Unetxo batez Bizkaia uzten, ARABAKO ERREPUBLIKAZALETAZ sarrera hau publikatzen dugu, Antonio Riverak, Euskal Herriko Unibertsitatearen irakasleak, probintzi honetako XX. Mendeko errepublikazaleetaz gainbegirada sakona egiten digu. Gaurko itxura eman ez arren, eta bere garaiab oso indartsuak izan arren, garrantzi handikoak izan ziren .
REPUBLICANOS EN ÁLAVA
En uno de sus “Episodios Nacionales”, en el titulado “España sin Rey”, Benito Pérez Galdós habla de los republicanos vitorianos por boca de uno de sus personajes. Cita a Pedro de la Hidalga, “varón respetable, aunque de cáscara más amarga que la hiel”, y al grupo de jovenzuelos –“niños”, dice el carlistón Wifredo de Romarate, su personaje literario- “echados a perder por el estudio”. Algunos de ellos eran Ricardo Becerro de Bengoa, Daniel Arrese o Sotero Manteli, responsables con otros correligionarios como los Herrán o los Apraiz, o con otros liberales como los Moraza, Martínez de Aragón, García Fresca o Ladislao de Velasco, del momento de eclosión cultural que vivió Vitoria en los años del Sexenio Democrático (1868-1874), cuando la ciudad se reconoció a sí misma como “la Atenas del Norte”.
El republicanismo vitoriano (más que alavés) arrancó en ese instante propicio, configurándole una versión más fuerista que auténticamente federal, a pesar de que tomaran esta denominación por propia. Alaveses y vascos en general se apuntaron a apuntalar una versión progresista de los fueros vascos, interpretados como anteriores y superiores a las libertades que podía proporcionar la democracia moderna, y dejaron para las izquierdas futuras vascas esta consideración. “Utopía imposible”, se ha escrito, agua y aceite mezcladas sin ninguna posibilidad y, sobre todo, incapaces de sobreponerse a la versión tradicionalista y conservadora del discurso foral, utilizado primero por ese mix de conservadurismo y carlismo que fue el fuerismo decimonónico, y luego por las diversas ideologías territorialistas, comenzando por el nacionalismo vasco del siglo XX. El federalismo, en ese debate, quedaba solo como apellido sin semántica y sin hueco en la política real. Un notable debe para el futuro.
La importancia del republicanismo vitoriano fue muy notable desde los comienzos del siglo XX. Anteriormente, repuestos los Borbones desde 1875, Becerro de Bengoa se hizo con cuatro actas de diputado en el último cuarto de la centuria, lo que dejaba patente la importancia de este sector político dentro del bloque de poder “liberal” que se enfrentaba en Vitoria al potente tradicionalismo. En ese contexto la figura de Becerro se fue haciendo cada vez más acomodaticia, y si empezó sus días como republicano seguidor de Ruiz Zorrilla, los terminó como inofensivo senador indistinguible en sus opciones ideológicas. Con todo, constituyó una referencia de primer orden en ese tiempo y supuso un antecedente del “republicanismo señor” tan importante luego en una ciudad clasista como era Vitoria.
Porque realmente el desarrollo del republicanismo en el primer tercio del nuevo siglo tuvo que ver con el otro “republicanismo plebeyo” también muy extendido en el lugar. El “turno del pueblo” que propició el inicio de la crisis política española después del 98 facilitó que la política local vitoriana se dirimiera entre dos grupos de base popular, republicanos y carlistas, mientras las élites liberal-conservadoras se veían descolocadas hasta que en 1914 consiguieron recomponer su dominio tras la estela del influyente Eduardo Dato. Hasta entonces, el republicanismo desplegó toda una sucesión de entidades tales como la Agrupación Obrera Republicana (1904), las juventudes, el Centro Instructivo Republicano (1904), el Centro Democrático (1907)… hasta acabar en la constitución de la Unión Republicana Autónoma de Álava, en 1909. Entre esos años, 1903 y 1909, se vivió el “momento republicano”, con personajes destacados, como los primeros concejales obreros Sotero Unda, Simón Hernández, Damián González, Ildefonso Ruiz o Ricardo Uralde, el inspirador de la Cooperativa Obrera de Consumo (1904), profesores como Aniceto Llorente o Miguel Fernández Dans, viejos dirigentes como Santiago Vitoriano o Jerónimo Linacero, y empresarios como Dámaso Villanueva, el hostelero Agustín Quintanilla, Victoriano Laza o los “dos Teodoros”, Olarte y González de Zárate. Este último llegó a presidir la Cámara de Comercio e Industria (1912-1918) y fue alcalde en funciones durante algún tiempo, lo que evidenciaba la primacía del republicanismo dentro del conglomerado “liberal” local. Una cuarta parte de los concejales vitorianos elegidos en ese primer cuarto de siglo era republicano.
