Continuamos con la publicación del documento de las Memorias de un Miliciano que inciamos con NACE UN REPUBLICANO. Memorias del miliciano Isidoro Andreu (I). En él se recogen las vivencias del bilbaíno Isidoro Andreu, desde su incorporación al frente de Álava hasta la retirada por Cantabria y su caída prisionero en la plaza de toros de Santander.
Nuestra vida en el monte, inmersos en una naturaleza plena, de un verdor con tintes ya otoñales y repleta de un maravilloso silencio, solo roto en los atardeceres por el lejano sonido de algún pastoril cencerro, era tan placida y sedante que mis horas de guardia en el parapeto estaban llenas de ensoñaciones juveniles y románticas. Recuerdo, sobre todo, cuando me tocaba la guardia al atardecer en un pozo de tirador, cavado al pie de un hermoso manzano cuyas ramas y frutos servían de camuflaje, pozo que estaba situado unos veinte metros delante de la trinchera, por lo que a nadie le agradaba demasiado. En ese pozo hice yo varias guardias, cambiando el puesto con el camarada a quien le correspondía; cuando accedían al cambio me solían mirar como a un bicho raro. Ellos no comprendían, y yo no trate siquiera de explicarles, el placer que sentía, lo que yo disfrutaba en aquellas dos horas de enriquecedora soledad, “oyendo” el silencio total de la naturaleza, mientras mordisqueaba tranquilamente la mejor manzana del árbol que me cubría.
A parte de las horas de parapeto nocturno, que a mi me parecían horas de 120 minutos, nuestras obligaciones militares eran mínimas. Formábamos corro alrededor de los camaradas que habían hecho la mili éstos nos enseñaban la forma de desmontar el cerrojo y la recámara del fusil, de limpiarlo por dentro, incluso él “anima” del cañón y de volverlo a montar todo de nuevo lo más deprisa posible. Trataban de inculcarnos el hecho, claro y crudo, de que nuestras vidas podían depender en alguna ocasión del buen funcionamiento de nuestra arma y que un simple encasquillamiento durante un combate podía dejarte indefenso ante la muerte.
Aquellos elementales conocimientos calaron en nuestra juvenil irresponsabilidad y, a los pocos días, dejaron de verse fusiles tirados sobre la hierba o sobre la paja, mezclados unos con otros. Cada uno de los milicianos cuidaba ya de su fusil, lo limpiaba y engrasaba con mimo y le hacíamos marcas de identificación en la culata, al considerarlo ya tan intransferible y personal como la novia.
Tampoco se descuidaba el ejercicio físico y éste consistía en algo tan práctico y fundamental como el tirar de pico y pala. Poco a poco y sin más conocimientos estratégicos que los que nos dictaba el sentido común, fuimos cavando pequeñas trincheras que unían los rudimentarios fortines improvisados sobre las cimas de las lomas y que, de esta forma, dejaron de estar aislados y formaron una línea continua de trincheras que abarcaba toda la zona donde estaba desplegado nuestro batallón, impidiendo posibles infiltraciones del enemigo. Fueron centenares de sacos rellenos de tierra los que allí colocamos y las manos de muchos dependientes de comercio y de “plumíferos” se llenaron de ampollas y después de callos, pero nadie protestó. Todos sabíamos que de aquel rudo trabajo dependían nuestras vidas y se hizo con entusiasmo. Cada vez que el último golpe de pico unía una trinchera con dos fortines, la Compañía tenía rancho extra con café, copa de “salta parapetos” y faria y lo celebrábamos con la misma alegría que los “coolíes” chinos cuando terminaban el empalme de un trozo de las vías férreas, en las praderas del oeste americano.
Un día recibo carta de mi casa en la que mi madre me avisa que el próximo sábado se desplazará a Lequeitio en el autobús de línea, para estar unas horas conmigo y traerme ropa limpia. Me causa una gran alegría y espero el sábado con impaciencia. Ese día consigo permiso del teniente, meto toda mi ropa en la mochila y bajo a Lequeitio en el camión del suministro.
Allá está mi madre, sentada en un banco, junto a la iglesia; su figura menuda y consumida, avanza hacia mi en cuanto me ve con alegría en el rostro. No veo lágrimas en sus ojos, pero la conozco y se que se las está tragando, como tantas veces ha hecho durante toda su sufrida vida.
Al abrazarla se me hace un nudo en la garganta y tengo que hacer un gran esfuerzo para no ser yo el que rompa a llorar como un chiquillo. Ahora, al ver su aspecto desamparado y patético, pienso por primera vez que al marcharme de casa, en contra de su voluntad, he sido terriblemente cruel con ella, he antepuesto mis ideales políticos a mi cariño hacia ella, sin darme cuenta del daño que mi decisión había de ocasionarle. Por primera vez en mi vida siento claramente el significado de la palabra “remordimientos” y esta sensación va a amargarme la alegría de aquellas cortas horas que pasamos juntos.
