Continuamos con la publicación del documento de las Memorias de un Miliciano que inciamos con NACE UN REPUBLICANO. Memorias del miliciano Isidoro Andreu (I). En él se recogen las vivencias del bilbaíno Isidoro Andreu, desde su incorporación al frente de Álava hasta la retirada por Cantabria y su caída prisionero en la plaza de toros de Santander
De este abatimiento me sacó con sobresalto el estampido de un disparo de fusil. Había sonado allí mismo, en el piso de arriba. Nos pusimos en pie de un salto y subimos a la carrera, entramos en la habitación donde dormía nuestro pelotón y nos quedamos clavados en el umbral. Sentado en el suelo, acurrucado en un rincón, estaba Miguel Arrugaeta amarrándose la muñeca izquierda, de cuya mano destrozada manaba sangre a borbotones. Miraba hacía el techo con expresión de aturdimiento y al seguir su mirada vi incrustados en el tres dedos, o mejor dicho, tres piltrafas sanguinolentas.
Le apretaron una correa sobre el brazo y lo sacaron de allí sin que profiriese ni una palabra, ni un quejido, vi su cara blanca como el papel; su expresión ausente, cuando pasó por mi lado, la tuve en mis retinas durante años. Pensé si lo llevarían al cobertizo, antesala de la muerte para tantos heridos y quedé impresionado porque aquel hombre no era para mí un miliciano anónimo, un posible y desconocido cadáver mas. Arrugaeta era un achuritarra, dependiente de un comercio de tejidos del Casco Viejo y con quien yo había chiquiteado mas de una vez, en nuestros recorridos siete calleros.
Salí de la casa, y en solitario, estuve pensando en las palabras que había escuchado a un camarada cuando salía:
–Este “panoli” ha creído que es lo mismo pegarse un tiro en la mano con un fusil que con una pistola. Su ignorancia le va a costar la mano-
Aquellas palabras me demostraban que no era yo solo el que estaba harto de tanto horror e instantáneamente empecé a pensar en como salir de aquel infierno, sin necesidad de hacerlo como un cadáver o como un mutilado.
Mientras meditaba en todo esto, observé que se estaba formando en la plaza del pueblo una pequeña expedición formada por una recua de caballos de los apresados en la iglesia y agregados a ella unos milicianos que portaban varios fusiles ametralladores averiados durante el combate y que se trasportaban a Ubidea, con una pequeña escolta, para su reparación. Aquellos preparativos iluminaron mi mente. Yo saldría de allí sin necesidad de destrozarme una mano, simplemente tomando una determinación para la que había que echarle mas inteligencia y más valor que para pegarse un tiro. Yo me iría a mi casa como vine, simplemente usando las piernas y el autobús, además de la inteligencia y la decisión. Rápidamente, di un repaso mental a mi idea, que me pareció sencilla y elemental y por lo tanto fácil de realizar. Totalmente decidido a ponerla en práctica, subí a la casa, cogí mi fusil y mi mochila y salí a la carretera dirigiéndome a la salida del pueblo, en dirección a la presa. Me senté en el pretil con despreocupación y esperé el paso de la recua de caballos. Como esperaba, estos llegaron escoltados por un pequeño grupo de milicianos, delante y detrás de los caballos; unos metros más atrás, los portadores de las armas automáticas, también con su correspondiente escolta. En el momento oportuno salté del pretil en el que estaba sentado y me incorporé a la marcha en medio de las dos escoltas. Alguno me miró, pero como supuse que ocurriría, los de los fusiles pensaron que pertenecía a la escolta de los caballos y estos pensaron que yo acompañaba a los fusiles ametralladores.
Salvado el momento más peligroso de mi plan, todo fue sobre ruedas. Atravesamos el arroyo por un vado y subimos la inolvidable ladera por una pequeña senda. Una vez arriba, donde había dado comienzo nuestro ataque, encontré entre las zarzas una bolsa con rancho frío, que alguien perdió o abandonó al lanzarse ladera abajo y yo me gané la simpatía del miliciano que me precedía repartiendo con el su contenido. Durante todo el recorrido hasta Ubidea, yo procuraba guardar una distancia prudencial entre el que tenía delante y el que me seguía y así conseguí evitar preguntas comprometidas.
Estaba anocheciendo cuando llegamos al pueblo y como había supuesto, allí había milicianos por todas partes. Me fue facilísimo “ camuflarme “ de mis compañeros de viaje y en plan de miliciano ocioso, salí paseando tranquilamente por la carretera que conducía a Bilbao. Durante mi paseo me fumé varios cigarrillos, esperando a que anocheciera por completo y cuando esto ocurrió, me puse al acecho de algún vehículo. Mi plan consistía en encaramarme a alguno que me dejara lo más cerca posible de Bilbao. El resto del plan lo improvisaría sobre la marcha y a tenor de los acontecimientos que se presentaran. Mi objetivo era acercarme lo más posible a un pueblo con estación de ferrocarril y de lo demás ya me encargaría yo.
