1913-2002. La infancia de esta brigadista rusa, que fue traductora, espía y escritora, estuvo marcada por la primera guerra mundial y la revolución bolchevique. Llegó como voluntaria a Barcelona con veintitrés años para trabajar como traductora con destino Albacete. Sin embargo, su deseo de participar en primera línea del frente la llevó a integrarse en los primeros grupos guerrilleros.
El letón Arturs Sprogis comandó uno de esos grupos que actuó primero en Andalucía y luego en los frentes de Madrid, el tajo y Aragón. Su misión era internarse en territorio franquista y hacer labor de sabotajes. Solo en Andalucía dinamitaron juntos cuatro puentes de carretera y uno ferroviario. Narró sus memorias en el libro La brigadista: Diario de una dinamitera de la Guerra Civil, publicado después de su muerte.
Sprogis, con quien se casó, le explicaba cómo debía colocarse la mina bajo los raíles y ella tenía que traducirlo a los miembros del grupo, inicialmente andaluces. El primer día le advirtió: “Si lo traduces mal todos saldremos por los aires”.
Durante la segunda guerra fue destinada al servicio de contraespionaje en el frente del Caúcaso, desenmascarando a varios colaboradores con los nazis. Al acabar la guerra fue enviada a Checoslovaquia donde prosiguió su misión de espionaje. En 1953 volvió a la URSS y trabajó en un instituto de investigación médica, jubilándose en 1970. No renegó del ideal comunista, aunque sí del sistema político que lo desvirtuó.