LOS REBELDES

El pasado día 1 de julio, Andrés Manuel López Obrador, más conocido popularmente por las siglas AMLO, con el respaldo del 53% del electorado y con una participación casi histórica del 63,4% del censo total, conseguía romper el bipartidismo secular de México y alcanzaba el poder al frente de la coalición «Juntos Haremos Historia», formada por el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Encuentro Social (PES).

Un «asalto a los cielos» relámpago que, curiosamente, ha sido celebrado dentro y fuera de sus fronteras tanto por la izquierda como por el centro derecha o, incluso, por determinados sectores del neoliberalismo. Algo que, sin embargo, no ocurrió cuando otros líderes populares como Lula, Mújica, Correa o Morales alcanzaron sus respectivas presidencias y fueron objeto de enconados ataques protagonizados por la mayor parte del abanico ideológico tradicional, desde la socialdemocracia hasta la ultra derecha.

¿Qué tiene AMLO para teóricamente gustar casi por igual a tirios y troyanos? ¿Quizás se debe a que el movimiento al que representa nunca se haya declarado a favor de atacar las bases estructurales sobre las que se asienta la explotación y opresión de las grandes mayorías? ¿Puede ser que una campaña electoral básicamente centrada en la lucha contra la corrupción haya podido sumar las voluntades de más de 30 millones de votantes al margen de importantísimas diferencias ideológicas?

Es cierto que hablamos de México. Un país que casi desde su independencia ha estado indefectiblemente ligado a la corrupción y en el que su pueblo llano, harto de sufrirla década tras década, ha intentado innumerables veces, aunque sin éxito, luchar contra ella, incluso por la vía insurreccional. Pero, aun así, ¿puede una misma opción de gobierno prometer que «El Estado dejará de ser un comité al servicio de la minoría y representará a todos los mexicanos: ricos y pobres, pobladores del campo y de la ciudad, migrantes, creyentes y no creyentes, seres humanos de todas las corrientes de pensamiento y todas las preferencias sexuales. Dando prioridad a los más humildes y a los olvidados, y en especial a los pueblos indígenas de México» -como prometía AMLO en algunos de sus multitudinarios mítines de campaña- con compartir coalición electoral con los ultra religiosos y evangélicos del PES, que impulsan un Frente Nacional por la Familia y que patrocinan movilizaciones contra el matrimonio igualitario y los derechos de las mujeres?

¿Es coherente reforzar el tono social de una campaña electoral mediante continuos enfrentamientos dialécticos con los principales empresarios del país, para horas después de ganar las elecciones proponer un gabinete ministerial en el que parece que se incluirán millonarios tan poco transparentes como Alfonso Romo, quien posiblemente coordine la Oficina de la Presidencia, ex funcionarios «priístas» de claro perfil neoliberal, como Esteban Moctezuma, que presumiblemente ocupará la Secretaría de Educación Pública, o proponer a Víctor Villalobos, vinculado a la empresa de transgénicos Monsanto, como futuro ministro de Agricultura?

¿Es realmente «Juntos Haremos Historia» la alternativa progresista que conseguirá acabar en México con la lacra de la corrupción y con la impunidad de los asesinatos de periodistas, maestros, mujeres, sindicalistas, indígenas, estudiantes y políticos o, como ya pasó en la Argentina de mediados del siglo XX o en la más cercana Nicaragua del XXI, se tratará una vez más de la quintaesencia del populismo más oportunista, creado expresamente para redirigir la indignación y el hartazgo de un pueblo que solo en los últimos 12 años ha sufrido más de 240.000 asesinatos, 36.000 desapariciones forzosas y alrededor de 330.000 desplazamientos de población, fruto de la represión que ejercen en comandita el ejército, los «paras», los narcos, los «charros» y la policía?