Cuando nos serenamos un poco me cuenta como les va por el Bilbao en guerra, con escaseces de todo tipo pero todavía con racionamiento suficiente para subsistir; mi padre y mis hermanos están bien y a ella lo que más le preocupa es que mi ausencia puede ser más larga de lo que habíamos previsto en un principio. Yo procuro tranquilizarla asegurándola que en aquel frente no había apenas tiros y que comíamos muy bien, lo cual era verdad, pues tuvo que reconocer que había engordado.
Llegó la hora de la salida del autobús y sustituyó mi ropa sucia por otra que olía a “hogar”, me dio algunas latas y tabletas de chocolate que no pude rechazar y yo, para mi padre, le entregué todas las cajetillas de tabaco que había estado guardando desde mi llegada al frente, donde nos daban una diaria incluso a los que no fumábamos.
Cuando después de un fuerte abrazo subió al autobús y éste partió, sentí una penosa sensación de soledad. Desde que salí de casa, metido de lleno en la vorágine de la guerra, con tantos acontecimientos excitantes como estaba viviendo, no había tenido mucho tiempo para pensar en mi familia. Ahora, había bastado el fugaz encuentro con mi madre para que, de pronto, me diese cuenta de que había dejado atrás un hogar una familia que quizás, en el inquietante futuro que se barruntaba, podría yo añorar más de lo deseable para un aguerrido miliciano.
18 ENERO 2022 NACE UN REPUBLICANO. (I) 18 FEBRERO 2022 COMIENZA EL DRAMA M (II) 18 MARZO 2022 YA SOY MILICIANO. (III) 18 ABRIL 2022 IV LLEGAN LOS FUSILES 18 MAYO 2022 V BAUTISMO DE FUEGO 18 JUNIO 2022 VI ENTRE BOMBAS Y DISPAROS 18 JULIO 2022 VII VISITA DE AMA EN LEKEITIO 18 AGOST0 2022 VIII LA FLOTA REPUBLICANA 18 SEPTIEMBRE 2022 IX LA MUERTE DE JOSÉ 18 OCTUBRE 2022 X DE REGRESO A BILBAO 18 NOVIEMBRE 2022 XI LA GUERRA: BATALLA DE VILLAREAL 18 DICIEMBRE 2022 XII ¿ DERECHO A COGER UNA PULMONÍA? 18 ENERO 2023 XIII VUELTA A CASA 18 FEBRERO 2023 XIV EL DURO INVIERNO DEL 36 18 MARZO 2023 XV SE ENSANCHA EL FOSO FRATRICIDA 18 ABRIL 2023 XVI EL PRINCIPIO DEL FIN 18 MAYO 2023 XVII “ADIOS AL “BOTI” 18 JUNIO 2023 XVIII RETIRO Y MEDITACIÓN 18 JULIO 2023 XIX UNA DIARREA JUSTIFICADA 18 AGOST0 2023 XX LA AMENAZA DE SAN ROQUE 18 SEPTIEMBRE 2023 XXI UN TUNEL MUY HABITADO LA VOZ DE 18 LOS CAÑONES 18 OCTUBRE 2023 XXII LA LARGA Y TRISTE MARCHA HACIA SANTANDER NOVIEMBRE 2023 XXIII LA LARGA Y TRISTE MARCHA Perdida de Santander
Pingback: COMIENZA EL DRAMA Memorias del miliciano Isidoro Andreu (II) | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: LLEGAN LOS FUSILES. Memorias del miliciano Isidoro Andreu IV | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: YA SOY MILICIANO. Memorias del miliciano Isidoro Andreu (III) | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: ENTRE BOMBAS Y DISPAROS Memorias del miliciano Isidoro Andreu VI | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: BAUTISMO DE FUEGO. Memorias del miliciano Isidoro Andreu V | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: LA MUERTE DE JOSÉ.Memorias del miliciano Isidoro Andreu IX | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: LA FLOTA REPUBLICANA.Memorias del miliciano Isidoro Andreu VIII | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: DE REGRESO A BILBAO.Memorias del miliciano Isidoro Andreu X | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: LA GUERRA: BATALLA DE VILLAREAL. Memorias del miliciano Isidoro Andreu XI | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: ¿TIENE UN MILICIANO DERECHO A COGER UNA PULMONÍA? Memorias del miliciano Isidoro Andreu XII | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: VUELTA A CASA.Memorias del miliciano Isidoro Andreu XIII | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: SE ENSANCHA EL FOSO FRATRICIDA. Memorias del miliciano Isidoro Andreu XV | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: EL PRINCIPIO DEL FIN.Memorias del miliciano Isidoro Andreu XVI | ERREPUBLIKA PLAZA
Pingback: ADIOS AL “BOTI”. Memorias del miliciano Isidoro Andreu XVII | ERREPUBLIKA PLAZA