(Mark Kurlansky. Prólogo de su libro “1968. El año que conmocionó al mundo”. 2004)
Este año se cumple el 50 aniversario de aquel 1968 que supuso un antes y un después en la historia del mundo contemporáneo. Cincuenta años de que, por vez primera desde que la humanidad ha dejado constancia oral o escrita de su devenir, la generación más joven fue la que marcó el ritmo al que, con ganas o sin ellas, tuvieron que bailar sus mayores. “Matar al padre” dejó de ser una mera referencia psicoanalítica para convertirse en un experimento de acción de masas. Ese padre freudiano se encarnó en gobierno, en partido, en profesor, en sindicato, en policía… Ese padre, reflejo indeseado de un poder caduco y alienante, paso a ser el principal objetivo de una lucha plagada de tácticas espontaneas e improvisadas, pero sólidamente enmarcada en una estrategia tan certera como infalible que se resumía en una sola frase: La culpa es del Poder.
1968 nació marcado por una concatenación de escenarios que avanzaron la más certera premonición de una “tormenta perfecta” que solo esperaba que brillase en el cielo el primer relámpago para que los rayos y truenos dominasen el paisaje de forma demoledora. El mismo 1 de enero de 1968, la embajada norteamericana en Saigón, Vietnam del sur, sufría un brutal asalto del Viet-Cong como preludio de lo que 30 días después se conocería en todo el mundo como “La ofensiva del Tet”, o lo que es lo mismo: El principio del fin de la intervención militar norteamericana en Indochina. Aún pasarían 7 largos años hasta que los últimos marines yanquis abandonasen aquella misma embajada colgados de los patines de unos helicópteros en atropellada huida, pero cada uno de aquellos años restantes sería un auténtico calvario para el gobierno, el ejército y el pueblo estadounidense.
Ese mismo mes, tan solo 5 días después del asalto a la embajada, Alexander Dubček y Ludvík Svoboda, intentaban desde Praga modificar progresivamente el totalitarismo post-estalinista que dominaba en los llamados “países satélites” de la U.R.S.S. para construir una salida democrática en el socialismo que tendría como objetivo acabar con el poder de la nomenclatura y la burocracia, abriéndose al pluripartidismo y apostando por la libertad de prensa y de expresión, el derecho a huelga y a la libre sindicación. Y todo ello sin renunciar ni un ápice al carácter socialista del estado y a la propiedad popular de los medios de producción. Una fascinante y valiente experiencia conocida como «La Primavera de Praga» y destinada a avanzar en las propias raíces del socialismo que desafortunadamente acabó 7 meses después cuando 200.000 soldados y 5.000 carros blindados del Pacto de Varsovia, dirigidos desde Moscú, invadieron Checoslovaquia y acabaron con aquel proceso de apertura política al más viejo estilo de la Cheka, con desmedida violencia y represión generalizada.
Comenzaba febrero y Pekín se convertía en el epicentro de la revuelta cuando el ejército de la República Popular China ocupaba la ciudad y declaraba el toque de queda para intentar frenar las protestas protagonizadas por los “Guardias Rojos”, jovencísimos obreros y estudiantes que empoderados por las consignas más radicales de la llamada “Revolución Cultural”, iniciada pocos años antes, pretendían derrocar al sector más conservador del Partido Comunista al que acusaban de anquilosamiento y burocratización. Once meses más tarde, el 22 de diciembre de 1968, Mao Ze Dong atajaba de raíz toda posibilidad de que aquellas protestas volviesen a repetirse impulsando el llamado movimiento “Subamos a las montañas y bajemos a los pueblos” que, a pesar de lo poético de su etiqueta, consistía simple y llanamente en deportar por la fuerza a millones de jóvenes militantes, principalmente estudiantes e intelectuales urbanos, hasta las zonas rurales más atrasadas del país para “reeducarlos” en campos de trabajo forzado en los que cualquier publicación que no fuese el Libro Rojo o los «dozibao» oficiales era considerado propaganda subversiva, y en los que se castigaba con especial saña a todo aquel que supiese idiomas extranjeros o estuviese excesivamente “impregnado” de influencias occidentales.
