ADIOS AL “BOTI”. Memorias del miliciano Isidoro Andreu XVII

Continuamos con la publicación del documento de las Memorias de un Miliciano que inciamos con NACE UN REPUBLICANO. Memorias del miliciano Isidoro Andreu (I).  En él se recogen las vivencias del bilbaíno Isidoro Andreu, desde su incorporación al frente de Álava hasta la retirada por Cantabria y su caída prisionero en la plaza de toros de Santander.

Estaba cayendo la tarde y las sombras se apoderaban del valle que teníamos a la vista. El silencio y la tranquilidad eran totales y, de pronto, desde la carretera que teníamos a tiro surgieron una serie de disparos. Era facilísimo de localizar el lugar de donde procedían porque en el atardecer, los fogonazos de los fusiles eran verdaderas luminarias. A ninguno de nosotros se nos ocurrió contestar a aquel paqueo inofensivo porque estaba claro que lo buscado era nuestra respuesta para tratar de localizarnos. Pero de pronto, a nuestra izquierda y muy cerca, alguien comienza a disparar y es contestado inmediatamente desde abajo. Hay un momento de silencio roto dramáticamente por una angustiosa petición de auxilio a los camilleros. Cuando localizamos al herido, nos quedamos helados pues se trata de Miguel, que no está herido sino muerto. Alguien, desde el valle, le ha localizado y una bala, le ha entrado por debajo de la mandíbula destrozándole el cráneo, cubierto por el casco que le había regalado su hermano.

Aquella era la primera baja que tenía nuestra Compañía desde que comenzamos la retirada y nos deja desmoralizados al grupo sietecallero, porque Miguel era un chaval muy conocido en Artecalle como el “Boti”, por ser el recadista de una farmacia muy popular en aquella calle.

Aquella noche hacemos nuestra segunda acampada con el cielo por techo, sin lluvia pero también sin sueño, sin poder quitar del pensamiento al camarada muerto de forma tan inverosímil.

Entre sueños cortos y despertares sobresaltados llega por fin la aurora y también algo que estábamos necesitando con urgencia: unas raciones de campaña de chocolate, queso y membrillo, además de medio chusco más duro que un ladrillo. Todo es muy bien recibido y engullido y con la mañana ya bastante avanzada, nos ordenan cargar de nuevo con toda la “quincalla bélica” y nos ponemos nuevamente en marcha. Sabemos que el enemigo nos corta la retirada hacia Arceniega, si intentamos seguir por LLanteno, así que nos encaminamos más hacia el oeste dejando a la derecha aquella maldita carretera.

 Después de una larga marcha por el monte, comenzamos nuestro descenso hacia una vaguada por donde discurre algo parecido a una senda de bueyes y caminamos por ella tan ricamente, como por la Gran Vía, hartos ya de tanto sendero y tanto camino de ovejas. Pero estaba visto que lo nuestro era el monte, porque no habíamos andado ni un kilómetro por aquella cañada cuando, desde los altos que la flanqueaban, empezaron a “paquearnos” de forma inopinada. Hubo unos momentos de desconcierto, pero el instinto de conservación nos hace desplegarnos y buscar protección contra las balas entre los repliegues del terreno. Hecho esto, contestamos nosotros, no con un “paqueo” sino con un diluvio de balas de toda la compañía que acalla y aleja al pequeño grupo que nos venía siguiendo, quien sabe desde cuando.

El tiroteo nos trae compañía y ayuda porque lo que aparece ahora en nuestro camino de retirada es una tanqueta republicana, armada con un pequeño cañón y una ametralladora, que se coloca en nuestra retaguardia y nos va sirviendo de escolta. Sin más incidentes continuamos nuestra ruta hacia Arceniega y llega un momento en que la marcha se detiene y observamos que la tanqueta está maniobrando para dar la vuelta en redondo. Ahora está con su cañón apuntando hacia una loma lejana, donde es visible un pequeño pelotón de soldados facciosos que avanzaban portando una bandera rebelde. Hay un momento de expectación entre nosotros y, de pronto, suena un cañonazo y el grupo de la bandera desaparece, mientras ésta salta por los aires. Se escucha entonces un verdadero clamor que sale de nuestra Compañía, en honor del artillero de la tanqueta, que abre la escotilla y une sus gritos a los nuestros.

