NANA URGENTE PARA PALESTINA

«Nana urgente para Palestina». Marwan. 2024

Desde la tarde del pasado día 5 hasta la tarde del 6 de mayo, los israelíes, o al menos una gran mayoría de ellos, conmemoraban el “Yom Hashoá”, literalmente: El Día del Recuerdo del Holocausto. Paradójicamente, pocas horas después de la puesta de sol del día 6, las columnas blindadas del ejército de Israel irrumpían en la región de Rafá, último territorio que aún no habían invadido y que aloja la mayor concentración de población palestina desplazada de todo el territorio gazatí.

Parece un lúgubre monumento al oxímoron; una especie de burla trágica a la historia el hecho de que un pueblo, que no hace ni 80 años era perseguido, confinado, torturado y exterminado de forma metódica, interprete durante unas horas —como si protagonizase una siniestra obra de teatro del absurdo— el papel de víctima para, acto seguido, asumir el rol de verdugo, sin por ello caer ni por un segundo en el más mínimo atisbo de contradicción. ¿Se trata de una amnesia colectiva; de un ejercicio de cinismo de magnitud hasta ahora desconocida o simplemente de un genocidio sin más? ¿Quizás estemos contemplando un horrendo crimen de lesa humanidad como no habíamos vuelto a presenciar desde que las hordas hitlerianas impusieran su ley, a sangre y fuego, por media Europa? Posiblemente.

Esas imágenes que se han visto en televisión de un carro de combate machacando con sus orugas un cartel de “Wellcome to Gaza” —con un obsceno audio en el que se intuyen risotadas y burlas— recordaba aquellas francachelas de los SS nazis cortando con tijeras los rizos de los rabinos en el gueto de Varsovia; esos blindados entrando en Rafá con inmensas banderas de la estrella de David, ondeando airadas a los cuatro vientos, no eran muy diferentes de aquellas siniestras cruces gamadas, desplegadas en decenas de ciudades europeas, anunciando que ya había llegado la barbarie.

El problema es que en esta ocasión, el gobierno de extrema derecha de Israel ha cruzado conscientemente una línea roja que nadie de los que a nivel internacional forman parte de este absurdo juego de equilibrios hubiese deseado que se traspasase. A partir de aquí, todo es posible: Que la ofensiva militar sionista se extienda al Líbano o a Siria, convirtiendo la “Nakba” palestina en un éxodo islámico global de impredecible magnitud; que el “Amigo Americano”, forzado por el miedo a la repercusión electoral de su política de apoyo incondicional a Israel, se vea obligado a abandonar a su suerte a Netanyahu y a su banda de fascistas, lo que podría desencadenar lo inesperado; que a los halcones de la teocracia iraní, que llevan años y años prometiendo borrar del mapa al Estado de Israel, se les suban a las barbas los millones de fanáticos a los que llevan amamantando con odio desde hace décadas, para exigirles que cambien el actual “conflicto de baja intensidad”, mediante el que hostigan de cuando en cuando al sionismo, por otro de guerra total bastante más peligroso y que de alguna manera podría incluso salpicar a Rusia o China. O, simplemente, que la extrema derecha israelí consiga que la matanza de población civil palestina —con prácticamente 35.000 víctimas, casi todas niños, ancianos y mujeres— dé un salto cuantitativo indeseado, escalando de criminal genocidio a holocausto sistematizado, mediante el que los gazatíes a quienes el ejército israelí quiere concentrar en Al Mawasi, donde les asegura que dispondrán de alojamiento, comida y cuidados médicos, lleguen a descubrir que aquella ratonera no es sino una inmensa sala de duchas en la que culminar el exterminio del pueblo palestino, de la misma manera que los nazis intentaron hacer en los años 40 del pasado siglo con los judíos europeos.

