pequeño, ruin siempre, miserable siempre, viéndose vencido, cotiza su vencimiento y ofrece París a Bismarck y Guillermo a condición de asegurarle determinados derechos. Hay agitación revolucionaria en Francia, hay descontento en París y en las provincias contra el Imperio. Se grita nuevamente “¡Viva la República!”, en las calles y plazas de París. El pueblo vuelve los ojos hacia los principios proclamados por la primera revolución, la grande, la eterna, y Napoleón se da cuenta de ello, como se dan cuenta de ello los aventureros que le siguen, ya que Napoleón, para triunfar, engañando al pueblo, ante el que se presentó con una máscara socialista, necesitó rodearse de una legión de ex presidiarios o de gente presidiable. Los crímenes de su reinado se fueron acumulando uno tras otro. Se casó morgánicamente con una inglesa, miss Howard, con la cual tuvo un hijo, y cuando quiso casarse con la emperatriz Eugenia, como miss Howard resultaba molesta, un día la encontraron estrangulada en su cama. Hubo un general pundonoroso y digno que intentó desenmascarar a Napoleón. Este general era Bazaine, y fue condenado a reclusión perpetua en la Isla de Santa Margarita.
Un crimen tras otro. Un periodista intentó hacer una campaña, descubriendo el crimen de que había sido víctima miss Howard, y a este periodista le asesinaron al entrar en su casa. Era Napoleón un hombre que no vacilaba ante nada ni ante nadie. Aventurero vulgar, de ambiciones pequeñas, no puede compararse con Napoleón I, que tuvo, a pesar de todo, pasiones y grandezas de hombre. Y viéndose vencido, viendo que era imposible contener el estallido revolucionario de Francia, se preparó para vender Francia a los Alemanes. Esto flotaba en el ambiente parisino. y cuando ya sonaban los cañones alemanes en Paris, cuando se oía ya el fragor de la lucha, cuando con cinismo incomparable Mac-Mahon y Napoleón hablaban de rendirse y retirarse, como lo hicieron, a Versalles, surge la Commune. Surge el grito del pueblo negándose a dejar entrar a los alemanes en París.
París contra Versalles
Fue la Guardia Nacional, constituida por elementos republicanos, la que dió el golpe de Estado que produjo la Commune de París. Se proclamó un Gobierno revolucionario, se constituyó un Comité Central de la Guardia Nacional, que fue el que organizó la lucha con los Versalleses. Se constituyó en París el primer Consejo Comunal. El Gobierno revolucionario tomó este nombre. Las ideas de la Commune estaban ya lanzadas al vuelo. Las masas las recogían y pugnaban ya por realizarlas. Estalló el 18 de Marzo; duró la Commune hasta el 21 de Mayo. Durante estos dos meses, la lucha fue terrible, constante. París se defendía doblemente, contra el ataque de los alemanes y contra el de los versalleses. El pueblo en armas mantenía la lucha. La desgracia de París fue la de verse abandonado por las provincias.
La Commune fue proclamada en Marsella, en Burdeos, en Lyon, pero sofocada y destruida en pocas horas. Los pueblos, no agitados, no preparados, no advertidos, permanecieron mudos, y Napoleón pudo pactar con los alemanes y sofocar el movimiento revolucionario de París. Pactar de tal manera, que junto con los soldados que entraron por la puerta de San Claudio, el dia 21 de Mayo, entraron no pocos soldados alemanes confundidos con las tropas napoleónicas.
Por primera vez se aplican los principios socialistas
La Commune, durante su breve vida, realizó una serie de hechos justos, proclamó una cantidad de principios socialistas por los que ahora precisamente estamos pugnando nosotros. Dos meses de vida, y ¡qué dos meses, camaradas! La similitud otra vez se establece. París, sitiado, con el enemigo delante y detrás; Prusia y Versalles contra él. Y París, debatiéndose en un mar de luchas internas. Hay unas palabras de Flourens, la más pura, la más nobilísima, la más excelsa figura de la Commune, que parecen aplicadas a nuestros momentos. Los versalleses se introducen en París; cada día entran espías y agentes provocadores. Ellos siembran la desconfianza entre el pueblo. Están ya enfrentados el Consejo Comunal y el Comité Central de la Guardia Nacional, en la que hay un hombre austero, rígido, el general Cluseret. Se enfrentan las dos tendencias: de un lado, los jacobinos de Rigault y Ferré; de otro, los socialistas moderados. La lucha se encona, la desconfianza se extiende, y Flourens, en un momento de amargura, dice: “Sin confianza nada puede hacerse. Si somos traidores, fusiladnos, pero antes concedednos un margen de confianza, sin el cual nada se puede hacer”.
La muerte de Flourens es un detalle de aquel tiempo. Un capitán de gendarmes le abrió la cabeza de un sablazo. El cuerpo quedó tendido en tierra, los sesos esparcidos, la sangre de aquel hombre, puro y noble, regando la tierra, y las prostitutas doradas, las mujeres de lujo, las queridas de los mariscales, de los nobles, se entretenían en levantar los sesos de Flourens con sus sombrillas y en ultrajar el cuerpo, pisoteándolo. Flourens es un detalle.
Una vez la Commune sofocada, lo que fue la venganza de los versalleses no tiene nombre. La Commune no puede fijarse en un nombre solo. Son una legión de hombres, de mujeres; son Reclus, Pyat, Rigault, Ferré, Luisa Michel; ¡son tantos y tantos hombres y mujeres! Son las “petroleras”, mujeres heroicas entre las cuales (detalle que cito) la Historia recoge el nombre de María Fernández, española. El poder, vinculado a la tiranía y al crimen, ya no se llama Mac- Mahon, el general inepto, el asno que conducía un ejército de leones, pero que servía perfectamente para llenar de sangre las calles de París; ya no se llama Napoleón. Tiene otro nombre: se llama Thiers.
Aparentó recoger el clamor revolucionario del pueblo, pero no con el carácter que el pueblo quería darle, sino con el carácter moderado, reaccionario, mejor dicho, de una República vinculada a sus intereses, y fue Thiers el hombre de la represión, el que hizo fusilar a los comunalistas, a sus mujeres, a sus hijos, diciendo: “Matadlos a todos, los lobos, las lobas y los lobeznos”. Los dichosos fueron los que, como el viejo Delescluze, murieron en la barricada, sin entrégame, agotando hasta el último cartucho. Fueron los más felices los que consiguieron morir enseguida, pero ¡cuántos hombres y mujeres triturados, con las manos cortadas, con el cuerpo acribillado por los bayonetazos!
La represión, Reclus, Luisa Michel
La represión de la Commune fue horrorosa; 35.000 obreros murieron en diez días contra el muro de los federales en el Pére Lachaisse. Pero para daros idea lo que fué la represión, os diré que en París había 80.000 obreros metalúrgicos antes de empezar el movimiento de la Commune. Después, cuando fue restableciéndose la calma, la calma de las tumbas, cuando volvieron al trabajo, estos hombres solo eran ya dos mil. El resto había sido fusilado, estaba en la cárcel, estaba perseguido o andaba huyendo.
¡Los comunalistas acusados de criminales, de asesinos! Después del asesinato de Flourens; después de la muerte alevosa del general Duval, al que arrastraron por las calles; después de todos los crímenes cometidos por los versalleses con los comunalistas, sus mujeres y sus hijos, sólo en un barrio, en el cual se defendían corno último reducto los comunalistas, la única cosa que hizo la Commune fue fusilar un grupo de rehenes, entre los cuales estaba el arzobispo de París, al que ofrecieron para canjearlo por Blanqui, otra ilustre figura de la Commune, y al que Thiers no quiso entregar, fusilándole. Ni un crimen, ni una innobleza, ni una deslealtad que manche el puro prestigio de la Commune.
En cambio, no es posible hablar de la represión, porque nosotros sabemos lo que son represiones. Hemos vivido algunas en España, pero la de la Commune, por su crueldad, no tiene igual en la historia, supera todos las horrores de la antigüedad y la Edad Media. La Commune ya está vencida. El 21 de Mayo termina la epopeya. La represión duró cinco años, cinco años de tribunales condenando a muerte, a deportación en Caledonia, en Guayana, en Cayena. Entre las grandes figuras condenadas, figuraba Elíseo Reclus. Un sabio, un geógrafo eminente, de fama universal, un pacifista, hasta el extremo de que tomó parte en la lucha con el fusil boca abajo, porque él decía: “Yo estoy conforme con la idea de la Commune, y voy a morir junto con los que por ella mueren, pero en cambio yo, pacifista, no quiero matar a nadie, y llevo el fusil boca abajo”. Este hombre fue condenado a muerte, y todos los sabios, las eminencias científicas del mundo, los intelectuales de fama universal, llenaron un pliego con miles de firmas que obligaron a Thiers a evitar su muerte y devolverlo a la civilización y a la cultura.
Otra figura: Luisa Michel. Una joven institutriz, hija bastarda de un noble y de una criada que el noble tenía. Mujer excelsa, nobilísima, que luchó como quien más luchara y que pronunció ante el Tribunal estas palabras solemnes que, por si solas, bastarían para incorporarla a la historia. Por ser mujer, por ser hija, aunque ilegítima, de una familia noble, que trabajó constantemente para salvar su vida, los jueces querían ser clementes con ella, se habían comprometido a serlo. Luisa rechazó el perdón, diciendo al Tribunal: “No me ofendáis, no me degradéis con un perdón que ni quiero, ni necesito, ni merezco. He luchado junto a los que más han luchado, he disparado junto con los que más lo han hecho; exijo para mí el honor de la muerte que habéis dado a los otros”.
No se atrevieron a condenarla a muerte, pero no tuvieron más remedio que deportaría a Nueva Caledonia. Volvió al cabo de bastantes años, vieja, agotada por una vida dura y cruenta, pero su nombre quedó agregado al acervo revolucionario del mundo como una figura excelsa, toda sensibilidad, que llevaba su ternura, prolongándola, desde las mujeres, los hombres y los niños, hasta los perros y los gatos, hacia todo ser que sufriera en la tierra. Luisa Míchel sintetiza la Commune, todo lo que era, como eflorescencia generosa, como manifestación magnífica de ideas superiores, de una nueva concepción de la sociedad y de la vida.
