Continuamos con la publicación del documento de las Memorias de un Miliciano con la segunda entrega. En él se recogen las vivencias del bilbaíno Isidoro Andreu, desde su incorporación al frente de Álava hasta la retirada por Cantabria y su caída prisionero en la plaza de toros de Santander.
Aquel domingo estaba acabando con la misma celeridad de siempre y daría paso, como siempre, a una interminable y aburridísima semana de trabajo en la tienda. Mejor no pensar en ello y disfrutar a tope de aquel último pasodoble, que la orquesta de Gazte-leku Hacia sonar alegremente me pegaba como una lapa al cuerpo femenino que llevaba en mis brazos. Con aquel pasodoble y la jota como propina, se acababa aquel domingo, tan parecido a los demás pero que, sin que yo pudiera adivinarlo, iba a cerrar el capítulo de mi primera juventud.
En aquel momento alguien sube al quiosco, habla con el director de la banda y este deja de tocar; aquel intruso, que nos ha cortado en lo mejor, se dirige a los bailarines y nos comunica algo que instantáneamente calma nuestros ardores. El ejército se ha sublevado en Marruecos, se esperan levantamientos en la península, todos los que pertenezcan a partidos del Frente Popular deben personarse inmediatamente en las sedes de los mismos y los demás permanecerán a la escucha de radio Bilbao y atentos a los posibles manejos detodos los que consideremos afines a la sublevación.
Cuando deja de hablar, el ambiente de jolgorio y alegría cambia instantáneamente; allí todos somos muy jóvenes y con muy poca experiencia política, pero todos intuimos que una gran desgracia gravita sobre nosotros y sobre nuestras familias, e iniciamos el regreso a nuestras casas con el corazón oprimido.
Adiós, Gazte-Leku ¿ Cuándo volveremos a bailar en tus pistas?.
Fue el 19 de Julio de 1936 y muchos de los que allí estaban acababan de bailar su último pasodoble.
El día siguiente fue un continuo fluir de hechos y noticias que nos cortaban el aliento y nos hacían vivir, junto a momentos de exaltación y entusiasmo, otros de pánico y decaimiento. Era un torrente de noticias y bulos entremezclados de tal manera, que no había forma de adivinar la situación real en aquellos momentos en España, y que consecuencias tendría para todos nosotros un triunfo de los militares.
A la hora de costumbre me fui a la tienda y, como ya me imaginaba, estaba cerrada. Los compañeros formaban corrillo en la puerta y me informaron que la radio ordenaba huelga general. Me acerqué a la calle Jardines, donde estaba el local del Sindicato de Trabajadores de Comercio de la U.G.T. Allí, en el transcurso de la mañana, fuimos conociendo el estado de la situación.
El ejército había triunfado en Marruecos el día anterior y se estaban produciendo levantamientos en cadena en guarniciones de la Península.
En Bilbao, por el momento, la situación estaba controlada gracias a la lealtad del Teniente Coronel Piñerua, quien consiguió arrestar a cuatro capitanes cuando tenían preparada la tropa para sacarla a la calle desde el cuartel de Basurto. Inmediatamente el Regimiento se puso a las órdenes del Gobernador y a continuación lo hicieron las fuerzas de la Guardia de Asalto. El peligro de confrontación, no obstante, seguía existiendo por parte de la Guardia Civil, que se había encerrado en su cuartel de la Salve, y cuyo jefe mantenía una actitud de sospechosa ambigüedad.
Entre tanto, los trabajadores, en colaboración con las fuerzas leales, estaban ya controlando todos los centros estratégicos de Bilbao; Correos, Telégrafos, Estaciones de ferrocarril, cruces de carretera, etc., estaban ya en nuestras manos, y los accesos al cuartel de La Salve estaban bloqueados como advertencia.
Controlada y abortada la rebelión en Bilbao, empezaron a verse por sus calles caravanas de camiones y autobuses llenos de voluntarios, que entre canciones y gritos de entusiasmo, salían hacía Ochandiano, Ubidea y demás pueblos limítrofes con Alava, donde había triunfado la rebelión. Eran obreros, afiliados de U.G.T., CNT. y partidos de izquierda, los que marchaban contra los fascistas, mal armados, sin mandos, sin disciplina, pero con tal entusiasmo y decisión de lucha que levantaban la moral a los antifascistas que les veían pasar y acobardaban a los que, en su interior, estaban deseando el triunfo de los sublevados.
Aquellos camiones, aquellos voluntarios decididos a luchar por la libertad en peligro, a su paso por las calles de Bilbao, por Durango, y por todos los pueblos de la Vizcaya carlista, en su camino hacia Alava, enfriaron muchos fervores, vizcaínos comprometidos con el alzamiento y que a la vista de aquella masa de hombres dispuestos a todo, consideraron másprudente resguardarse bajola ikurriña hasta que Mola les sacase las castañas del fuego.