Pero lo más terrible de esta historia —que, al revés de como Marx presagiaba, ha comenzado como farsa hace décadas y puede culminar en tragedia cualquier día— es que todo este criminal desparramo de vidas humanas, esta petulancia de los contendientes y de sus aliados, este inhumano matraz en el que cuecen credos, etnias, territorios y economías lo único que está consiguiendo, como siempre ha sucedido en situaciones similares, es crear Estados Fallidos que alimentan a gobiernos corruptos e incompetentes, que a base de enaltecer patrias y religiones consiguen desviar y finalmente controlar la lucha de clases de los más desfavorecidos contra aquellos regímenes capitalistas y belicistas que les sojuzgan.

Desde el pasado 7 de octubre, cuando los milicianos de Hamas se internaron en territorio de Israel, asesinando y secuestrando a población civil, los gobiernos occidentales, así como EE.UU. y la mayor parte de los países del orbe, amparándose en una presunta equidistancia que rebosaba hipocresía, optaron por lo más sencillo: demonizar a Hamas y girar la vista hacia otro lado cuando Israel decidió hacer de su capa un sayo, erigirse como omnipotente gendarme y, en represalia, acabar con tantas vidas humanas inocentes como le apeteciese con el pretexto de que unos cuantos centenares de fanáticos terroristas se habían atrevido a experimentar con la población hebrea el conocido dicho bíblico de “ojo por ojo y diente por diente”. El problema ha sido que Israel se ha pasado de frenada y su interpretación del proverbio no ha sido, ni mucho menos, literal. Más bien se ha plasmado en una sangrienta hipérbole que podría traducirse por, “un ojo por varios miles de ojos y un diente por varios miles de dientes”.

Han sido necesarios ocho meses para comenzar a tildar, tímidamente, al gobierno israelí de asesino; ocho meses ha necesitado el ejecutivo irlandés, el español, el belga, el maltés o el esloveno en condenar —aunque sin demasiada vehemencia— la degollina. Han tenido que pasar ocho meses de diario bombardeo de imágenes en los medios para que el mundo haya empezado a empatizar de forma más visible con los miles de víctimas inocentes; ocho meses han tardado los estudiantes en ocupar los campus de las universidades en protesta por el crimen; el mismo tiempo, más o menos, que ha requerido la opinión pública para empezar a cuestionar esta carnicería.

Pero nadie se acuerda ahora de que también hace ocho meses hubo voces valientes que, sin por ello dejar de condenar las tácticas terroristas de Hamas, se alzaron en protesta por la desproporcionada respuesta que ejercieron los sionistas, los ultraortodoxos y la extrema derecha israelí contra la población palestina inocente. De hecho, en la mayoría de los casos, aquellos disidentes fueron acusados de filo-terroristas, de amigos de Hezbollah o de lacayos de los “sin Dios”, sin que nadie moviese un dedo para rebatirlo. Ocho meses han pasado y, como suele ocurrir en estos casos, nadie ha reconocido su complicidad en el blanqueamiento de la masacre: “Son cosas que pasan… así es la vida… que se le va a hacer”. Desgraciadamente, vivimos tiempos violentos y crueles, tiempos en los que la incertidumbre es tal que nadie puede atreverse a asegurar quienes serán —o seremos— los siguientes de la lista; los próximos degollados.

NANA URGENTE PARA PALESTINA

Soporté
Las cosas que nadie soporta
La pena del que a nadie importa
Y todavía sigo en pie.

Soporté
El vientre de la artillería
El fuego en la guardería
Y todavía sigo en pie.

No puedo hacer una canción de paz
Si no puedo ni mover
No puedo hacer una canción de paz
Si no puedo ni mover.

Soporté
El miedo atroz entre las mantas
Que todos me dieran la espalda
Y todavía sigo en pie.

Recuerda bien
Que no hay rumor que me defina
Todos me llaman Palestina
Y todavía sigo en pie.

Música y letra: Marwan Abu-Tahoun Recio. 2004

Todavía sigo siendo Palestina. ©-Hosny-Salah
Esta entrada fue publicada en Musikaz blai y etiquetada , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.