Continuamos la tradición de la Commune
Han pasado 66 años, camaradas, desde que la Commune fue vencida entre dos fuegos, vencida con sus consejos comunales, con sus asociaciones de productores organizados. Sesenta y seis años de lucha, en que las ideas han ido germinando. No eran comunistas: eran comunalistas. No podían llamarse comunistas.
Era, precisamente, aquel movimiento lo que ha sido eternamente en España el movimiento federalista y libertario. Era el Municipio con derechos de poder constituido, organizando la vida sobre el pacto o federación y el mutuo acuerdo. Si la idea de la Commune hubiera triunfado en Francia, se habría constituido el Gran Consejo Federal. Cada provincia, cada ciudad habría tenido consejos comunales autónomos, con una Federación entre sí. Políticamente estas eran las ideas de la Commune. Ideas arraigadas entre nosotros, vinculadas a nuestra propia vida, y esa es la interpretación que tienen nuestras comunas libres. Y en Francia, medio en broma medio en serio, existen comunas libres, como la comuna de Picpus, artística y literaria, como la comuna libre de Suresnes, en la que ha puesto todo su entusiasmo Sellier, el que hoy es ministro de Sanidad de Francia. Existen aún el espíritu, la tradición, las ideas de la Commune a los 66 años; rebrotan en España, porque estas ideas son completas, en el aspecto político. Se levantan sobre los derechos del hombre y del ciudadano. El hombre con derecho a la libertad, con derecho igual a la vida, el hombre trabajando de acuerdo con los demás hombres. Y del hombre al Municipio, del Municipio a la Asociación de Municipios, a la Federación universal. Ideas federalistas en el orden político que respetan la libertad humana, que la enlazan y la vinculan resumiéndolas en esa frase casi definitiva de Pi y Margall: “la libertad de uno, termina donde empieza la libertad de otro”. Ponerlas de acuerdo, coordinar todas las libertades en una acción de conjunto, he ahí el concierto establecido, he ahí la armonía universal.
En el aspecto social, las ideas de la Commune son las ideas socialistas sin adjetivos. No son el socialismo anarquista ni el socialismo demócrata. Son la socialización de los medios de producción, de las fábricas, de los campos, de los talleres, socializados por las asociaciones de productores. Decidme vosotros, si no aspiramos a lo mismo que intentó realizar la Commune de París, que realizó durante los dos meses de su existencia. De ahí que, para nosotros, para España, la Commune tenga una importancia fundamental; de tal manera la tiene, que podemos decir que la represión de la Commune repercutió sobre nosotros.
España, sede del socialismo federalista
El año 1871 se produjo la Commune. Inmediatamente después, la represión internacional contra la Internacional de los Trabajadores. Se la acusó de ser la que había organizado la Commune, de preparar los movimientos de protesta contra la represión en todas las ciudades importantes de Europa. Se persiguió por igual a todos los miembros de la Internacional, que se llamaban socialistas sin adjetivos, porque aún no se había producido la división fundamental que había de separar a los socialistas bakuninistas de los socialistas demócratas o marxistas.
A través del tiempo, 66 años después, la gesta de la Commune, revolviéndose contra la opresión, contra la invasión de Ejércitos extranjeros, la gesta de la Commune pugnando por las ideas federalistas, resurge en España. Y resurge venciendo la división establecida y estableciendo de nuevo el gran principio unitario del socialismo sin adjetivos, de la socialización que es reivindicación de los derechos del hombre; poniendo al productor en usufructo de los medios de producción y organizando la vida sobre la base de la sociedad sin clases, sin explotados ni explotadores, sola y exclusivamente de productores, de hombres útiles para la especie y para si mismos, hombres dedicados a todas las actividades, lo mismo intelectuales que manuales, pero no viviendo de explotar la actividad de los demás.
Reencontramos, a través del tiempo, las ideas defendidas en Valencia con el movimiento de las Germanías. En nuestra revolución, mejor que en la propia revolución rusa, rebrotan las ideas de la Commune, a pesar de que aquélla pugnó también por lo mismo, ya que los soviets de obreros y campesinos organizados en las ciudades y en los pueblos no eran ni más ni menos que los Consejos Comunales de la Commune. Al final, el mismo anhelo de poner los hombres de acuerdo, de transformar la Sociedad, convirtiéndola en sociedad de hombres útiles y destruyendo las clases, estableciendo una sola categoría: la de los hombres que trabajan, y una Sociedad única, una Sociedad en que puedan vivir libres e iguales. La misma idea de libertad y de igualdad vinculada a los principios esenciales de la revolución francesa. Los derechos del hombre y del ciudadano no fueron solamente el derecho al sufragio, la igualdad ante la ley. etc., reivindicaciones políticas ya conseguidas por la democracia; los derechos del hombre y del ciudadano eran los expresados en el programa de “Los Iguales”, los que fueron lema de la revolución francesa: libertad. Igualdad y Fraternidad.
La vida nos alecciona constantemente
Ahora hablaremos de otro aspecto. No es posible que esta conferencia sea, pura y simplemente, una mirada retrospectiva, una glosa del pasado, examinando un movimiento separado de nosotros por la distancia enorme de 66 años.
Cada año ha habido un aniversario de la Commune; cada año se han escrito artículos periodísticos rememorando la Commune; cada año se han glosado las figuras excelsas de la Commune, pero en ningún año, en España sobre todo, la Commune había de tener tal repercusión, tal eco. Hemos de sacar enseñanzas. No haríamos nada nosotros, sin aprovechar las enseñanzas que los otros nos dan. La vida nos alecciona y hemos de aprender constantemente. Aprender para la especie, para la Historia. Nosotros, individualmente considerados, como época, como generación, no somos nadie. Nada más que eslabones de una misma cadena, y si los niños para andar tienen que caer muchas veces, así nosotros también hemos de caer muchas veces para aprender a andar. La Commune fue una de las innumerables caídas de la especie, que ha de enseñarnos a andar. En esto también hemos de volver a Flourens, que decía que para el verdadero revolucionario todo se reduce a una cosa: no darse jamás por vencido.
Un verdadero revolucionario, es revolucionario siempre. Si en una revolución es vencido, en otra revolución triunfa. El movimiento se demuestra constantemente, andando. En España hemos tenido también caídas dolorosas. ¡Cuántas veces hemos ido rebotando sobre las piedras de todos los caminos! ¡Cuántas aristas clavadas en nuestra carne! ¡Cuántas víctimas dejadas en el camino! Pero todo eso nos ha enseñado a andar; gracias a todo eso andamos. Andamos aún a ciegas buscando la idea madre, la idea motriz que nos conduzca hacia el camino verdadero, por el que pueda ser realizada.
El error de la Commune fue aislarse del campo
La Commune cometió errores imperdonables. El error más grande fue el de ser, pura y simplemente, un movimiento de masas industriales. Esa fue la desgracia de Francia. Francia, mientras ha sido un pueblo viril, un pueblo digno, ha tenido siempre dos o tres ciudades, hirvientes de entusiasmo, agitadas constantemente. De un lado, una enorme población campesina, unas provincias que han sido constantemente una rémora para París, para Burdeos, para Lyon, para Marsella. Este fue el error de la Commune. Se preparó, se gestó en París, que era el cerebro, la cabeza, pero el resto del cuerpo fue abandonado a sí mismo. Por eso, las provincias enviaron los soldados a Versalles y estos soldados lucharon contra el pueblo de París.
En España, en este error no hemos incurrido. Hemos pensado siempre que no hay revolución posible si esa revolución no se hace en la ciudad y en el campo. Félix Pyat, cuando moría, pronunció estas palabras: “Estábamos equivocados; aún no se habían transformado lo bastante las conciencias”. “Era un movimiento prematuro”. Pero nosotros hemos tenido tiempo de trabajar las conciencias, de preparar la conciencia popular española, de los obreros industriales y de los campesinos. En España, una burguesía cerril, inculta e inepta, una aristocracia aún más inculta que la propia burguesía, una clase media de aspiraciones reducidas, de horizontes morales pequeñísimos. Y solo un proletariado, solo una masa obrera de la ciudad y del campo, agitándose, persiguiendo ideales eternos de justicia. Esa ha sido España, y esa ha sido la suerte y la desgracia de España. De ahí que en España todos los movimientos, aun los políticos, han debido tener un contenido social.
Desde el 48 hasta hoy, no se ha producido en España ningún movimiento político, republicano, socialista o anarquista, que no haya tenido un contenido social. Ha de tenerlo a la fuerza, cuando es el pueblo, son los explotados, los siervos de la gleba, los mineros que bajan al fondo de las minas, los que ganan el pan con el sudor de sus frentes en los talleres, en las fábricas, los que producen el movimiento, los que dan su sangre por el movimiento y por los ideales a él vinculados. De ahí el contenido social de todos los movimientos populares españoles.
Todos los movimientos en España han tenido un fuerte sentido social
La primera República de España tuvo ya contenido social. Y lo ha debido tener la segunda. Precisamente porque se intentó quitarle el contenido social que le había dado el espíritu popular, se produjeron movimientos revolucionarios y se llegó a la revolución que estamos viviendo. En España sólo se conseguirá el equilibrio en el momento en que el ideal político, el plan de realizaciones sociales dé cumplida satisfacción a las necesidades y a los anhelos de los que son el nervio, la sangre arterial de todos los movimientos: los trabajadores de la ciudad y del campo. Pero si la Commune cometió el error de olvidar las provincias y abandonar el campo, nosotros también hemos incurrido en errores, y contra esos errores trabajamos hoy con desesperación. Con desesperación he dicho, y esta es la palabra.
La situación de París, sitiado, era difícil, pero no es menos difícil la situación de España. En España hay uu círculo de hierro establecido por todas las naciones extranjeras. Estamos cercados por mar y por tierra, con un enemigo interior apoyado internacionalmente y con un pueblo abandonado por el proletariado y las democracias de todo el mundo, sacrificado al interés de cada país, como si las ideas universalistas de la Internacional, del socialismo, fuesen letra muerta para un pueblo como el inglés, como el francés, como el belga, que nos inmolan al terror que sienten de que se repita la guerra, que no podrán evitar tampoco a pesar de nuestro sacrificio. Pero el hecho es éste: Una España debatiéndose en una guerra civil, parecida a la guerra civil producida en Francia después de la primera revolución. Los plutócratas, los reaccionarios, los privilegiados de siempre, unidos contra nosotros. Nosotros, los trabajadores, los explotados de siempre, unidos también más o menos relativamente contra la unidad de los otros. Y nuestros errores, de los que hay que hablar siempre para que puedan ser subsanados.