Reanudamos nuestra caminata y, por fin, llega un momento que, a lo lejos, divisamos la torre del campanario de una iglesia que alguien identifica como la de Arceniega. Aquella visión pone alas en nuestras piernas y nos imaginamos ya una comida caliente y un buen descanso, que tenemos bien ganado. Ya estamos cerca y divisamos claramente el puente sobre el río que nos lleva directamente al pueblo, pero en esto, de forma totalmente imprevista, oímos una gran detonación y vemos al puente saltar por los aires. Después nos enteramos de que zapadores del batallón Sukarrieta, al vernos avanzar hacia él nos había tomado por fuerzas facciosas y lo habían volado sin encomendarse ni a dios ni al diablo. Nuestra rabia y nuestro cabreo fueron exasperantes, pero, había que actuar y rápido, pues traíamos a los lebreles en los talones. No había más solución que mojarse y nunca mejor dicho, porque con las últimas lluvias el río bajaba crecido. Nos metimos en fila, agarrados de las manos unos a otros, formando cadena para protegernos de la corriente. Yo iba flanqueado por Jandro a la derecha y Ángel a mi izquierda y cuando estábamos en la mitad del río y éste nos cubría hasta el pecho, Ángel pisa en falso y soltándose de nuestras manos se hunde delante de nuestros ojos. Todo ocurrió en un instante, pero con la misma rapidez yo me encorvo y meto la mano en el fondo del río, hasta el hombro, y mi mano encuentra una frondosa cabellera que agarro con fuerza. Tiro de ella y emerge la pelambrera rojiza de Ángel y su cara de susto, expeliendo agua por la boca, las narices y hasta por las orejas. El momento no era para reírse pero Jandro y yo, cuando estuvimos a salvo en la otra orilla, miramos al Rubio, recordamos la expresión de su cara al emerger del fondo del río y nos ponemos a reír como histéricos, ante el cabreo de nuestro amigo.

Por fin pisamos las calles de Arceniega, una urbe para nosotros, después del empacho de naturaleza pura y rural del que estábamos saturados. Pisamos adoquines, vemos comercios, bares, seres humanos que no nos acosan, sino que nos miran con simpatía y vemos también algo que recordábamos vagamente de un tiempo pasado: me estoy refiriendo a ¡chicas! Y, además guapas, que en Arceniega, como no habían sido movilizadas, abundaban más que los hombres. Allí nos llevaron a un pabellón donde había varios fuegos encendidos. Extendimos nuestras mojadas ropas y ¡por fin! aparecieron nuestros rancheros para servirnos unos tazones de café con leche que nos resucitaron. Entablamos conversación con uno de ellos y, ante nuestros reproches por su desaparición desde que iniciamos la marcha desde Sobreayas, nos dieron una explicación convincente, hasta cierto punto. Nos hicieron ver que todas nuestras marchas estaban planificadas para hacerlas por monte y como el abastecimiento del batallón, incluidas las perolas, necesitaban una camioneta para su transporte, estaba claro que no podían seguirnos en nuestro alarde montañero. Alguno de nuestro grupo insinuó la existencia de unos animales llamados mulos, pero se nos contestó que nosotros pertenecíamos al ejército vasco, no al americano.

En Arceniega estuvimos unas horas secándonos y descansando, algo que necesitábamos de verdad, ya que estábamos molidos. Para levantar nuestra moral y darnos fuerza para la próxima “paliza” nos sirvieron una comida que nos hizo recordar los días felices de Fuente Roja y Sobreayas. Comida caliente, después de tantos días de pasar hambre, bien condimentada y con “reenganche” asegurado. Todos hicimos acopio de vitaminas para la próxima marcha, cuyos preparativos comenzaron en cuanto dejamos de tragar.

Se acabó lo bueno, camaradas, hay que colocarse de nuevo los “arreos” y a la carretera hasta el próximo objetivo, que según “Radio Macuto” parece será Valmaseda. Esta vez la etapa será por carretera y esto casi nos parece una excursión dominguera. Pero aparece una pega que nos va  amargar la excursión porque a los pocos kilómetros de la salida comienza a llover el clásico “calabobos”, que ya no nos abandonará hasta el final de la marcha.