Fueron años importantes y de combate, tanto contra el carlismo como frente al conservadurismo cada vez más patente de las derechas locales, derivando hacia el autoritarismo conforme cobraba forma en el mundo el fantasma de la “nivelación” socialista. Años en los que en asociaciones y casinos, con campañas, actos y celebraciones, se conformó una cultura política republicana de rasgos democráticos, liberales, igualitaristas (que no socialistas) y progresistas. El choque contra la reacción carlista y la propia dimensión popular de estos oponentes obligó al republicanismo a captar una amplia y heterogénea base social así como a establecer políticas de alianza con todo tipo de fuerzas avanzadas (de liberales a socialistas hasta tocar a veces con los anarquistas de la CNT). Años incluso en que tuvieron sus mártires, como el joven Toribio Martínez de Butrón, asesinado en Alegría por los tradicionalistas coincidiendo con las elecciones de 1910. La lucha por la calle recurría ya a la violencia.
El republicanismo español entró en crisis en los últimos años de la Restauración, a partir de 1917. Otras fuerzas le fueron desplazando y, sobre todo, una nueva dinámica internacional le restó sitio como respuesta a los problemas. Además, en el plano local alavés, el colapso de aquel sistema arrastró también al republicanismo por su colaboración con la “operación datista”, que si le reportó algunas iniciales ventajas, acabó diluyendo su significación política. La llegada de la dictadura de Primo de Rivera le encontró exangüe, sin fuerzas. De manera que durante los años del general jerezano se limitaron a sobrevivir en sus casinos celebrando fechas como el 11 de febrero (Día entonces de la República, la Primera) y esperando la inevitable crisis del régimen. Esta llegó a partir de 1928, de manera que en los años siguientes, y sobre todo en 1930, el republicanismo comenzó a atraer nuevamente a muchos ciudadanos hartos de la “vieja política”.
En abril de 1931, igual que en el resto de España, el republicanismo estaba expectante, antes de pasar a estar eufórico. No solo captaba nuevas adhesiones, sino que estas llegaban incluso de sectores monárquicos que rompían con una corona ensuciada con el procedimiento autoritario de la dictadura. Igual que en España tenemos a los Alcalá Zamora, Miguel Maura u Ossorio y Gallardo, pasados al republicanismo, en Álava encontramos a conservadores como Otálora reclamando una “república de orden apoyada en los principios de familia, religión y propiedad”, o al director de La Libertad, Luis Dorao, poniendo su viejo diario liberal al servicio del credo republicano. Ni en Álava ni en Vitoria ganaron los republicanos las municipales del 12 de abril –en la capital vencieron luego al repetirse en algunos distritos por denuncias-, pero ello no les apartó de la tónica general: se hicieron con la alcaldía de la ciudad (Teodoro González de Zárate) y con la presidencia de la Gestora Provincial, la Diputación (Teodoro Olarte). Incluso excepcionalmente ganaron las elecciones a Cortes Constituyentes de junio de ese año, con el médico Félix Susaeta como candidato. Un viejo liberal, casi aristocrático, Gabriel Martínez de Aragón, también pasado al republicanismo, fue nombrado gobernador civil de Álava, y poco después Fiscal General de la República y Presidente del Consejo de Estado. Otro de similar procedencia política y social, Tomás Alfaro, dirigió el Ayuntamiento vitoriano la mayoría del tiempo republicano. La revolución era tal que incluso el republicanismo se asentó fuera de la capital, particularmente en la Rioja Alavesa, nutrida ahora de casinos republicanos que, de nuevo, pugnaban como referencia con los carlistas de Hermandad Alavesa. Luego, tras la sublevación de julio del 36, la pertenencia a uno u otro marcó en esos pueblos destinos harto diferentes. Pero también otros lugares como Nanclares, Alegría, la tradicionalista Salvatierra, el casi imposible valle de Ayala o la Montaña y los Valles tuvieron sus pequeños núcleos de republicanos.