Hay que transformar la conciencia social de nuestro pueblo
En España ha habido un movimiento obrero, abrevado siempre en ideas revolucionarias, en oposición permanente, porque en ella residía precisamente la posibilidad de mantener en constante tensión al pueblo. Y ahora necesitamos dar a las masas, a los trabajadores de la ciudad y del campo, el sentido constructivo, la capacidad organizadora, todo lo que no pudimos desarrollar en ellos, porque no podíamos dedicarnos a más labor que la de la lucha, que la de oposición. Si el error de la Commune fue abandonar a los obreros del campo, desafiar sola, confiando en su potencia espiritual y moral, al enemigo, el error nuestro sería también desafiar al enemigo de fuera y de dentro, sin tener transformada la conciencia popular que ha de darnos la victoria, que ha de realizar las ideas de la Commune rebrotadas en España.
Nos debatimos siempre en el mismo círculo vicioso. Necesitamos dar sentido constructivo a nuestra revolución. Necesitamos que nuestras masas, que el proletariado, la esencia y la potencia de España, tengan sentido constructivo, para que se conviertan en la fuerza organizada con que hemos de luchar contra los enemigos, contra los de dentro y los de fuera. ¡Transformar la conciencia! Hacerla serena, sobria. Confiando sin exceso, pero no desconfiando sistemáticamente, porque nada puede hacerse sin un mínimo de confianza en los demás.
Si miramos a nuestro alrededor y no vemos más que enemigos, más que traidores, más que gentes que pueden colaborar con el adversario, estamos absolutamente perdidos; no haremos nada. Flourens lo decía con desesperación, viendo cómo se extendía la divergencia entre los jacobinos y los moderados. Unidad, consciente y serena, y sentido constructivo, no negativo. Hasta ahora hemos destruido, hemos sido una fuerza de oposición; ahora hemos de ser una fuerza constructiva. Serenamente, sobriamente, firmemente.
Unidad y sentido constructivo contra el bloqueo internacional
Para luchar, se necesitan fortificaciones. No pueden luchar los hombres sin parapetos, sin trincheras. Socialmente, tampoco se lucha sin parapetos, sin fortificaciones. ¿Sabéis cuáles han de ser las nuestras, las de los que luchamos por una sociedad mejor? Las realizaciones. Aquello que se hace sólidamente, firmemente, y que no puede ser destruido así como así. ¡Construir! He aquí el imperativo categórico del momento. Hacer labor efectiva. Esto es lo que debemos de hacer nosotros. Reparar nuestros errores, superar nuestra propia conciencia transformándola y adaptándola a las necesidades del momento. Actuar, trabajar, realizar. No podemos perder ni un segundo. Hemos de hacer una doble obra de confianza y de defensa.
Con las fortificaciones, en el frente, los soldados resisten, se baten y vencen. Nosotros, en la retaguardia, en el aspecto social hemos de hacer lo propio. Realizar algo que quede, que reste. Si no lo hacemos, si nos dedicamos sólo a destruir, si el enemigo rebasa nuestras primeras líneas, nos encontrará en la retaguardia desarmados, indefensos también en el aspecto económico. Pensemos ahora por un momento. El bloqueo de España es un hecho. Llamarlo ‘control’ es una ironía sangrienta. La realidad es esto: un bloqueo. Italia-Alemania, Inglaterra, Francia, rodeando las costas españolas. Mientras se consiente que Italia controle la costa mediterránea, para poder desembarcar a su gusto divisiones, no se permite que Rusia controle nuestras costas porque se la considera beligerante en la lucha de España. Además, por si fuera poco, empieza a hablarse ya de tomar medidas financieras contra España, y eso se hace después de haber hablado Italia de la conveniencia de embargar el oro español.
¿Sabéis lo que eso representa? El bloqueo de todas las divisas, impidiendo la entrada en España de materias primas, de medicamentos, de alimentos, de todo lo que España necesita. Y se hace contra España, contra un país que está enzarzado en una guerra civil, que no es combatiente contra nadie. Pero eso se va a hacer. Es una combinación magnifica, una manera de conseguir los dos objetivos fundamentales del momento: los mismos objetivos que perseguía la santa alianza contra Francia el año 93. Lo que perseguían Napoleón y Bismarck contra la Commune de París. Entregados a nosotros mismos, debatiéndonos en una lucha desigual, porque mientras Francia e Inglaterra serán fieles al control, no dándonos absolutamente nada, en cambio Alemania e Italia darán lo que les parezca a los rebeldes. Un cordón de fuego y de hierro a nuestro alrededor.
Una revolución que estalla, un país que aspira a realizar ideales socialistas, un capitalismo internacional con intereses colosales, con minas en Riotinto, en Puertollano, en Almadén, en Asturias, en Vizcaya, en toda España; con capitales en toda clase de empresas españolas, desde la Telefónica hasta la última explotación de Suria y de Figols. Y este capitalismo pugnando por reducir por el hambre a un país que va a realizar una revolución, intentando someterle por hambre, como se somete a la familia del revolucionario obligándole a ir a misa y a aceptar más horas de trabajo, por el mismo procedimiento de una forma vulgar expresado.
Si nosotros no tenemos aquí trincheras económicas, ¿qué será de nosotros? No podremos traer trigo del extranjero, ni materias primas. Si no intensificamos la producción, si no realizamos los máximos esfuerzos, la lucha durará poco. Seremos reducidos por hambre. No serán las hordas de Franco y Mola, contra las que luchamos victoriosamente, no serán las cuatro divisiones de italianos que luchan en el frente de la Alcarria lo que nos vencerá. Será el bloqueo por el hambre, será la imposibilidad de traer a España alimentos y materias primas. ¿Comprendéis esto?
Intereses imperialistas frente a nuestra revolución
Nosotros podemos pensar que la revolución, en virtud de esos saltos de que os hablaba, dos pasos adelante, uno atrás, no avanza tanto como queremos; podemos considerar, decir entre nosotros, que la revolución está sacrificada, que actuamos contrarrevolucionariamente, que saboteamos los principios revolucionarios, pero para el extranjero todo eso no existe. Para el extranjero no hay más que una verdad única y simple: un capitalismo destruido, unos intereses capitalistas internacionales reducidos a cero, una revolución socialista que sigue su curso y que va a realizar ideas demasiado avanzadas, que pueden ser el ejemplo que sigan los proletarios de los demás pueblos. Y contra esto, que para nosotros es poco, que para los de fuera es muchísimo, la unidad sagrada, la santa alianza de todos los países capitalistas europeos.
Inglaterra está frente al poder naval de Alemania y de Italia; Inglaterra ha de defender los intereses coloniales frente al expansionismo imperialista de Italia y de Alemania, pero frente a la revolución española, que puede agitar las legiones de siervos que tiene en Asia, que puede producir movimientos similares en Escocia, en Irlanda, en el País de Gales, forma también el cuadro, tiene que ser enemiga nuestra, porque defiende los intereses de los capitalistas ingleses. Francia, país democrático, el país de la Commune, desangrado por la guerra, destruido espiritualmente por la guerra, con un proletariado que prevé una amenaza fascista interior, se debate en una lucha cruenta, en una lucha moral terrible, porque, a pesar de todo, el espíritu francés es caballeresco y noble, y Francia sufre el drama más tremendo que puede sufrir un pueblo individual y colectivamente considerado: una Alemania poderosa, armada hasta los dientes, delante; una Italia al lado; el peligro de una invasión alemana por los Pirineos; interiormente desarmados, sin fuerzas para resistir contra Alemania, contra Italia y contra una España fascista, no confiando más que en Inglaterra y oscilando a compás de las oscilaciones de Inglaterra.
Solos frente al enemigo
Y nosotros absolutamente solos, porque Rusia está muy lejos, puede ser fácilmente cerrado el paso de los Dardanelos, y Méjico más lejos todavía. ¡Solos! Esa es la realidad. Solos con nuestras luchas y con nuestro espíritu negativo, pugnando aún por transformar las conciencias de que hablaba Félix Pyat, que la Commune no pudo transformar en dos meses. Nosotros llevamos varios meses y hemos de darles el espíritu constructivo que no han tenido hasta ahora. Hemos de ser el puntal material que resista al bloqueo económico y militar.
Hemos de exaltar en nosotros un sentimiento que, aunque después pueda convertirse en peligroso, hoy ha de ser el aglutinante que nos una a todos. Aquí estamos, reunidos, republicanos, socialistas, comunistas, anarquistas, hombres de todas las tendencias, con anhelos políticos diversos. Podemos pugnar los unos por una cosa y los otros por otra. Pero hemos de ver muy claro, que si España es sometida por Italia y Alemania, lo que se realizará aquí será algo ajeno a nuestra raza, algo importado de fuera. En España se rompió los dientes Napoleón, en España se estrelló el poder napoleónico; podemos decir que el Alcalde de Móstoles fue la avanzada de Waterloo. Y ahora yo os digo, camaradas de todas las tendencias que no habéis perdido como españoles el espíritu indómito de la raza: hay una unidad, una triple unidad a establecer: la unidad racial contra el invasor; la unidad moral contra el enemigo político, porque hay muchos puntos de contacto entre nosotros, porque hay un ideal común y eterno que han perseguido siempre los hombres, y la última, la instintiva, la que establecen los animales cuando se ven acosados por el hombre. Cuando en las selvas africanas y asiáticas aparecen los cazadores, los animales se agrupan: los antílopes y ciervos al lado del león, su enemigo, y las cabras al lado de las serpientes, que se deslizan por el suelo.
En la paz, el león devora al ciervo y la serpiente se come al cabritillo tierno; pero cuando surge el hombre, que es el enemigo de todos, huyen al unísono y todos se meten en el mismo agujero: es la unidad de la vida, es la unidad del instinto de conservación. ¿Seremos inferiores a los animales, que ni esa unidad sepamos establecer? La hemos establecido, pero, ¡cuántas veces quebrada por los unos y por los otros! Y eso es un crimen. Tal es el caso de las que, llámense como se llamen, hagan obra partidista, pugnen por realizar sus ideales particulares, por emplazar los intereses de partido o de organización por encima del interés colectivo de la lucha.