Llegamos a Valmaseda cuando comenzaba a oscurecer y a nuestra Compañía la meten en un cobertizo que parece ser algún almacén abandonado. Nos prometen cena caliente para dentro de un par de horas y nos aconsejan que busquemos combustible para encender algún fuego donde secarnos. Miramos por el pabellón, totalmente huérfano de todo lo que pueda ser combustible, hasta que alguien descubre que las seis ventanas que existen tienen sus correspondientes contraventanas, de hermosa madera, que tiene que arder de fábula. Sin más preámbulos, las desmontamos y, a los pocos minutos, en aquel sórdido y triste pabellón y un ambiente juvenil con seis hermosas hogueras donde se secan las ropas empapadas de treinta o cuarenta adolescentes en pelota picada. Aquella noche fue inolvidable, porque cuando parecía que el combustible se estaba agotando, con las ropas todavía húmedas, hubo otro camarada que descubrió que en aquel pabellón había una inmensa posibilidad de energía calorífera, justo debajo de nuestros pies. Efectivamente, allí había una tarima, muy mal ensamblada, pero de madera. A los pocos minutos, las fogatas se habían reanimado y a medida que desaparecía el entarimado, aumentaba nuestro entusiasmo ante aquella acampada nocturna tan inesperadamente cómoda y confortable. El crepitar de aquellas fogatas reanimó nuestros espíritus mucho más que la cena que nos llegó a media noche.

Al día siguiente, bien descansados, bien alimentados y, sobre todo, con las ropas secas sobre nuestros cuerpos, nos encontrábamos dispuestos a comernos la carretera. Pero, cuando estábamos ya formados en la calle esperando la orden de marcha, surge una sorpresa mucho mejor que el descubrimiento de la tarima. Aparecen varias camionetas y una de ellas es para nuestra sección que la aborda en un santiamén, entre risas y exclamaciones de asombro. Aquello ya es el colmo de la felicidad, aunque yo empiezo a pensar en el motivo de nuestra repentina motorización. Pero ¡prohibido pensar! Aceptemos lo que venga y que nos lleven donde nuestro destino ha decidido.

18 ENERO 2022  NACE UN REPUBLICANO. (I) 18 FEBRERO 2022 COMIENZA EL DRAMA M (II) 18 MARZO 2022 YA SOY MILICIANO. (III) 18 ABRIL  2022   IV LLEGAN LOS FUSILES 18 MAYO 2022   V BAUTISMO DE FUEGO 18 JUNIO 2022   VI ENTRE BOMBAS Y DISPAROS 18 JULIO 2022    VII VISITA DE AMA EN LEKEITIO     18 AGOST0 2022              VIII LA FLOTA REPUBLICANA 18 SEPTIEMBRE 2022 IX LA MUERTE DE JOSÉ 18 OCTUBRE 2022 X DE REGRESO A BILBAO 18 NOVIEMBRE 2022 XI LA GUERRA: BATALLA DE VILLAREAL 18 DICIEMBRE 2022 XII ¿ DERECHO A COGER UNA PULMONÍA? 18 ENERO 2023  XIII VUELTA A CASA 18 FEBRERO 2023 XIV EL DURO INVIERNO DEL 36 18 MARZO 2023 XV SE ENSANCHA EL FOSO FRATRICIDA       18 ABRIL 2023    XVI EL PRINCIPIO DEL FIN 18 MAYO 2023   XVII  “ADIOS AL “BOTI” 18 JUNIO 2023   XVIII RETIRO Y MEDITACIÓN 18 JULIO 2023    XIX UNA DIARREA JUSTIFICADA 18 AGOST0 2023              XX LA AMENAZA DE SAN ROQUE 18 SEPTIEMBRE 2023   XXI UN TUNEL MUY HABITADO LA VOZ DE 18 LOS CAÑONES 18 OCTUBRE 2023 XXII LA LARGA Y TRISTE MARCHA HACIA SANTANDER NOVIEMBRE 2023 XXIII LA LARGA Y TRISTE MARCHA Perdida de Santander

Esta entrada fue publicada en Bertako berriak. Informaciones de aquí.. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.