El 22 de marzo de 1968, la universidad de Nanterre vio nacer el movimiento que desembocaría un par de meses después en el famoso “Mayo francés” cuando un grupo de estudiantes se recluyeron en el campus y comenzaron una huelga por motivos académicos que poco a poco fue ampliando horizontes e impregnando la sociedad hasta poner todo el país patas arriba, amenazar muy seriamente la estabilidad de la 5ª República e, incluso, arrinconar contra las cuerdas a los obsoletos burócratas del PCF y a los acomodaticios sindicatos del país. A mediados de mayo, Daniel Cohn-Bendit, André Glucksman, Daniel Bensaïd, Rudi Dutschke y otros tantos líderes estudiantiles lograban con sus proclamas movilizadoras hacer que se tambaleasen los cimientos de media Europa y conseguían lo hasta entonces nunca visto: que un 16 de mayo miles de estudiantes universitarios y de secundaria marchasen hacia los suburbios de las grandes ciudades industriales de Francia para, codo con codo con los trabajadores en huelga, entonar al unísono «La Internacional» frente a las puertas de las fábricas ocupadas. Un día después se creaba en toda Francia el “Consejo por el Mantenimiento de las Ocupaciones” para apoyar las revueltas obreras y denunciar la moderación traidora de los sindicatos. La reacción del gobierno fue contundente. De Gaulle movilizó a las C.R.S. (Compañías Republicanas de Seguridad), que se enfrentaron con especial dureza a estudiantes y obreros en huelga, y que ocuparon militarmente fábricas y universidades desalojando por la fuerza a los allí concentrados. Finalmente, el 12 de junio decretaron la disolución e ilegalización de los grupos de extrema izquierda y prohibieron las manifestaciones callejeras durante dieciocho meses. En total una decena de colectivos izquierdistas fueron ilegalizados, sus publicaciones prohibidas y varios de sus líderes arrestados.
Tampoco EE.UU. se librarían del maremágnum del 68 en su propio territorio. No todo era paz, amor y flores en aquellas tierras. La guerra sucia que se promovía desde Langley o desde el Pentágono no se desarrollaba solo en Latinoamérica o en el lejano Oriente. El 4 de abril era asesinado en Memphis Martin Luther King, el llamado “Apóstol de la no violencia”, cuando se preparaba para liderar una marcha pro derechos civiles que se presumía que iba a agrupar a centenares de miles de manifestantes. Y, exactamente 2 meses y 1 día después, el 5 de junio, un extraño personaje del que poco se sabía y del que menos se supo después, asesinaba a tiros al candidato demócrata a la Casa Blanca, Robert Kennedy, exministro de justicia, hermano del también asesinado presidente J.F. Kennedy y firme partidario de la inmediata retirada de las tropas norteamericanas desplazadas en Indochina. Los hippies agonizaban y en su lugar los Black Panthers sustituían las flores en el pelo por las armas automáticas, hartos de ver como el Sistema inundaba de heroína los suburbios negros para conseguir una sumisión que no habían logrado con cargas policiales, detenciones masivas de ciudadanos y asesinatos selectivos de activistas. Los halcones abatían a las palomas. La guerra del Vietnam era un suculento negocio de tan impresionantes dimensiones que no podía desaprovecharse bajo ninguna circunstancia.
Ni tan siquiera la tan castigada Latinoamérica se libró aquel 1968 de abrir los informativos de todo el mundo con noticias de revueltas, sublevaciones o golpes de estado. En Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú o Panamá triunfaban sangrientas dictaduras que permanentemente violaban los derechos humanos, asesinaban, torturaban y perseguían cualquier tipo de oposición. Ni tan siquiera México, donde una tradición revolucionaria forjada años atrás había ido cimentando a lo largo de toda la década un movimiento opositor estudiantil y ciudadano de importantes dimensiones, consiguió zafarse del zarpazo asesino de la represión que, el 2 de octubre, en el curso de la llamada «Matanza de Tlatelolco», asesinaba en Ciudad de México, concretamente en la céntrica Plaza de las Tres Culturas, a un número indeterminado de manifestantes cuando el ejército y la policía sofocaron con carros blindados y bazokas una concentración de miles de estudiantes congregados para protestar contra el cierre de la principal Universidad de la capital mexicana. (Hoy en día las estimaciones calculan el número de muertos en un rango que va de los 200 hasta los 1500. En aquel entonces hubo testigos que afirmaron haber visto camiones grúa recogiendo centenares de cadáveres que encontraban a su paso para luego ser arrojados en volquetes e incinerados sin tan siquiera ser identificados).