Vosotros, trabajadores de todas las tendencias, vinculados a la causa de España, que es la causa de la libertad y de la justicia, de la defensa contra el enemigo interior y exterior, no debéis hacer obra partidista. Toda obra partidista es una obra contrarrevolucionaria. Lo he dicho mil veces, y lo repito ahora: si la hacen los unos, ellos serán los contrarrevolucionarios; si la hacemos nosotros, lo seremos también.
Unidad nacional contra el invasor extranjero
Unidad política, de hombre que lucha contra el enemigo secular de todos los principios democráticos, porque la democracia se extiende desde la palabra democracia –Gobierno del pueblo por el pueblo– hasta la palabra acracia, que es gobierno de cada hombre sobre sí mismo. Unidad elemental, primaria, troglodítica, que es la establecida por los animales y por los primeros hombres contra las tribus que los perseguían. Triple unidad y comprensión clara del momento, sabiendo lo que nos jugamos en esta guerra y en la revolución, que solo ha empezado. ¿Sabéis cuánto tiempo necesitó la Commune de París para llegar al momento psicológico propicio? Ocho años. Nosotros, de tanteo revolucionario, llevamos solamente seis. La revolución no ha comenzado hasta el 18 de julio. Han transcurrido ocho meses. ¿Qué son ocho meses? Nada. En el tiempo nada; como una gota de agua en el océano. ¿Cuánto tiempo durará la revolución? ¡Quién sabe! La revolución rusa empezó el 18 y puede decirse que aún no ha terminado.
¡Quién sabe lo que durará la nuestra! Lo que sí sabemos es que vivimos el periodo inicial, el que acosa a todas las revoluciones: la santa alianza, la unidad sagrada de los intereses que la revolución daña, contra los que los dañamos, contra todos; los republicanos, porque no consintieron que Franco y Mola se apoderara del Gobierno; los socialistas, volviendo a incorporarse al ritmo revolucionario con el movimiento de octubre del 34, y nosotros porque hemos sido los que hemos mantenido en constante tensión, los que hemos hecho hacer gimnasia revolucionaria al pueblo español desde el 14 de Abril hasta la fecha. Pero esa gimnasia revolucionaria ahora ha de transformarse. Ahora hay que hacer la gimnasia del trabajo, poniendo en tensión todos los músculos de nuestro cuerpo. La que hace el obrero de la mina arrancándole sus tesoros; la que hace todo obrero que trabaja, que produce, que puede decir: esto es lo que he hecho.
Las dos fases: destrucción y construcción
Hay dos períodos revolucionarios: el que yo llamo prerrevolución, que es el periodo de agitación permanente, en el que el revolucionario no debe darse nunca por vencido, periodo magníficamente llevado por nosotros. Después el revolucionario, el período de coordinación del esfuerzo, de organización de la lucha, en que la destrucción moral se convierte en destrucción material, y las masas lo aniquilan todo. Y después el período constructivo, que revolución que destruye sin construir no hace absolutamente nada. Si destruimos un barrio obrero porque es sucio, porque está formado por casuchas infectas, en las que viven, revueltos, los chicos, los hombres y los perros. Hemos de tener preparado otro más sano, más alegre, más claro, para estas familias. Si no hacemos esto, a esas familias las dejamos sin amparo.
Otra cosa que quiero que comprendáis bien: una revolución destruye todo lo pasado, todo lo sucio, todo lo atrasado; pero ha de ser a condición de que construya lo nuevo, la casa limpia, la casa sana, la casa mejor. Y esa es la obra que hemos de realizar nosotros. Construir un mundo nuevo que sustituya el mundo viejo que estamos destruyendo. En una mano la piqueta demoledora y en la otra el buril que cincela. Hemos de estar en todas partes, hemos de saber cumplir todos, nuestra misión de revolucionarios, de combatientes, de productores. El que no sirva para el frente, en la retaguardia, pero trabajando, pero produciendo. No se puede exigir a todos los hombres que sean héroes, que tengan espíritu combativo, pero se puede exigir a todos los hombres que rindan un servicio a la sociedad, que sean útiles a sus semejantes. El que no sirva para combatir, que trabaje, pero nadie, por nada, en nombre de nada, tiene derecho a dedicarse a destruir lo que los otros hacen.
España, País predestinado a grandes destinos
Esa es la labor. Y si no lo hacemos, camaradas, ¿cuál será nuestra suerte? No soy pesimista. No he creído nunca que podamos ser vencidos. En cierto modo, por temperamento, quizá por condición de la raza, soy un espíritu fatalista. Yo creo que las cosas no están escritas, pero que hay un encadenamiento de hechos, hay una causalidad que nos conduce a un fin predestinado. El destino lo forjamos nosotros, con nuestras reacciones frente a los hechos que se van encadenando.
Yo creí siempre que España era un país predestinado para convertirse en país mesías. Lo he creído, si queréis de una manera absurda. ¿Cómo podía creerlo esto de un pueblo que tiene un contingente de analfabetos superior a todos los países europeos; de un pueblo industrialmente situado en un nivel medio inferior en mucho al de los pueblos francés, inglés o alemán? Pero cada vez que salgo de España, cada vez que me asomo al mundo y veo el contraste violento entre la vitalidad española, entre la fuerza y el empuje de España, y la entrega, el acomodamiento a lo constituido de los demás hombres y de los demás pueblos, veo que España, con todos nuestros defectos, con nuestra incultura, con nuestra pobreza material y espiritual, es un pueblo guía, un pueblo de empuje, de impulso.
Decía el otro día, y lo repito hoy: las montañas sólo las vemos grandes cuando estamos lejos de ellas; los árboles nos impiden siempre ver el bosque; pero cuando nos alejamos, es cuando vemos la inmensidad de una montaña, cuando contemplamos la majestuosidad de un Himalaya. España, de cerca, vista desde aquí, la vemos pequeña; hay que verla desde otros pueblos, a distancia, con sus sacrificios y sus grandezas. Un país inacabado, pero que es cantera magnifica, de la que van desprendiéndose y cada día se desprenderán mejores productos; un país que halla su fuerza, su impulso, en la tierra misma; un país guía predestinado para la libertad y que no podrá verse jamás sometido a la esclavitud. Definía Napoleón a España como una piel de buey, y decía: “Cuando la tengo aplastada por un lado, se levanta por otro”. Y así ha sido. Cuando no en Andalucía, en Cataluña, en Asturias, en Vizcaya, basta en la más modesta y miserable de sus regiones.
Contra la confabulación internacional, caramadas: ¡hay que vencer!
De ahí arranca mi inmensa confianza en España; pero eso no quiere decir que nos durmamos sobre los laureles. ¡Si fuéramos vencidos! No quiero hablar del horror que fue la represión de Octubre en España, de lo que ha sido la entrada de los facciosos en Badajoz, pongo por caso, en cuya Plaza de Toros, con una ametralladora, se fusiló a 1.500 obreros ante los burgueses, los aristócratas, los funcionarios vinculados a la causa de Franco, entre risotadas. El espectáculo revive los horrores de los circos romanos en que morían los cristianos devorados por las fieras. Os he hablado de lo que fue la represión de la Commune, y esa sería la represión de la revolución española, entre aullidos formidables, surgidos de todos, absolutamente de todos los países capitalistas, como en Octubre la plutocracia española jaleaba a los verdugos y les incitaba a verter más sangre.
Todos gritarían contra los revolucionarios, y dirían: “No hay que tener piedad con ese país que ha intentado correr demasiado, que quiso dañar nuestros privilegios de clase”. Eso, por orgullo racial, por sentimiento de dignidad, no puede ser. España lo impedirá. ¿De qué manera? Como sea, camaradas, defendiéndonos con las uñas y con los dientes, formando la unidad, el contacto de codos preciso para que seamos un bloque indestructible. Después dilucidaremos nuestros conflictos, discutiremos quién tiene más razón de todos, pero primero la unidad elemental, la primaria, la establecida por los animales en peligro, y siempre en el sentido constructivo que jalona la obra del hombre, dejando huellas, dejando rastro, diciendo: “Por aquí hemos pasado, porque hemos hecho esto”.
Voy a terminar, camaradas, porque estoy muy cansada. Voy a terminar con una recomendación única a todos vosotros. Yo hablo siempre con sinceridad, con nobleza, yo no engaño a nadie. Si alguna vez engañara, seria yo la primera engañada, y de todo lo que he dicho, de esa lección del pasado que he intentado hacer desfilar ante vuestros ojos, sacad una sola enseñanza. Pensad que os lo digo con el fin de contribuir, en la medida de mis fuerzas, al triunfo sobre un enemigo internacional y poderoso. Para contribuir a la obra revolucionaria y constructiva que ha de hacerse. Cuando veo de qué manera vienen a España los hombres mejores de otros países, la “élite” espiritual, los elegidos de cada pueblo, las individualidades conscientes que vienen a España a prestarnos su esfuerzo y a morir y vencer junto a nosotros, aun cuando no fuese más que por eso: para pagar de alguna manera el Sacrificio, para corresponder a la fe, a la confianza que en nosotros ponen esos hombres, pienso que debemos ser dignos de ellos, de ese esfuerzo, de esa sangre generosa mezclada, al derramarse, con la nuestra.
La suerte del mundo la decide nuestra revolución
Pero, además, hay toda una causa mundial vinculada a la nuestra. La Commune vencida, fue la represión en todo el mundo. La revolución española, vencida, sería el principio del fin de una reacción internacional en Europa y en América. El fascismo se extendería como una mancha de aceite.
España en poder del fascismo seria el preludio de una Francia también fascista, sería el fascismo universal, el Estado totalitario dueño absoluto de los destinos del mundo. Y las ideas de democracias y todo lo que representaron la revolución francesa, la Commune de París, la revolución rusa, destruido por mucho tiempo. De nuevo, el esfuerzo trabajoso; de nuevo las minorías que luchan y que mueren, las masas sojuzgadas, y las conquistas elementales de los trabajadores anuladas, destruidas. ¿Comprendéis esto, camaradas? No luchamos sólo por nosotros.