Fuera ya de Ubidea, busqué un tramo de carretera un poco pendiente, donde los vehículos no pidieran correr demasiado y me aposté detrás de un árbol. Había ya anochecido por completo, cuando se oyó, lejano todavía, el ronroneo cansino de un vehículo pesado. Me puse el fúsil en bandolera y esperé nervioso su paso. Vi sus faros y por sus luces comprendí que era un autobús y cuando estaba casi a mi altura disminuyó más su velocidad, al cambiar a una mas corta. Yo aproveche para salir disparado, colocarme en su trasera y agarrarme a una escalera metálica que tenía en ella. Había tenido suerte, porque era un autobús de viajeros, uno de los Saures de la Compañía de Autobuses Vascongados que, requisados por el Gobierno Vasco, se dedicaban ahora al traslado de tropas. El autobús iba vacío, por lo que supuse que su destino sería Bilbao y como sobre su techo llevaba dos filas de asientos corridos subí y me tumbe en uno de ellos con el sigilo de un comanche.
El conductor y su ayudante no se habían enterado que llevaban un pasajero y yo empecé a pensar que dentro de dos horas podría estar durmiendo en mi cama y no chapoteando barro en la trinchera. De pronto, observé que el vehículo disminuía su velocidad, me incorporé con cuidado y vi que estábamos llegando a un cruce. La flecha indicaba a la izquierda “Barazar” y a la derecha “Ochandiano”. Contuve el aliento y enseguida una exclamación de alegría salió de mis labios, porque el autobús había cogido la carretera de Barazar. La suerte seguía acompañándome y si no ocurría algún imprevisto podía ya estar cercano el final de mi aventura.
Efectivamente, aquel viaje imprevisto hacía pocas horas, estaba resultando como si la ruta la hubiera planificado yo, o el conductor estuviera a mis órdenes. Después de dejar atrás el alto de Barazar, fueron desfilando ante mis asombrados ojos pueblos cada vez más cercanos a mi casa. Así fui saludado con gozo silencioso, por nombres cada vez mas familiares como me iban resultando los de Ceánuri, Villaro, Yurre, Lemona, Galdacano…. y aquí se acabó el viaje. Cuando más convencido estaba de que aquel autobús, siguiendo los dictados de mi mente, terminaría su recorrido en la plaza de Arraiga, lo dio por finalizado en el pueblo de la dinamita.
Pasado el primer cabreo, no me desanimé demasiado, porque desde allí tenía mi cama al alcance de la mano. Había aparcado en una zona solitaria y al cabo de unos segundos el chofer y su ayudante salieron de su cabina y charlando animadamente se perdieron de vista. Entonces me tocó a mí la vez y bajé de la baca a la carretera. Observé que estábamos a las afueras de Galdacano, cerca de las vías del tranvía de Bilbao a Durango y a unos cincuenta metros de una de sus paradas. No había tenido tiempo siquiera para planificar en mi cerebro el siguiente paso hacía mi meta, cuando a lo lejos, sonó la inconfundible campanilla de uno de aquellos simpáticos cacharros, que se acercaba traqueteante, surgiendo de las sombras de la noche para ofrecerme la más sencilla de las soluciones hacía el final de mi quimérico viaje.
Cuando el tranvía llegó a mi parada subí y me senté cómodamente, pues tenia casi todos los asientos a mi disposición. Solo llevaba como pasajeros cuatro o cinco adormilados aldeanos, el conductor y el cobrador que ni siquiera se acercó a cobrarme, pues al verme con mi macuto y mi fúsil me tomó por el clásico miliciano de permiso, que naturalmente, no pagaban el billete. Desde Galdacano hasta Bilbao no tuve el menor contratiempo, pues solo hizo dos paradas en las que se apearon aquellos pacíficos aldeanos. Cuando llegamos a Bilbao le pedí al conductor que me parase en la parada que había junto al mercado de la Ribera y que prácticamente estaba junto al portal de mí añorada cama.
Pasaré por alto los detalles del alboroto que se organizó en mi casa ante mi inesperada llegada. Pasados los abrazos y las lágrimas llegaron, naturalmente, las preguntas. Contesté a todas ellas, suavizando el relato para no espantar a mi madre, pero dejando claro el porque de mi fuga de aquel infierno y sobre todo, mi firme propósito de no volver allí.
Cuando terminé mi explicación, mi padre aprobó mi decisión de no volver a meterme en aventuras guerreras. Me dijo que la solución legal al problema de mi salida del batallón era fácil por tres cosas: por ser voluntario, por ser menor de edad y por no contar con el permiso escrito del padre.
