1936

Recuérdalo tú y recuérdalo a otros,

citando asqueados de la bajeza humana,

cuando iracundos de la dureza humana:

este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.

Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.

 

En 1961 y en ciudad extraña,

más de un cuarto de siglo

después, Trivial la circunstancia,

forzado tú a pública lectura,

por ella con aquel hombre conversaste:

un antiguo soldado

en la Brigada Lincoln.

 

Veinticinco años hace, este hombre,

sin conocer tu tierra, para él lejana

y extraña toda, escogió ir a ella

y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida,

juzgando que la causa allá puesta al tablero

entonces, digna era

de luchar por la fe que su vida llenaba.

Que aquella causa aparezca perdida,

nada importa;

que tantos otros, pretendiendo fe en ella

sólo atendieran a ellos mismos,

importa menos.

Lo que importa y nos basta es la de de uno.

 

Por eso otra vez hoy la causa te aparece

como en aquellos días:

noble y tan digna de luchar por ella.

Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido

a través de los años, la derrota,

cuando todo parece traicionarla.

Mas esa fe, te dices, es lo que solo importa.

 

Gracias, Compañero, gracias

por el ejemplo. Gracias porque me dices

que el hombre es noble.

Nada importa que tan pocos lo sean:

uno, uno tan sólo basta

como testigo irrefutable

de toda la nobleza humana.

Luis Cernuda  En La realidad y el deseo. México, 1964

Cernuda nació en Sevilla en 1902. Después de terminar la carrera de Derecho publicó en 1925 sus primeros versos – bajo la influencia de su profesor Pedro Salinas –en la Revista de Occidente. Posteriormente la revista Litoral le publicó sus poemas y le abrió el camino al mundo poético madrileño, donde contactó con Aleixandre y García Lorca. Al estallar la guerra se adhirió al Partido Comunista y se alistó como voluntario en la sierra de Guadarrama, pero sin dejar de colaborar con Alberti en las revistas Octubre y El Mono Azul. Posteriormente trabajó con Bergamín en la revista Cruz y Raya y con Altolaguirre en Héroes. En 1938 se le encargó impartir unas conferencias en Inglaterra, y a la vista de la evolución bélica, dio por iniciado su exilio (De todo me arrancaron/Me dejan el destierro). Dio clases en Inglaterra y Estados Unidos hasta el año 1953 en que se trasladó a México, donde murió 10 años más tarde. El poema es elocuente: veinticinco años después de terminada la guerra sigue creyendo en la nobleza de los motivos que impulsaron a aquellos voluntarios a luchar por una causa que consideraron justa.
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