Tendrá que pasar algo de tiempo antes de que sepamos si AMLO representa realmente a la izquierda mexicana, o si simplemente ha utilizado el apoyo electoral de amplios sectores populares que lo ven como una alternativa, solo para ocupar, gracias a una retórica de tintes reformistas, el espacio de centro izquierda moderado, hasta ahora controlado por los socialdemócratas tibios del PRD, tan desprestigiados últimamente a causa de sus innumerables casos de corrupción. Ojalá que no sea así, y que finalmente México, y muy especialmente sus clases populares, descubran su propia vía hacia un futuro más justo y más social, libre de corrupción y de masacres. Pero hoy por hoy lo que a primera vista más destaca del triunfo de MORENA es que la acogida del nuevo gobierno por parte de las élites económicas de medio mundo ha sido tan cordial y tan aplaudida que horas después de conocerse los resultados electorales definitivos, y por primera vez en mucho tiempo, el peso mexicano se revalorizaba frente al dólar.

Por el momento, la moderación de AMLO lo ha llevado incluso a evitar toda referencia a experiencias previas (quizás para evitar que le tildasen de ser un nuevo Chávez…), y el discurso oficial, tanto de sus candidatos como de sus intelectuales, se ha limitado casi a centrarse en las políticas internas y muy especialmente en el tema de la corrupción. Pero quizás, dependiendo de la dinámica que tomen los acontecimientos en Iberoamérica, el nuevo gobierno de México puede llegar a convertirse en una ineludible referencia política e ideológica, sobre todo si hace hincapié en el carácter más «combativo» de su programa económico, político y social. Sin duda que el resto del continente se lo agradecería.

Pero, a pesar de los pesares lo que hoy nadie puede cuestionar es que la victoria de MORENA y de López Obrador ha sido el lógico resultado de la indignación acumulada por las clases populares mexicanas frente a la corrupción de los partidos tradicionales que han controlado durante décadas la política de aquel país. Ahora bien, lo que por el momento sigue siendo una incógnita es si, como en tantos otros momentos de la historia de la martirizada Iberoamérica, no será peor el remedio que la enfermedad. En otras palabras: Si aquello que hoy parece el mejor camino para sacar a México del estercolero y para dar voz y poder a los más desfavorecidos no se convertirá gracias a una paradoja “lampedusiana” en el muro de contención que redirija la indignación popular hacia cauces más controlables, haciendo que la protesta se enmarque en los límites fijados por el actual statu quo, y que el descontento deje de expresarse en las calles, que finalmente es donde más le duele al poder oír los gritos del pueblo.

 

LOS REBELDES

Voy a decir lo que pasa
En este México enfermo
De la miseria que al pueblo
Le regaló su gobierno.
Yo vivo en una colonia
Sin agua, luz ni drenaje
Y desconozco el progreso
Del que habla un gran personaje.
Mis hijos no se alimentan
Con huevos, leche ni carne
No gano para zapatos
Ni puedo alfabetizarme.
Aunque trabajo y trabajo
Yo sigo siendo muy pobre
No soy como el funcionario
Roba y engorde y engorde.

Oí a una indita en la calle
Que sollozando decía
No me recojas la fruta
Por dios señor policía.
Voy a escribirle una carta
Y mi problema sabrán
La pluma y el pensamiento
De Víctor Rico Galán (*).
Este gobierno de ricos
Nunca nos trató a la buena
Hay que pagarle al maldito
Con esa misma moneda.
Ya nos volvimos rebeldes
Y va creciendo la masa
De norte a sur vi la sombra
De otro Emiliano Zapata.

Peones del campo y empleados
Costureras y albañiles
Pa’ hacer valer sus derechos
Ya necesitan fusiles.
Obrero que andas peleando
Demanda que no se gana
Hoy ni una huelga respeta
La autoridad mexicana.
Por eso somos rebeldes
Mal vistos por el gobierno
Ese que premia a gorilas
Cuando ametrallan al pueblo.
Ya no queremos promesas
Ni demagogia catrina (**)
Si eso se arregla con balas
Ya tengo mi carabina.

Letra y música: Judith Reyes. 1970.

(*) Víctor Rico Galán. El Ferrol, 1929-Ciudad de México, 1974.
Periodista Español, exiliado de niño a México y líder en los años 60 del grupo guerrillero “Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP)”
(**) Sinónimo de ricachón, potentado.

 

Mitin electoral de Andrés Manuel López Obrador en Zapopan. Abril de 2018

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