La Segunda República, es sabido, fue un tiempo difícil, resuelto a abordar problemas históricos en la coyuntura de una crisis económica internacional y de una radicalización de propuestas políticas que achicaba el espacio para una experiencia democrática constitucional. En Álava se repitió mecánicamente el discurrir dinámico de aquel republicanismo, de sus instantes de eclosión y de crisis. A 1931 se llegó con ánimos y unidos, y el resultado fue la victoria. A 1933 se llegó en crisis de gobiernos, nacionales y locales, y enormemente desunidos. La derrota en Álava fue también inapelable, perdiendo el diputado y quedando incluso detrás de los nacionalistas vascos. Entonces tuvieron lugar los años de la “República de derechas”, la de los radicales de Lerroux, identificados aquí con el dominio de Luis Dorao, presidente ahora de la Gestora provincial. Finalmente, a febrero de 1936 se llegó de nuevo unidos en torno al Frente Popular, con el republicanismo antaño de centro, el de Lerroux, en descomposición. El resultado fue que el republicanismo de izquierdas ganó de nuevo el acta de diputado a favor de Ramón Viguri, gracias a la división de las derechas entre la Hermandad Alavesa de Oriol y la CEDA.
Fueron años densos en acontecimientos y complejos en práctica política. El análisis histórico riguroso no tarda dos minutos en echar por tierra las simplificaciones contradictorias que se hacen sobre la Segunda República. Ni fue el caos ni fue la gloria. Fue un momento democrático, el primero de nuestra historia, pero demasiado convulso y crítico, y finalmente violento. Había republicanos de izquierdas y de derechas, que gobernaron con esas respectivas inclinaciones. Los hubo honrados y los hubo felones. Se avanzó en muchos terrenos (educación, cuestión social, cuestión territorial, separación Estado-Iglesia, reforma militar…), pero era imposible resolver en un lustro problemas de medio milenio de un país.
Al final, su continuidad no fue posible porque el fracaso de un golpe militar con apoyo civil de las derechas dio lugar a una guerra civil, y luego a una inacabable dictadura de cuarenta años. En Álava, el republicanismo fue el sector político que más sufrió la represión franquista. De los 176 ejecutados hasta septiembre de 1937, 32 eran republicanos, seguidos de cerca por los anarquistas (30) y los socialistas (22) (de 65 no se conoce la filiación política). Pero los fríos números esconden un detalle de importancia: parte de esos republicanos formaban parte de las élites locales y provinciales, eran elementos reconocidos de sus sociedades tanto por su prestigio como por sus ocupaciones (profesionales liberales, empresarios, maestros, cargos institucionales…). La represión franquista en Álava atacó por un lado al grueso de quienes habían disputado la calle a las derechas durante la República –básicamente los anarcosindicalistas de la CNT- y al sector “republicano señor” que había identificado la continuidad institucional de esa experiencia política durante esos años. De ahí la importancia cualitativa de muchos de aquellos paseados: presidente de la Gestora, alcalde de Vitoria, gestores provinciales –de los quince nombrados después de las elecciones que ganó el Frente Popular, nueve fueron asesinados y cuatro sufrieron larga prisión, multas o embargos de bienes-, concejales (en Vitoria, Elciego, Labastida…), maestros, delegados gubernativos en pueblos… Las multas del Tribunal de Responsabilidades Políticas se extendieron sobre los republicanos y sobre los nacionalistas vascos, en general con más recursos que los militantes de izquierdas. El propio periódico ahora republicano, La Libertad, fue incautado por la Falange y su director, el moderado Dorao, encarcelado un tiempo.
Fue el final. El final definitivo porque, a diferencia de otras culturas políticas, el republicanismo no fue capaz de recomponerse durante la dictadura (o después de esta). Al principio siguió sirviendo la República como referencia de adhesión de los antifranquistas, y se celebraba clandestinamente el 14 de abril o se ponían flores en las tumbas de “los Teodoros”. Pero el tiempo fue desdibujando esa seña de identidad y fueron emergiendo otras. De referencia fundamental, el republicanismo llegó al final del franquismo convertida en secundaria, si no marginal. En lugares como Álava, más allá del farmacéutico Buesa es difícil recordar a republicanos en los momentos de la Transición. Los debates eran otros. Ahora, al cabo de casi cuarenta años de democracia, resurge como referencia en tanto que se hunde en la crisis la forma de estado monárquica que ha prevalecido en este tiempo reciente. Queda por determinar la semántica alternativa (y positiva) de la forma republicana. Un asunto más difícil de lo que pueda parecer su simple evocación. Y la historia es buen ejemplo de esto que decimos.
Antonio Rivera (Universidad del País Vasco, UPV-EHU)
Pingback: La represión franquista en el País Vasco: ¿Historia o memoria? | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: CONFERENCIA-COLOQUIO “LA II REPÚBLICA EN ÁLAVA” | ERREPUBLIKA PLAZA