Efectivamente, al día siguiente, bien descansado, bañado y afeitado (cosa que me hacía mucha falta) mi padre me acompañó a las oficinas de la plana mayor del Batallón, en la Universidad. Allí planteó mi situación y mis deseos de desengancharme de mi compromiso. El capitán que le escuchaba, le dijo que le alegraba nuestra presencia allí, porque le libraba de la penosa obligación (muy repetida por el en aquellos días) de comunicarle la desaparición en combate de su hijo. El comunicado estaba ya redactado y a punto de ser cursado y se alegraba mucho de no tener que enviarlo.
Cuando terminó de hablar salió unos minutos y volvió con unos papeles que invitó a firmar a mi padre y después a mí y a los pocos minutos estábamos caminando por le Campo Volantín, de regreso a mi vida real y rutinaria, desde aquella pesadilla irreal en la que había estado inmerso.
Así terminó para mí aquel crucial momento de mi vida. Había salido de mi casa en septiembre, regresaba a ella en Diciembre y aquellos tres meses sobre todo los últimos cuatro días, habían marcado mi carácter y mi vida para siempre. En Septiembre, yo era un joven lleno de ilusiones y de alegría de vivir, con mi cuadrilla de amigos, con mis compañeros de equipo de la Sociedad Deportiva Guantazo, con mis romerías veraniegas y sobre todo, con mi juvenil e ilusa fe en la Humanidad y en la Justicia, tanto terrenal como divina. En Diciembre, todo mi mundo se había desmoronado y mis mejores amigos estaban muertos o desaparecidos, el Guantazo no existía engullido por el turbión de una guerra maldita; en los escenarios de mis añoradas romerías campestres no había ahora más que campamentos militares y hombres que aprendían a matar a otros hombres. Mi fe en la justicia humana la había echo añicos el Comité de No-intervención y, en cuanto a la divina, había llegado a la conclusión de que el mejor favor que se le podía a Dios era creer que no existía.
Con estos pensamientos entré en mi casa, en el mismo estado de ánimo con el que debió entrar en la suya D. Quijote de la Mancha en su primera salida. Yo no llegaba mohíno y apaleado sino triste y amargado y tenia, además, la inquietante sensación de que mis tribulaciones no habían acabado y que me esperaban aún mas fatigas y desventuras que las ya soportadas. Y no pasó mucho tiempo sin que mis aprensiones se vieran confirmadas.
Fin de la primera parte 21 de Marzo de 1990
18 ENERO 2022 NACE UN REPUBLICANO. (I) 18 FEBRERO 2022 COMIENZA EL DRAMA M (II) 18 MARZO 2022 YA SOY MILICIANO. (III) 18 ABRIL 2022 IV LLEGAN LOS FUSILES 18 MAYO 2022 V BAUTISMO DE FUEGO 18 JUNIO 2022 VI ENTRE BOMBAS Y DISPAROS 18 JULIO 2022 VII VISITA DE AMA EN LEKEITIO 18 AGOST0 2022 VIII LA FLOTA REPUBLICANA 18 SEPTIEMBRE 2022 IX LA MUERTE DE JOSÉ 18 OCTUBRE 2022 X DE REGRESO A BILBAO 18 NOVIEMBRE 2022 XI LA GUERRA: BATALLA DE VILLAREAL 18 DICIEMBRE 2022 XII ¿ DERECHO A COGER UNA PULMONÍA? 18 ENERO 2023 XIII VUELTA A CASA 18 FEBRERO 2023 XIV EL DURO INVIERNO DEL 36 18 MARZO 2023 XV SE ENSANCHA EL FOSO FRATRICIDA 18 ABRIL 2023 XVI EL PRINCIPIO DEL FIN 18 MAYO 2023 XVII “ADIOS AL “BOTI” 18 JUNIO 2023 XVIII RETIRO Y MEDITACIÓN 18 JULIO 2023 XIX UNA DIARREA JUSTIFICADA 18 AGOST0 2023 XX LA AMENAZA DE SAN ROQUE 18 SEPTIEMBRE 2023 XXI UN TUNEL MUY HABITADO LA VOZ DE 18 LOS CAÑONES 18 OCTUBRE 2023 XXII LA LARGA Y TRISTE MARCHA HACIA SANTANDER NOVIEMBRE 2023 XXIII LA LARGA Y TRISTE MARCHA Perdida de Santander
Pingback: SE ENSANCHA EL FOSO FRATRICIDA. Memorias del miliciano Isidoro Andreu XV | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: EL PRINCIPIO DEL FIN.Memorias del miliciano Isidoro Andreu XVI | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: ADIOS AL “BOTI”. Memorias del miliciano Isidoro Andreu XVII | ERREPUBLIKA PLAZA