No es nuestra vida, nuestro derecho solamente lo que está en litigio; está en litigio el propio porvenir del mundo. Triunfante la revolución en España, el fascismo vencido en España, es una puñalada de muerte asestada al fascismo internacional, es la revolución que comienza en todo el mundo. Nosotros vencidos, triunfante el fascismo, es la represión universal, es la reacción triunfante, es el fin de la democracia y del socialismo, es la propia Rusia en peligro, es todo, absolutamente todo perdido. Todo eso representamos nosotros. De un lado, la libertad y el progreso; de otro, el Estado anulando la personalidad humana, destruyendo sus conquistas, la obra de civilización de muchos siglos. ¡Luchemos hasta morir! ¡Luchemos hasta caer rendidos!, pensando que no luchamos por nosotros, por España solamente: que luchamos por el mundo entero, por el mañana de nuestros hijos, por la libertad de los pueblos y por nuestra dignidad de hombres.
Nos hemos acercado a diferentes lugares de Burgos para conocer una parte de la historia de esta provincia vecina: el campo de concentración de Miranda de Ebro, la escuela de Bañuelos de Bureba, la cárcel de santa Agueda y las fosas del Monte Estepar. En ese camino hemos sido extraordinariamente acogidos por la Asociación escuela Benaiges,, la Coordinadora de Burgos para la recuperación de la Memoria histórica y la CNT. Ha sido un placer, muchas gracias por la hospitalidad.
Salida 8 de Bilbao (Iglesia de san Nicolás) y a las 9 de Vitoria (Plaza de América Latina).
CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE MIRANDA
Centro Cívico Raimundo Porres – Avenida República Argentina, 3 Tel: 670 50 49 47. HORARIO: Invierno, de lunes a sábado de 9:00 a 15:00 y de 17:00 a 21:00 horas. Horario de verano (de 15 de junio a 15 de septiembre) de lunes a viernes de 8:00 a 15:00 horas. (Fernando Cardero 650033909)
No hemos encontrado ni rastro republicano en Nabarniz. Donde además de estar en el ámbito rural conservador vizcaíno impermeable al avance del liberalismo, influiría el aislamiento geográfico a los pies del monte Iluntzar.
Nabarniz se encuentra ubicado en el noroeste de Bizkaia, en la comarca de Busturialdea, formando parte de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai. A una altitud media de 360 m, es el más alto de la comarca. Dista nueve km de la capital de la comarca, Guernica y Luno, y 40 km de Bilbao, capital de la provincia de Vizcaya. Limita al norte con Ereño e Ispaster, al sur con Mendata y Aulesti, al este con Ereño, Kortezubi, Mendata y al oeste Arrazua.
La economía de Nabarniz estaba apoyada en el sector primario, agricultura y ganadería, basadas en el caserío. Una economía con escasez de recursos para los 642 habitantes que en 1934 vivían en los barrios de Ikazurieta, Intxaurraga, Uribarri-Zabaleta, Elexalde, Merika y Lekerika. Con la industrialización de la comarca a principios del siglo XX se produjo una nueva fuente de riqueza al ir a trabajar a las industrias de Gernika.
La intención de esta sección es publicar los escasos datos de las personas y con las aportaciones que nos hagáis los lectores y lectoras para ir añadiendo/corrigiendo los datos (biográficos y fotográficos), bien como comentario o bien escribiendo al correo: crepublicano@gmail.com
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EL AYUNTAMIENTO REPUBLICANO
En las elecciones de 12-IV-1931 resultaron elegidos automáticamente los 7 concejales, por el artículo 29, al no haber más candidatos que el de elegibles, así sin votación. Fueron proclamados como concejales: Pedro Arriola, Jesús Lequericabeascoa, Francisco Aranas, Segundo Zuazo, Lázaro Beascoa, Félix Arrescurrinaga, y Víctor Lequericauriarte.
En 1933 en aquellos municipios en que sólo se había presentado una candidatura se había elegido la corporación sin votación, en virtud del artículo 29 de la ley electoral, se repitieron el 23 de abril de 1933, en ellas las mujeres pudieron votar por primera vez. De este modo en la ley el 20 de diciembre de 1932 donde se ordenaba el cese de todos los concejales elegidos por el artículo 29 y se creaban las Comisiones Gestoras Municipales que gobernaron los ayuntamientos cesados hasta las nuevas elecciones de abril de 1933.
En enero de 1933 se nombran comisiones gestoras en los ayuntamientos formados por el artículo 29 y en los que se celebrarían en abril 1933. Formadas por un funcionario: Carmen Martínez, un contribuyente Victorio Arrate y un obrero Abundio Guerricagoitia.
Así se celebran las elecciones municipales en abril de 1937, con un triunfo nacionalista Son elegidos por el PNV Acaiturri, Sierra, Larrinaga, Malaxetxebarria, y Basterretxea . Y 2 por la lista de la Unión de Derechas: Zabalgogeaskoa y Mugira o Ondartza.
LAS ELECCIONES DE LOS AÑOS TREINTA
En las elecciones a cortes constituyentes de 1931 La coalición autonomista de derechas formada por el PNV y CT recibió la mayor parte de los votos. ¡Por su parte, la izquierda alcanzó su mejor resultado !15 votos! Las elecciones de 1933 dieron un claro triunfo a la derecha en España y en Nabarniz. En 1936, la Comunión Tradicionalista y Renovación Española mejoraron sus resultados volviendo a ganar.
VERANO Y OCTUBRE DE 1934
Las elecciones generales del 19 de noviembre de 1933, que dieron un claro triunfo a la derecha en España, en ese contexto el nuevo gobierno supuso una involución en muchos de los avances republicanos. En Euskadi en el verano y otoño de 1934 la conflictividad social y política alcanzó su máxima gravedad. Uno de ellos fue un proceso de recentralización que en agosto y septiembre va a ser el País Vasco el foco de tensión, y acabaría con la represión del movimiento municipalista. En el verano de 1934, los ayuntamientos vascos se movilizaron en defensa del Concierto Económico, el llamado “El pleito municipalista” por la aplicación del “Estatuto del vino”, que suponía pérdida de autonomía en lo relativo a los impuestos de los municipios. El gobierno de Samper (Partido Radical) pretendía modificar el régimen fiscal específico que tenía el comercio del vino en el País Vasco, esa desgravación fiscal de su consumo perjudicaba a las haciendas locales vascas ya que afectaba a uno de los pilares de su recaudación. El conflicto que culminó el 7 de septiembre de 1934 con la dimisión de los concejales nacionalistas, republicanos y socialistas, los cuales además fueron suspendidos judicialmente. Los concejales y el alcalde nacionalistas dimitieron el 7 de septiembre y fueron cesados.
Los del Ayuntamiento de Nabarniz también fueron condenados Jose Ignacio Sierra y tres más. No tenemos noticia de la gestora nombrada pero seguramente permanecerían los otros tres concejales de derechas que no dimitirán.
Al mes siguiente, en octubre, tuvieron lugar los sucesos revolucionarios en toda España, que en Vizcaya tuvieron gran incidencia en Bilbao y la Margen Izquierda. No hay noticias de Nabarniz.
EL OCASO DE LA REPÚBLICA
El 23 de febrero del 1936, después de la victoria del Frente Popular, se repone el ayuntamiento de elección popular.
Durante la guerra del 36 permanece en poder de las fuerzas leales a la República hasta el 28 de abril de 1937. En esta fecha Nabarniz fue rebasado por fuerzas de la IV Brigada nacional en su rápido avance hacia Gernika tras el desbordamiento de la línea de los Intxortas.
Tras la entrada de los nacionales se nombró un ayuntamiento formado por: Jesús Lequericabeascoa Badiola (Concejal 1931), Evaristo Erequieta (Arejita ¿?) Urquiola (Concejal candidato 1933)., German Zabaldodeascoa Basterreche (Concejal electo 1933), Paulino Urzaa Aboitiz, Felix Arrezcurinaga Zabaljauregui (Concejal 1931), Martin Ondarza Plaza((Concejal candidato 1933)., Florencio Garatea Larrinaga (candidato a Concejal 1933).
La moción del Colectivo Republicano de Euskal Herria que presentamos en 2021, hoy se ha visto realizada en el Ayuntamiento de Bilbao, homenajeando a la corporación de 1931. Ha tenido lugar el descubrimiento de una placa conmemorativa de 100 x 80 cm, realizada en bronce en estilo clásico, que incluye el siguiente texto:
“Bilboko Udalak aintzatespena eta gorazarre egin nahi die, batetik, 1931n hautatutako Udalbatzari, zeina kargugabetua eta jazarria izan baitzen 1937ko ekainaren 19tik aurrera, eta bestetik, patu bera jasan zuten bilbotarrei. / El Ayuntamiento de Bilbao en reconocimiento y homenaje a la Corporación Municipal elegida en el año 1931, desposeída de sus cargos y perseguida a partir del 19 de junio de 1937, así como a los bilbainos y bilbainas que padecieron el mismo destino”.
Sobre el tema escribe hoy un artículo el compañero Jon Penche en el periódico deia.
Homenaje al Ayuntamiento republicano de Bilbao
EL Ayuntamiento de Bilbao celebra hoy un homenaje a la corporación municipal elegida en el año 1931, desposeída de sus cargos y perseguida a partir del 19 de junio de 1937, reconocimiento que se hace extensivo al resto de bilbainos y bilbainas que padecieron el mismo destino.
Este acto fue impulsado por el Colectivo Republicano de Euskal Herria que, en la sesión plenaria del 25 de marzo de 2021, solicitó, en el turno popular, la realización de un acto en memoria de aquella corporación republicana, con motivo del 90 aniversario de su acceso al Consistorio, coincidiendo con la proclamación de la II República en España; moción que recibió un amplio apoyo por parte de los grupos políticos. No pudiéndose realizar entonces un evento con amplia participación por los rigores de la pandemia, finalmente se ha trasladado a 2023, en la recta final de la legislatura.
Conviene detenernos un tanto en los avatares de aquel Ayuntamiento republicano para entender la razón de ser de este homenaje.
Aquella corporación fue elegida en las elecciones celebradas el 12 de abril de 1931, convertidas en un auténtico referéndum sobre monarquía o república en España. En Bilbao, venció la candidatura del Bloque Antimonárquico, compuesto por socialistas, republicanos y ANV, frente a las listas del PNV y la Concentración Monárquica. Los partidos del Bloque se repartieron 31 concejales, frente a 12 de los jeltzales y 3 de los monárquicos, siendo elegido como alcalde el republicano Ernesto Ercoreca.