Aquella noche del 20 de Julio la pasé haciendo guardia en el portal del Sindicato, armado con una escopeta, que pasaba al relevo cada cuatro horas, porque no había mas arma que aquella.
Al día siguiente nos comunicaron que el gobierno controlaba la situación en Madrid y en las principales capitales de España, pero que la cosa se estaba poniendo fea en algunas provincias, por lo que se abría en la escuela de Múgica una oficina de reclutamiento voluntario. En un instante el sindicato quedó vacío, pues todos corrimos a alistarnos. Al llegar a la escuela, creyendo por su proximidad, que íbamos a ser los primeros, nos encontramos con el portal rebosante de hombres y una cola que daba la vuelta por la calle de la Ribera. Nos pasamos en ella toda la mañana y cuando, por fin, llegué ante la mesa donde cuatro soldados de Garellano tomaban la filiación de los voluntarios, escuché una frase del sargento que los mandaba, frase que fue una verdadera premonición:
– muchachos, tened calma, que por desgracia todos vais a tener sitio en estas listas.
Pasaron los días, la situación en Bilbao se estaba aclarando porque el golpe aquí se había abortado y se dio la orden de reanudar el trabajo en espera de nuestra llamada a filas. Por el momento había que trabajar yproducir, sobre todo en la fábricas, pues sabíamos que las provincias norteñas estábamos aislados del resto de la España republicana; ya había hombres movilizados de sobra, pero no había fusiles, y por lo tanto, a trabajar todo el mundo hasta que llegasen.
Y vaya que se trabajó, sobre todo en la industria metalúrgica. Al poco tiempo empezaron a pasar, camino de Ochandiano, viejos camiones de ruedas de goma maciza, de los que todavía usaban algunos transportistas locales, convertidos en tanques blindados, a base de chapas de acero que los cubrían como el caparazón de una tortuga gigante.
Yo volví a la tienda, a la rutina diaria de un trabajo que aborrecía y, que ahora se me hacía doblemente odioso; es que el hecho de estar vendiendo medias, boinas o camisas, en el periodo más excitante de mi vida se me hacía insoportable.
Varios de mis amigos, compañeros de la S.D. Guantazo F.C., que eran algo mayores que yo, habían tenido la suerte de meterse entre los privilegiados que ahora estaban en el monte defendiendo la República y cada vez que alguno de ellos hacía una escapada a Bilbao y me contaba la vida de aventuras, más o menos exageradas, que disfrutaba frente al enemigo, yo casi lloraba de rabia y envidia.
Poco a poco, con lentitud desesperante, van pasando los días y semanas de un verano cálido y eterno. La vida va tornándose más dura cada día que pasa; el racionamiento es ya una penosa consecuencia del bloqueo, nuestros partidos de fútbol dominguero han cesado y la realidad de la guerra empieza a estar presente cuando los primeros muertos comienzan a tener nombre propio y esos nombres pertenecen a amigos de la infancia.
Primero es Lorenzo, compañero de travesuras en la escuela y en la calle, siempre junto a mí cuando nos liábamos a pedradas en la campa de Solocoeche contra la banda enemiga de Iturribide y que ahora, a sus 19 años, cae muerto de un balazo. Su madre, viuda y anciana, que se gana la vida de planchadora en su buhardilla de Barrencalle, ha perdido el único hijo, la única familia que tenía en este mundo y cuando subo a darle el pésame no tengo valor para hacerlo. Está allí, acurrucada en el humilde dormitorio de su hijo, apoyada la cabeza contra la pared y rodeada de vecinas llorosas. Ella tiene los ojos secos, pero nunca olvidaré su mirada llena de desesperación y de angustia.
A los pocos días de la muerte de Lorenzo en el frente, tengo que asistir al entierro de Félix, amigo e hincha del Guantazo F.C., compañero de baile en todas las romerías veraniegas, introvertido cuando estaba sereno (lo que ocurría pocas veces) pues era chiquitero empedernido y ocurrente y chirene a partir del sexto o séptimo chiquito.
Estaba haciendo guardia en el convento de la Merced, armado con un revolver, cuando de improviso y delante de sus camaradas, se pegó un tiro en la sien. Todos sabíamos que el alcohol lo había convertido en un neurasténico, pero nadie se figuraba que iba a tener aquel final.

NACE UN REPUBLICANO. Memorias del miliciano Isidoro Andreu (I)
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Hoy 18 de Febrero de 2022 se cumplen 104 años del nacimiento del miliciano protagonista de la historia.
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