Varsovia, Roma, Frankfurt, Copenhague, Turín, Belfast… Casi ninguna ciudad de la llamada “Europa Occidental” se libró de aquella imponente ola de rebeldía protagonizada por la juventud. Palabras como situacionismo, autonomía obrera, guevarismo, teoria de la liberación, lucha armada, maoísmo, autogestión, guerrilla urbana, acción directa, tercermundismo, trotskismo, foquismo o comités de autodefensa irrumpieron en el discurso político desoxidando los debates catalépticos de una izquierda anquilosada por el “ten con ten” de la guerra fría y su política de bloques. El esqueleto arquitectónico de un mundo basado en un injusto reparto de “zonas de influencia y control” se desmoronaba y con él los frágiles mitos de los que hasta entonces se había alimentado una falsa lucha de clases domesticada desde unos poderes teóricamente enfrentados, pero en realidad cómplices del mismo engaño, del mismo expolio.
Y mientras medio mundo se agitaba con dramáticas convulsiones, en las primeras páginas de los diarios franquistas, en las noticias de portada de telediarios y partes radiofónicos 1968 era en España, a diferencia del resto del Planeta, un remanso de paz en el que el “magnánimo Caudillo” otorgaba la independencia a Guinea Ecuatorial, Fernando Poo y Río Muni después de asistir a una misa solemne en honor de la Virgen del Pilar; en los despachos del ministerio de industria y comercio ponían en marcha un “2º Plan de Desarrollo” que convertiría a los españolitos que no habían podido emigrar a Suiza, Alemania o Francia en envidiados multimillonarios gracias a a la intercesión de todo el santoral y a la misma decidida “furia hispana” que en ocasiones demostrábamos pateando un balón de cuero. Massiel hacía lo propio ganando Eurovisión y ayudando así a demostrar al mundo que vivíamos en un auténtico paraíso que permitía que, a pesar de los estados de excepción, la brigada político-social, el sindicato vertical, la prohibición de las lenguas vernáculas, la persecución de opositores, el destierro de intelectuales y el encarcelamiento de líderes obreros pudiésemos encararnos de igual a igual y con “hombría patria” a los turistas que acudían como moscas a nuestras playas para disfrutar del excitante exotismo del tercer mundo sin salir de Europa, porque como decía un conocidísimo eslogan de la época, patrocinado por Manuel Fraga Iribarne, entonces ministro de Información y Turismo, “SPAIN IS DIFFERENT”.
1968
Aquel año mayo duró doce meses
Tú y yo acabábamos de nacer
Y un señor muy serio moría del disgusto
En la primera página del ABC
Los claveles mordían a los magistrados
París era un barrio con acordeón
Marx prohibió a sus hijos que llegaran tarde
A la dulce hoguera de la insurrección
La poesía salió a la calle
Reconocimos nuestros rostros
Supimos que todo es posible
En 1968
Jean Paul Sartre y Dylan cantaban a dúo
Jugaban al corro Lenin y Rimbaud
Los relojes marcaban 40 de fiebre
Se hablaba de sexo en la empresa Renault
Dos y dos ya nunca más sumaron 4
Sufrió mal de amores hasta De Gaulle
En medio de Praga crecían amapolas
Como un reto rojo al gris hormigón
La poesía salió a la calle
Reconocimos nuestros rostros
Supimos que todo es posible
En 1968
Pero no pudimos reinventar la historia
Mascaba la muerte chicle en el Vietnam
Pisaban los tanques las flores de Praga
En México lindo tiraban a dar
Mientras Che cavaba su tumba en Bolivia
Cantaba Massiel en Eurovisión
Y mi padre llegaba puntual al trabajo
Con el cuello blanco y el traje marrón
Si ahora encuentro aquel amigo
Leo en el fondo de sus ojos
Que ya se secaron las flores
De 1968
Los cuadros hicieron huelga en los museos
París era rojo, San Francisco azul
Un vagabundo fue elegido alcalde
Y la Sorbona estaba en Katmandú
Sobreviva imbécil! es el rock o la muerte!
Beba Coca-Cola! cante esta canción
Que la primavera va a durar muy poco
Que mañana es lunes y anoche llovió
Si ahora encuentro aquel amigo
Leo en el fondo de sus ojos
Que ya se secaron las flores
De 1968
Letra y Música: Joaquín Sabina. 1978.
Aprovecho la ocasión para felicitaros el Año Nuevo y por vuestro interesante blog que nos pone al día de todo lo que sucede y de lo no quieren ocultar las fuerzas reaccionarias. De paso os envío este enlace que aunque tardío refiere la visita realizada a los caídos republicanos de todos los tiempos enterrados en el cementerio de Derio: «Caminar pausado entre tumbas de republicanos en Derio» (Pinchar)
Muchas gracias por tu información Gontzal, y por tu seguimiento de ERREPUBLIKA PLAZA. Feliz Año 2018!