El nuevo Ayuntamiento tuvo que hacer frente a los principales retos que tenía el país desde el plano local, de acuerdo con el espíritu reformista del Gobierno republicano y de la Constitución de 1931, que eran el empleo, la educación y las cuestiones religiosa y autonómica.
Uno de los temas que más preocupó a la nueva Corporación fue la creciente crisis de trabajo –un problema generalizado en aquella época en España– para lo cual impulsó un ambicioso plan de obras públicas para así crear empleo y combatir el paro, aumentando este capítulo del presupuesto de forma notable. Se emprendieron obras como la ampliación del muelle de la Ribera, la reforma del mercado del Ensanche, la reparación de calles y la instalación de tuberías de agua y de alumbrado eléctrico, además de la creación de una bolsa de trabajo y otras medidas de socorro a los parados.
Paralelamente a la lucha contra el paro, otra de las materias sobre las que las nuevas corporaciones republicanas en España dieron un giro radical frente a lo ocurrido anteriormente fue en educación y cultura, en consonancia con las medidas que, desde el Gobierno de la República, con el socialista Fernando de los Ríos a la cabeza, se estaban tomando. Desde el Consistorio bilbaino se asumió plenamente este objetivo y se promovió un plan para la construcción y habilitación de escuelas, en colaboración con el Gobierno. De esta forma se pusieron en marcha diversas medidas, entre las que estaba la construcción de once nuevos grupos escolares para los, se calculaba, casi 15.000 niños de la villa entre 3 y 14 años que estaban sin escolarizar.
Los debates que se produjeron en la discusión constitucional por la separación de Iglesia y Estado y la consecución de una sociedad laica se reprodujeron en el Ayuntamiento bilbaino, en este caso entre la mayoría laica republicano-socialista y el principal partido de la oposición, el PNV, de raíz católica. La mayor discusión se produjo en torno al derribo de la estatua del Sagrado Corazón, construida durante la dictadura de Primo de Rivera, defendida por el gobierno municipal, mientras que los jeltzales solicitaban la pervivencia del monumento. La retirada de la vía pública de la estatua fue aprobada, pero la interposición de un recurso ante los tribunales de un grupo de exalcaldes de Bilbao paralizó la decisión.
El Ayuntamiento de Bilbao, al igual que otros municipios vascos, fue suspendido por el gobernador civil a comienzos de septiembre de 1934 a causa de la supresión del impuesto de consumos del vino propugnado por el gobierno radical-cedista, que chocaba con el Concierto Económico. Repuesta tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936, aquella corporación tuvo que hacer frente a la situación bélica derivada del golpe de estado del 18 de julio de 1936, tomando medidas para colaborar en el esfuerzo de la guerra y en la defensa de la villa. La actividad municipal cesó el 9 de junio de 1937, fecha del último pleno, tres días antes de la ruptura del cinturón defensivo de Bilbao.
Aquel equipo municipal conoció la persecución y el exilio tras la entrada de las tropas franquistas en Bilbao el 19 de junio de 1937, al igual que muchos y muchas bilbainos y bilbainas. En este sentido, cabe recordar algunos casos, como el periplo del propio alcalde Ercoreca, siendo detenido en su exilio de Biarritz por los alemanes, entregado a las autoridades franquistas y desterrado en Valladolid; los fusilamientos del republicano Alfredo Espinosa Orive y del socialista Julián Zugazagoitia; el paso por los campos de concentración nazis del republicano Jesús Sáenz Ríos; la muerte en combate del socialista Fulgencio Mateos; la cárcel que sufrieron los jeltzales Eugenio Abrisqueta, Juan Garayo y Tomás Olascoaga, así como los miembros de ANV José Domingo Arana, José María Gochi y Miguel López Elorriaga o los republicanos Mario Areizaga y Andrés Arriortua; el exilio, en algunos casos hasta su muerte, de los republicanos Ambrosio Garbisu, Manuel Carabias o Wenceslao López Albo; los socialistas Paulino Gómez Beltrán, Fermín Zarza, Juan Nadal, Rufino Laiseca, Eulogio Urrejola, Luis de la Plaza, Ángel Lacort o Santiago Aznar Sarachaga; los miembros de ANV Tomás Bilbao y Nicolás Madariaga Astigarraga o el jeltzale Juan José Basterra.
Somos deudores de nuestros antepasados y, como tales, debemos recordar a aquellos que nos precedieron y dejaron lo mejor de sí –la vida incluida– en la defensa de los valores democráticos.
«Galería de Perpetuas». Pepa Flores AKA «Marisol». 1979
El pasado sábado, 4 de marzo, tuvieron lugar en Madrid dos multitudinarios actos, preparatorios del Día Internacional de la Mujer, organizados respectivamente por cada una de las dos fuerzas políticas que conforman el actual gobierno de coalición. Uno de ellos, organizado por la plana mayor del PSOE, con Sánchez Castejón al frente; el otro, convocado desde el Ministerio de Igualdad, representando al sector más izquierdista del ejecutivo.
Los dos encuentros —denostados hasta la extenuación por la “derechita cobarde”, la ultraderecha tardo-franquista y el “neo-oportunismo naranja”— no hacían más que constatar las diferentes posturas que se plantea la izquierda (más o menos light, domesticada, revisionista o como se prefiera etiquetar…) casi a mediados de la tercera década del siglo XXI, en relación al papel y el peso que el feminismo, el machismo y el sexismo tienen en nuestra sociedad; así como constatar, pese a lo deseado, la indiscutible pervivencia del patriarcado (más de 10.000 años después de su aparición, según aseguran un buen número de expertos en antropología) en el día a día político, social, laboral, sexual o cultural de nuestro tiempo.
El mitin del PSOE fue, como no cabía esperar otra cosa, una reunión de ministros y/o ministrables, candidatos en ciernes, aparatistas y un buen puñado de figurantes haciendo precampaña electoral y repitiendo consignas mil veces escuchadas, mientas se miraban el ombligo los unos a las otras y los otros a las unas, sin atreverse si quiera a nombrar la tan denigrada ley del “Solo sí es Sí” (que, si nada lo impide, pretende enmendar el PSOE con la complicidad de toda la derecha parlamentaria en pleno) ni tampoco a enfrentarse de una vez por todas al CGPJ y a aquellos que lo controlan y manipulan tras las bambalinas. El acto del Ministerio de Igualdad (o de Unidas Podemos, si lo preferís. Aunque no me parezca lo más correcto tildarlo de tal, dado que pesaron en él tanto las voces críticas como las de “partido”) fue bastante más allá. Buena prueba de ello fue que la organización del encuentro se atrevió a invitar y a dar voz a María Galindo, una conocida activista boliviana, cofundadora y líder del colectivo “Mujeres Creando”; representante del ala más radical del feminismo latinoamericano y claramente comprometida desde hace décadas con la lucha anticapitalista, anticolonialista y antipatriarcal.
María Galindo no habló mucho más de 10 minutos en el Encuentro Internacional, “We call it feminism. Feminismo para un mundo mejor”, organizado por el Ministerio dirigido por Irene Montero. Pero para la mayoría de las presentes quiero pensar que aquellos 10 minutos fueron toda una vida, y no porque resultasen pesados, aburridos o farragosos, sino porque las palabras de María Galindo debieron sonar como una alarma antiaérea, despertando consciencias con tal intensidad que, por qué no decirlo, seguro que incluso llegaron a producir en algún momento la lógica incomodidad que se crea cuando te sacan a empujones (dialécticos) de tu zona de confort. A mí, particularmente, su mitin —porque, para qué engañarse, no ha sido otra cosa que un mitin— me ha dejado conmocionado por su claridad, su valentía, su atrevimiento y su falta absoluta de corrección política. Y es por ello que en estos momentos, marcados como cada año por la defensa y reivindicación del Día Internacional de la Mujer, me parece más oportuno y mucho más coherente dejar que sea ella la que os hable, reproduciendo la corta arenga que pronunció el pasado día 4 de marzo, subida a la mesa que presidía aquel encuentro feminista, al estilo de esas fotografías tantas veces vistas de los líderes revolucionarios del pasado (siempre varones, eso sí), arengando a las masas, ansiosas de acción y de cambios, en una improvisada tribuna hecha de cajas de madera, sobre el techo de un coche o desde el pescante de un camión blindado.
Estas son, textuales, las palabras de María Galindo. Disfrutadlas:
“Les cambio el derecho al voto por el derecho a la redefinición radical de lo que se entiende por política. Les cambio el derecho al matrimonio igualitario por la abolición del matrimonio. Les cambio el derecho a la inscripción del delito de feminicidio en el código penal por el derecho a no ser asesinadas. Y les sugiero que si les preocupa la trata de personas, especialmente a las españolas y europeas acá presentes, luchen por la abolición de la Ley de Extranjería y no por la criminalización de las trabajadoras sexuales. Y, por si acaso, esa lucha no puede darse en el contexto de sus sistemas políticos nacionales porque esas cosas no se deciden acá.
Este preámbulo no es retórico, sino un llamado a preguntarnos alevosamente: ¿Qué hacer? No qué hacer con los derechos, sino qué hacer con la política.
Agradezco la invitación que me hacen, estoy aquí porque no puedo despreciar ningún espacio de habla, pues vengo de un país que en el mapa mundial no existe, donde además soy paria y mi trabajo está sujeto a polémicas y persecuciones continuas. No puedo negar que me ha extrañado la invitación viniendo de un Ministerio. En esta mesa de Derechos Humanos me encuentro desubicada. Mi trabajo no se enmarca dentro de lo que llaman Derechos Humanos. Y mientras lo digo me pregunto; ¿a qué le llaman Derechos Humanos? Le llaman Derechos Humanos muchas veces a ese conglomerado de luchas peligrosas y subversivas, a las que por su fuerza no pueden borrar, pero que también por su peligrosidad para el orden social constituido prefieren catalogar como luchas por los derechos humanos. Prefieren premiarlas y domesticarlas. Con la etiqueta de Derechos Humanos intentan despolitizarlas, suavizarlas y expulsarlas del campo al que realmente pertenecen, que es el campo de la invención de nuevas formas y raíces de política.
Mi oficio no es la lucha por los derechos humanos, sino la invención de prácticas políticas feministas masivas, desde abajo y desde fuera del estado, y que tienen la fuerza de construir una gigante empatía social antifascista. Es a eso a lo que me dedico, y es eso lo que me embarra de pies a cabeza, pero también es eso lo que me permite estar marcando huella histórica en mi país. Tengo la capacidad de hacerme entender con una sociedad entera y sumar esperanzas luchando por cosas muy concretas y pequeñas que el Estado y los partidos políticos desprecian como pequeñeces y que yo nombro como política concreta. Considero que la comprensión de los feminismos como la lucha por los derechos es una trampa agotada en la que no hay que caer.
No es que a los Derechos Humanos les falten los derechos de las mujeres para completarse. No es que en clave interseccional a los derechos de las mujeres les falten los derechos de las mujeres expulsadas del universo blanco heterosexual. El problema no son los derechos para las trabajadoras sexuales, las trabajadoras del hogar o las mal llamadas migrantes. Migrantes que no son otra cosa que exiliadas de economías neoliberales donde no hay trabajo. Migrantes que no son otra cosa que expulsadas de territorios de saqueo ecocida de donde solo puedes huir. El problema no es sumar derechos a los Derechos Humanos para que sean más humanos.
Agendar derechos sector por sector y universo por universo en una suerte de relato épico de búsqueda de reparto o ampliación de derechos por parte de los Estados es perder tiempo histórico, energía vital, creatividad política y capacidades que es urgente gastar en otro proyecto y en otro lado. Y como si fuera poco, seguir hablando de derechos es aburrir a la gente y ser cómplice de provocar la apatía social generalizada por la ausencia de ilusiones movilizadoras.
No hay política, hay privatización de la política. No hay democracia, hay machocracia. No hay democracia, hay democracia basura donde no se decide nada con el voto. No hay elecciones, hay escenarios de marketing electoral. No hay estados nacionales soberanos, hay un proyecto supraestatal colonial capitalista al que se supeditan los estados. Donde los gobiernos son meros administradores. Por eso hay que hablar de política y no de derechos.
Pero si quieren hablar de derechos, hay que decir que son retóricos, porque no es lo mismo enunciarlos que ejercerlos. Si quieren hablar de derechos, hay que decir que es una discusión chantajista: te los doy, te los quito, o te los recorto y mutilo. Si te dan derechos, no puedes cuestionar la estructura sistémica que te los otorga. Porque los derechos te colocan en el lugar de cliente del sistema y no de sujeto. Si quieren hablar de derechos hay que decir que se segmentan por orden de prioridad e importancia, y que quienes estamos a la cola esperando los nuestros estamos ya cansadas de tanta postergación histórica. Si quieren hablar de derechos hay que decir que el capitalismo nos ha quitado la soberanía sobre nuestros cuerpos, por lo que habría que hablar de recuperar lo perdido y no de obtener lo nuevo.
El problema no son los derechos que faltan sino su definición misma, su pretensión de universalidad en un mundo pluriversal. No se traguen el cuento de que universal quiere decir para todos, todes y todas. Universal quiere decir europeo, blanco, imperial, colonial y de una única matriz civilizatoria entendida como modelo de sociedad y modelo de democracia único que debemos acatar y copiar.
Por eso se puede criticar a Maduro y Ortega –que está muy bien que se los denuncie y critique— pero no se puede denunciar lo que hace Israel o EEUU. Las violaciones a los derechos humanos cometidas en Europa o por Estados europeos no cuentan como barbarie, no cuentan como violación. No son denunciables como dictadura racista, dictadura capitalista o dictadura extractivista ecocida. Aquí el problema son los dueños y las dueñas de los Derechos Humanos y lo que declaran humano respecto de lo que declaran animal; lo que declaran legítimo y digno de vida respecto de lo que declaran daños colaterales.
Estamos en Europa con un mar Mediterráneo convertido en una fosa común donde, como lo hicieron ya en el siglo XVI, son despojados de su condición de humanos masas humanas sin que nadie o muy pocos se atrevan a decir algo a riesgo de ser criminalizados como Helena Maleno, acusada de tráfico de personas por intentar salvar vidas en el mar.
Los organismos de Derechos Humanos emiten un discurso que es perverso, que es una máscara para tapar la muerte, que es una hipocresía necesaria para que nadie se atreva a tomar conciencia de lo que se está haciendo realmente.
Se está matando en el Perú, y ese no es un problema nacional de ingobernabilidad, sino que es para que el orden colonial mundial pueda seguir su curso y esas muertes sirvan en toda la región para seguir controlando la extracción de materias primas en las condiciones que los Estados alemán, chino, ruso o norteamericano lo impongan. Imposiciones donde el Estado español juega un papel de guarda de seguridad de la puerta de la discoteca. El problema no son los derechos, sino los mundos y proyectos políticos.
Estoy aquí desubicada. Huelo a ají picante. Mi pasaporte huele a cocaína; sustancia ilegalizada para que en Colombia, México o Bolivia eso nos cueste una narco guerra sangrienta cuya única solución posible es la legalización de las drogas y la despenalización de la hoja de coca que se niegan a discutir, porque nuestras muertes no valen en la contabilidad de violaciones a los Derechos Humanos. Huelo a litio. Huelo a Amazonia incendiada. El olor a oro y plata del siglo XVI no se me han quitado aún del cuerpo.
Estoy aquí desubicada, no quiero hacer lobby en Ginebra por los derechos X, J o P. No quiero buscar una audiencia con los dueños de los Derechos Humanos para decir que somos humanos y humanas aunque vengamos de Bolivia, Haití o cualquier otro destino borrado del mapa de lo humano. No quiero que se jacten con mi lesbianismo tercermundista y me brinden apoyo internacional que consiste en palmaditas en la espalda a cambio de que se sientan más civilizadas. Me dedico a pensar y construir un proyecto despatriarcalizador, anticapitalista y anticolonial, que rebalsa todo discurso de derechos; sean estos de mujeres, de animales, de trans o de maricas.
Pueden acusarme de perder la perspectiva de lo posible. Yo les acuso de aburrirme. Disculpen que les falte el respeto temático de esta forma. Aunque dicen que hablamos el mismo idioma no parece que nos entendiéramos. En estos escasos diez minutos que me dan es todo lo que puedo decirles.
Para terminar, un pedido: deseo que le cambien el nombre a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Me gustaría que la nombren de esta forma: Declaración Retórica de los Derechos de los que los europeos consideran como Humanos.
El proyecto no es tomar el poder. Ante el poder no te empoderas. Ante el poder te rebelas.
El proyecto es hacer la revolución.
Muchas gracias.”
(Grácias a CTXT por publicar el discurso integro de María Galindo en el diario digital “Público” del 05/03/2023)
GALERÍA DE PERPETUAS
Señor don Ramón Pitera en el Café de Ramón para entregar a Juan Rico, minero del pozo 12 en las minas de La Unión.
Salud, Juan, me alegraré que al recibo de estas letras te encuentres bien de salud, yo estoy bien por la presente aunque metida entre rejas.
Flamenca de cafetín, sin guitarra y pañolón, tengo de lo que canté tal vergüenza que estoy roja como un clavel reventón.
Si maté al «Pijas» un día, que el «Pijas» descanse en paz, son mis cantares de entonces a dos sesiones diarias los que no puedo olvidar.
Como quieres tú que olvide aquello que yo decía de que el hombre tie’ razón y la mujer es la esclava pa’ servirlo de por vida.
De que cuanto más me pegue más lo tengo que querer, de que cuando me chafara yo le daría mi boca, canela, limón y miel.
Por eso te digo, Juan, que pa’ mí cumplo sentencia por aquello que canté, robándole a la mujer su dignidad y su vergüenza.
Le dirás a la Manuela que me cuide de la niña, y pa’ ti, Juan, lo que quieras que estoy pegadita a ti como el sarmiento a la viña.
Y sin más, por la presente aquí quedo prisionera. Recibe muchos abrazos de ésta que lo es y firma: Dolores «la Petenera».
Remite: Dolores Sánchez. Galería de perpetuas. Prisión de Alcalá de Henares. Galería de perpetuas. Prisión de Alcalá de Henares.
Galería de perpetuas. Prisión de Alcalá de Henares.
Galería de perpetuas. Prisión de Alcalá de Henares. Prisión de Alcalá de Henares. Prisión de Alcalá de Henares.
Letra: Pedro Luis Pérez de los Cobos. Música: Pepe Nieto Interpreta: Pepa Flores «Marisol». 1979.
María Galindo en su intervención en el Encuentro Internacional, “We call it feminism. Feminismo para un mundo mejor” . Madrid 04/03/2023.
Autores: Sergi Bernal (guion) y Javier Martínez Sancho (dibujo). Publicado en diciembre de 2022 por Editorial Blume; rústica, 128 páginas, color, más prólogo de Sergi Bernal (Desenterrando el silencio); más solapas con biografías de los autores y texto de Antoni Benaiges, fotografías de los Cuadernillos elaborados por los propios niños y niñas, y del libro en el que se inspira el cómic; y cuadernillo facsímil Sueños, editado por los niños de la escuela en abril de 1936 y que recoge los sueños que tenían.
Sergi Bernal (Barcelona, 1973), geógrafo y fotógrafo documentalista y de viajes; fue galardonado con el primer premio en el Festival de Fotoreportaje Visa Off de Perpiñán en 2009 por el proyecto de fotografías sobre la China más rural; recientemente ha conseguido el premio otorgado por la Associació de Mestres Rosa Sensat de Cataluña por «su trabajo constante para recuperar la memoria histórica del país, de la escuela y de los maestros». Ha realizado exposiciones en Barcelona, Madrid, Perpiñán, Mataró y Dajla; trabaja especialmente haciendo reportajes de las luchas de los movimientos sociales y populares, como por ejemplo de los desahucios y de los campos de refugiados u otras tragedias históricas. Es también coautor de la exposición Desenterrando el silencio, proyecto que dignifica a las personas desaparecidas y asesinadas por el fascismo, y también del libro Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar. Fue ganador de una beca en el Fórum Fotográfico de Can Basté (2010).
Javier Martínez Sancho (Burgos), maestro jubilado, pintor y dibujante de cómics, que hasta la fecha ha publicado Poema del Mío Cid y 800 años de la catedral de Burgos.
Para conmemorar el 152 Aniversario de la Comuna de París, desde el Colectivo Republicano de Euskal Herria el próximo 18 de marzo vamos a realizar lo que hemos llamado un “Viaje Republicano a Burgos”, una jornada en la que dentro de las actividades previstas está la visita al Campo de Concentración de Miranda, el último en desaparecer y del que en este blog hemos hablado ya en dos ocasiones con motivo de la presentación de los cómics Esclavos de Franco y El Solar; visitaremos el monumento al militar traidor y asesino, el General Mola; iremos hasta la Fosa de Estepar, uno de los muchos símbolos del horror franquista y en la que se estima que están sepultadas 96 personas fusiladas por los fascistas. Y como no, visitaremos la Escuela de Bañuelos de Bureba, la escuela en la que durante dos años ejerció de maestro Antoni Benaiges Nogués, el protagonista del cómic de este mes. Os animo a participar en dicha excursión.
En agosto del 2021 desde este blog, y a través de la presentación del cómic Residencia de estudiantes ya hablamos de la importancia que para la II República tuvo la educación, y del esfuerzo que realizó para alfabetizar a una sociedad mayoritariamente rural y con elevados porcentajes de analfabetismo, así como el de acercar la lectura y las actividades culturales a los lugares más remotos de nuestra geografía a través de las Misiones Pedagógicas. También mencionamos que lo primero que los golpistas hicieron fue destruir toda la labor llevada a cabo en esta materia por la II República, realizando una durísima represión que consistió básicamente en la depuración y fusilamiento de unos 60.000 maestros y maestras y la supresión del Plan Profesional de Magisterio puesto en marcha por la República.
Todo esto comentado a un nivel muy general, al contrario de lo que este mes traemos, que es la historia concreta de Antoni Benaiges Nogués, maestro catalán nacido en Montroig del Camp, Tarragona, en 1903. Se sacó el título de magisterio en 1929 y los primeros tres años de maestro los pasó en diferentes escuelas de Madrid. En 1932 volvió a Cataluña, a Vilanova i la Geltrú, como maestro interino de la Escuela Graduada de Niños, donde comenzó a probar las técnicas de Célestin Freinet (1896-1966), un pedagogo francés que propuso un método orientado a «dar la palabra al niño» y en el que la imprenta se convertía en un instrumento imprescindible para el aprendizaje y la socialización. En 1934 le fue asignada la plaza en propiedad en Bañuelos de Bureba, provincia de Burgos, un municipio con 198 personas empadronadas y 44 casas censadas, un pueblo aislado, sin electricidad, sin teléfono ni agua corriente, con una escuela abandonada por el Estado, sin materiales y con poco más recursos que la buena voluntad de alumnos y del maestro.
Antoni Benaiges procedía de una familia rural, pero con una parte muy involucrada en el mundo de la pedagogía. Su madre era sobrina de Agustí Sardà Llaberia, ilustre pedagogo y político republicano, y prima hermana de la pedagoga Mercè Sardà Uribarri. Además, dos hermanos de la madre estaban muy relacionados con la Institución Libre de Enseñanza. La familia materna también le transmitió las ideas de justicia social que promulgaban los republicanos. En 1931, mientras hacía de maestro en el Grupo Escolar Carmen Rojo de Madrid, se afilió a la Agrupación Socialista. En 1934 comenzó a militar de manera destacada en la Federación Estatal de Trabajadores de la Enseñanza de UGT de Barcelona. Durante los dos años que ejerció en Burgos, colaboró intensamente con la Agrupación Republicana y fue miembro de la Casa del Pueblo de Briviesca. Era uno de los más destacados articulistas del semanario de izquierdas La voz de la Bureba. En el verano de 1936 la mayoría de sus articulistas acabaron en la fosa común de La Pedraja.
Durante su estancia como maestro en Bañuelos de Bureba, y como consecuencia de la utilización del mencionado método Freinet se llegaron a editar 13 cuadernillos en las dos pequeñas imprentas que Antoni llevó; dichos cuadernillos se convirtieron en el modo de expresión de sus alumnos, y en ellos contaban desde las costumbres y tradiciones del pueblo, su folklore, las cosas que les pasaban, sus miedos y sus sueños, o como los niños y niñas imaginaban el mar; estos cuadernillos recorrieron el planeta puesto que fueron enviados por correo a sitios tan dispares como Francia, Argentina, México, Cuba, y escuelas del estado. Precisamente de aquí, de cómo los niños imaginaban el mar, surge La Promesa de que llegado el verano, el maestro, que ya tenía contratado hasta el autobús, les llevaría hasta su casa familiar de Mont-roig del Camp para que viesen el mar; promesa que nunca puedo cumplir puesto que nada más producirse el golpe de estado, fue detenido en la noche del 18 al 19 de julio de 1936, torturado, paseado semidesnudo por Briviesca para mayor escarnio y finalmente fusilado la noche del 25 de julio, no sin antes que los falangistas destruyesen la escuela y quemasen todos los materiales pedagógicos, incluidos los cuadernillos hechos por los niños; e incluso dos años después de su fusilamiento, la Comisión Depuradora del Magisterio Nacional de Primera Enseñanza de Burgos resolviese la «separación definitiva» de Antoni Benaiges de su plaza de maestro, en un intento de borrarlo totalmente de la memoria.
Antoni Benaiges Nogués ha pasado de ser uno de los miles de fusilados anónimos que descansan en las cientos de fosas comunes, a convertirse en un personaje muy destacado y reconocido; un símbolo de la persecución que sufrieron los maestros y maestras republicanos. Para explicarnos quién fue Antoni Benaiges se han hecho nada menos que 6 trabajos que nos ayudan a conocer su vida: la exposición fotográfica Desenterrando el silencio, Sergi Bernal (2011); el libro Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar, con textos de Francesc Escribano, Francisco Ferrándiz, Queralt Solé y de Sergi Bernal (2012, Editorial Blume); el documental El Retratista (2013) de Alberto Bougleux y Sergi Bernal; el libro El mar será… de Sebastián Gertrudix y Sergi Bernal (2018, Editorial Gregal); la película El maestro que prometió el mar, de Patricia Font, cuyo estreno está previsto para este año; y, claro está, este cómic. Se da la circunstancia que este cómic es el primero de producción propia que hace la Editorial Blume – lo que una vez más prueba que la publicación de este tipo de trabajos despierta mucho interés y tiene un amplio mercado -; casi toda esta producción tiene como punto de partida el interés y la investigación de Sergi Bernal, que fotografiando las tareas de exhumación de la fosa de La Pedraja (Villafranca Montes de Oca) en 2010 se encontró con un vecino de Bañuelos de Bureba, que le dijo que “aquí está enterrado el maestro de mí pueblo”, despertando en Sergi un interés especial en divulgar la vida y el trabajo de Antoni Benaiges, empleando para ello 12 años de investigación.
La elaboración del cómic llevó a sus autores 5 años de trabajo y originalmente tenía unas 20 páginas más, que por motivos comerciales fueron desechadas. Según palabras del propio Javier Martínez: “Este cómic es una buena manera de introducirse en la historia de Benaiges. Especialmente para los jóvenes, por el atractivo del formato, el elemento visual”. La historia funciona muy bien a pesar de ser una historia trágica y su lectura es atrayente. A través de ella no sólo conocemos la vida de Antoni, sino que nos permite conocer cómo era la vida en aquella época. Vemos que mayoritariamente la sociedad rural de la época era de valores y tradiciones conservadores, en las que el cura, el más conservador de todos, veía en las ideas republicanas y la actitud laica del maestro una amenaza y retroceso en la influencia de la Iglesia, de hecho lo primero que hace cuando llega a la escuela, siguiendo las instrucciones de laicidad de la República, es retirar el crucifijo de la escuela. Con la mayor objetividad nos muestra como Antoni Benaiges no tenía la aprobación de todo el pueblo y como incluso algunos padres se negaron a enviar a clase a sus hijos e hijas. Pero sobre todo nos presenta como era la vida cotidiana de la escuela, su sencillez, sus actividades, la pedagogía empleada y el intento del maestro por introducir nuevas actividades, como por ejemplo el baile, las excursiones, la música.
El dibujo es correcto y sencillo, un dibujo que gana mucho cuando retrata los rostros de los protagonistas, de manera que están muy bien caracterizados y con trazos que componen un rostro que nos habla sobre todo de sus estados de ánimo; es muy bueno el trabajo con el maestro, con el que dibuja siempre expresiones serenas, reflexivas, de persona tolerante perfectamente consciente del ámbito de su trabajo, incluso del rechazo que provoca en algunos vecinos y vecinas, pero que tiene muy claro cuál es su función. No puedo decir lo mismo del cuerpo de los protagonistas y el resto de elementos que componen las viñetas, que muchas veces están hechos con dibujos ya sin el acabado y los detalles que tienen sus rostros.
Utiliza la perspectiva para dibujar edificios o incluso detalles de interiores como por ejemplo el bar, armarios o baldas y expositores, etc, como si de un dibujo técnico se tratase, más que como un dibujo artístico, y lo mismo hace en algunas de las escenas que dibuja. Me ha parecido muy buena y muy acertada la composición de las páginas, un mérito más para este trabajo. El uso del color es el adecuado y juega muy bien con una luz que provoca zonas de sombra y zonas iluminadas, efecto presente en todas las viñetas. Consigue un color luminoso, salvo en las escenas del sueño que tiene en el tren, donde el color es más oscuro, marrón; o el color de la última escena, cuando los llevan a fusilar, donde el color es oscuro, acorde con el dramatismo de la situación.
La portada es una copia de la fotografía que les hizo el retratista, y en ella vemos como el maestro quiere considerarse uno más y ceder el protagonismo a los niños y niñas; está en el centro de la escena, pero atrás, en un plano de igualdad con respecto al del resto de los protagonistas.
El cómic comienza y termina con los trabajos de excavación de la fosa común de La Pedraja, cuya última página es una hermosa viñeta que reproduce el monumento dedicado a las personas asesinadas y enterradas en dicha fosa. ¡Descansen en Paz!.
¡Una dura historia contada de forma sencilla y bella!.